Por

Anónimo

septiembre 24, 2019

2017 Vistas

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¿Te he contado mi primera vez?

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“¿Te he contado mi “primera vez”? Es curioso, cuando alguien dice algo de la “primera vez”, así, sin más, todos sabemos que se refiere a la primera experiencia digna de ser llamada sexual. Nadie piensa en la primera vez que alguien condujo un coche, o la primera vez que fuiste solo al centro de la ciudad… La verdad es que es raro, que seamos tan sexuales y andemos tan reprimidos. ¿O será esa represión la que nos lleva a ser tan sexuales?… Bueno, que no voy a ser yo quien solucione el enigma, eso seguro. Bastante tengo con lo mío…

Te pongo un poco en antecedentes: eran los años centrales de la época de los 70. No sé cuanto conoces de aquella España tan diferente a la de ahora, pero para la historia baste decir que las cosas se trataban en casa, no había canales de información con los que se puede compartir todo tipo de cosas, y además se aplicaba el refrán de “que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda”.

Y de esa discreción, pues nacían vivencias muy curiosas, aunque también nacían algunas muy malas. Pero en este caso, eran buenas.

Yo, por no escandalizar, te diré que era un “hombrecito”. Todos los de la pandilla éramos “hombrecitos”, que estábamos como bonobos en celo, pero no solo a esa edad, pues creo que ando en celo desde que tengo uso de razón, y recuerdo ser bien chiquito y andar levantando la faldita a las vecinitas, para ver esas bragas en lo que era la panacea de la perversión y el atrevimiento…

Como te decía, un joven mandril desaforado era yo en la época. Pajas a diario, pero no una ni dos, y eso solamente por ver amanecer. Cuando algún miembro del grupo o alguien del cole conseguía las fotos de unas tetas, una carta de baraja erótica robada del mazo que el padre escondía en el cajón o algo de ese estilo, el número se podía duplicar.

Y no te digo nada el día que, por fin, pillamos por primera vez (¿ves como esta “primera vez” suena diferente?) una revista sueca (tal vez alemana, pero como no hablábamos ninguno de los dos idiomas, y las suecas estaban de moda gracias a Manolo Escobar y Alfredo Landa, pues sueca), donde vimos el gran premio con el que todos soñábamos: una raja abierta, perdida entre un matorral de vello púbico, que la mujer (que recuerdo que era una mujer madura, que tenía buenas tetas y que era guapa, pero… ¿a quien le importaba aquello cuando en el centro de la fotografía había lo que había?) se abría con dos dedos en uve, y se veía brillante, y excitante, y deseable, y sobre todo, desconocido y extraño. Buenas pajas a la salud de aquella bella señora de vello espeso cayeron durante días…

Ya te haces idea del tipo de “hombrecitos salidorros” que éramos. Nos fijábamos en las chicas de nuestra edad, que tenían pandilla propia y con las que compartíamos algunos ratos de juegos, pero lo que más nos llamaba eran las mujeres maduras con esas grandes tetas que se atisbaban por los escotes escasos que llevaban. Claro, era un problema porque esas mujeres eran, además, madres de algunos de nosotros, y el ver a un colega mirar a tu madre de forma “insana”, era pelea seguro.

Pero había otras madres, claro, que no eran de colegas. Como la Señora Marga, madre de dos hijas, Carmen y Pili, que nos mataba de deseo cuando estaba en la terraza de su piso limpiando las ventanas, y estiraba el brazo para llegar arriba y sus enormes pechos se pegaban por segundos al cristal…. ¡Hala, ya había que masturbarse otra vez! Y así era nuestro despertar como hombrecitos, paja a paja…

Bien, una vez contado esto, toca contar otro antecedente.

Mi familia veraneaba, hasta ese momento, cada año en un sitio de las costas españolas. Mi padre era viajante, y aprovechaba cuando conocía un sitio majo, para buscar una casa y reservarla. Pero el año anterior al de la “primera vez”, fue un distribuidor de Almería, cliente y amigo, el que le dijo que por qué no se animaba a conocer la costa almeriense, que él nos buscaba una casa.

Mis padres decidieron que era una buena idea, y el amigo López nos buscó un bungalow en Roquetas de Mar, porque además de ser para él uno de los mejores sitios de Almería, veraneaba allí un compadre suyo, y así estaríamos mejor.

