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agosto 16, 2025

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Cuando me reuní con mi primo en un hotel de la paz a coger

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Mi primo Marco, ese cochino de 25 años con cuerpo de futbolista, me empotró contra la pared mientras yo le arrancaba la camisa a mordiscos. Los botones saltaron por todo el cuarto, pero a ninguno nos importó una mierda.

«Te imaginé así desde la última reunión familiar», me susurró al oído mientras sus manos me bajaban el cinturón con una urgencia que me puso la verga dura al instante. Yo no fui más lento, le abrí el pantalón y metí la mano directo a su paquete, encontrando esa verga gruesa que ya me había robado el sueño.

Nos besamos como si fuera la última vez, con esa mezcla de saliva y desesperación que solo el tabú puede provocar. Marco sabía a cerveza y a esos cigarros baratos que siempre fuma, pero en ese momento era el mejor sabor del mundo. Su lengua se movía en mi boca con una habilidad que no esperaba, mientras sus dedos me apretaban las nalgas a través del jean.

«Quiero ver ese culo que tanto mueves en las fiestas», gruñó, dándome la vuelta bruscamente. No hizo falta pedirlo dos veces – me quité todo de un tirón, dejando al descubierto mi cuerpo de 38 años que, gracias a Dios, todavía se mantenía firme. Marco no perdió tiempo: se arrodilló y me lamio desde los huevos hasta el ano en una sola pasada, haciéndome temblar.

«¡Hijo de puta!», gemí, agarrando su pelo crespo mientras su boca caliente envolvía mi verga. El muy cabrón sabía lo que hacía – alternaba entre chupadas profundas y lamidas rápidas en la cabeza, justo como me gusta. Cuando sentí que se acercaba el climax, lo aparté bruscamente. «Mi turno, primo», le dije, empujándolo sobre la cama.

Marco era más joven, pero en ese momento era yo quien llevaba el control. Le quité lo que le quedaba de ropa, descubriendo un cuerpo que merecía ser adorado: pectorales definidos, un vientre plano y esas piernas musculosas que siempre se marcaban bajo el pantalón. Pero lo mejor era su verga – gruesa, curvada hacia arriba y con una cabeza rosada que brillaba de precum.

 

No perdí tiempo. Me tragué entera su verga como si fuera el último helado del verano, ahogándome deliberadamente para escuchar sus gemidos. «¡qué chuchas Julio, así! ¡Más duro!», jadeaba, mientras sus caderas empujaban contra mi cara. Alterné entre mamadas profundas y lamidas en sus huevos, saboreando cada centímetro.

Cuando sentí que estaba por venir, me detuve y escupí directamente en su ano. Marco gruñó, sorprendido pero excitado. «Nunca me lo habían hecho», admitió, mientras mis dedos empezaban a abrir ese hoyo virgen.

«Pues hoy aprendes, primo», le dije, pasando de un dedo a tres en cuestión de minutos. Marco se mordía el labio, con los ojos cerrados y las manos aferradas a las sábanas. «Relájate… así… ahora prepárate», susurré, poniéndome un condón con manos temblorosas.

La primera embestida fue una mezcla de dolor y placer que nos dejó a ambos jadeando. Marco apretó los dientes cuando le entré completo, sus músculos internos apretando mi verga como un puño. «Mueve ese culo, puta», le ordené, y él obedeció, encontrando el ritmo perfecto.

Pronto estábamos follando como animales, sin preocuparnos por el ruido que hacíamos. El sonido de nuestras pieles chocando se mezclaba con los gemidos de Marco cada vez que le daba en la próstata. «¡Ahí, ahí, dale duro, primo!», gritaba, mientras yo le azotaba esas nalgas que tantas veces había admirado en secreto.

Cambiamos de posición – él encima esta vez, montándome como un profesional mientras yo le apretaba esas tetas que siempre quise mamar. Ver su cuerpo sudoroso moviéndose sobre mí, con esa expresión de éxtasis en el rostro, fue lo más excitante de mi vida.

«Voy a venirme», anuncié, sintiendo el calor acumulándose en mis huevos. Marco no se detuvo – al contrario, aceleró, apretando sus músculos internos alrededor de mi verga como si quisiera exprimirme hasta la última gota.

Cuando exploté, fue con un gruñido que seguramente escucharon en recepción, llenando el condón mientras Marco seguía moviéndose sobre mí, extrayendo cada onda de placer. Unos segundos después, él también llegó al climax, su verga disparando chorros blancos sobre mi pecho y estómago.

Nos derrumbamos juntos, jadeantes y pegajosos. El silencio solo se rompía con el sonido de nuestra respiración acelerada y el tictac del reloj del hotel.

«Esto no puede quedar en familia», murmuró Marco después de un rato, pero su sonrisa pícara decía lo contrario.

Yo solo me reí, pasando un dedo por su semen en mi pecho antes de llevármelo a la boca. «El que calla otorga, primo».

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