De esta forma, conocí Almería, y conocí a la familia García Goya, con cuyo hijo Pepe, que tenía un año más que yo, hice una buena amistad, al igual que lo hicieron nuestras familias y que llevó a mis padres a pensar en repetir lugar de vacaciones.

Al año siguiente, comenzó el ciclo de mis largos veranos en Almería. Cuando acabó el curso, Pepe se vino unos días a mi casa de Madrid, y después, yo me fui a su casa de Almería hasta que llegará el resto de mi familia para ir a Roquetas.

Y fue estando en Almería donde conocí a Laura. Pepe era buen amigo de un chaval de su calle, LuisMi, así que estando yo allí, pues siempre andábamos los tres juntos. Y claro, era inevitable que conociera a su hermana Laura, que era un año más pequeña que yo, pues también compartíamos tiempo con ella. Y me gustó desde el primer momento, para que mentir. Y tuve la suerte (la suerte ha sido mi gran compañera en esta vida, y de peque, la cara de pícaro que tenía me ayudó bastante) de gustarle yo a ella también. Y nos hicimos novios, de la forma que éramos novios en esos años los “hombrecitos” y las “mujercitas”. Todo muy de lejos: alguna miradita cuando estábamos en grupo, algunas notitas que te pasaba otro… Y elucubrando, por mi parte, como obtener el primer beso. Me ponía mucho, cuando la veía en bañador en la playa… pero mucho, como de a cuatro o cinco pajas al día…

Estaba como el pico de la plancha de salido. Ni el abrumador calor de Almería lograba bajarme el ánimo. Y tampoco ayudaban mucho Pepe y LuisMi, que andaban como yo…

 Y así, entre pajas, playas y notitas de amor, transcurrieron los días hasta que llegó el resto de la familia, y nos trasladamos a Roquetas, al igual que la familia de Pepe.

Pero la gran sorpresa llegó cuando Laura y LuisMi nos contaron que en una semana irían ellos también, que sus padres habían cogido un apartamento y que llegarían en nada.

Imagina la velocidad de mi corazón de enamorado salidorro al enterarme… Ese beso no se me podía escapar… Así es, suena raro, todo un mandril exacerbado, pensando en besos tiernos a la orilla del mar… No sé, será psicología del desarrollo hacia la madurez, pero veía a Laura, con todo lo buena que estaba, con más romanticismo que deseo… Lo mismo era verdad lo que nos decían los curas, que masturbarse nos secaba la médula…

Pues ahí estamos, todos en Roquetas. Y claro, todos a juntarse, después de las presentaciones, en la playa, formando el típico grupo de comancheros en día de sol y mar, aunque sin molestar, pues Roquetas en aquellos años no era precisamente un hervidero de gente.

Y por fin conocí a Mara, la madre de LuisMi y Laura, y de otra criatura que se llamaba Sandra, y que aún era muy pequeñita. Al padre ya le había conocido de ir al supermercado que gobernaba, pero no había habido ocasión de conocer a su mujer. Aunque Pepe ya me había hablado de ella, de la misma forma que en mi pandilla hablábamos de la Señora Marga.

Era una andaluza guapetona, mujerona, de grandes tetas aunque se notaba que algo caídas, y caderas con celulitis, simpática, muy educada…

El macaco ansioso que había en mí no tardó en tener pensamientos calenturientos hacia aquella señora de bandera. Empecé a mirarla de soslayo, y a hacer fotografías mentales de su escote, de sus muslos, para emplearlas de inspiración en mis pajotes nocturnos.

Que a Pepe le pusiera igual de bruto que a mí, nos dio tema de conversación nocturna mientras nos la pelábamos inmisericordemente. Comentábamos sobre sus piernas, su culo debajo del bañador, sus pezones… y sobre todo, comentábamos como cuando se sentaba a tomar el sol, y abría las piernas, nos dejaba ver unos pelos del coño que, rebeldes, escapaban del elástico del bañador, y como debería ser aquella entrepierna que se notaba haciendo bulto en la tela… Claro, hablábamos de meterla, pero ninguno de los dos sabía exactamente como era eso de meterla, pues nuestra experiencia se limitaba a darle a la manita y haber visto algunas fotos. Pero la imaginación y aquellos pelitos rebeldes que salían del chochaco marcado eran más que suficiente para corrernos varías veces. Nos tenía locos.

Y casi satisfecha la parte sexual de mi vida (más del 95% de mis pensamientos diarios de aquel entonces) a base de prácticas onanistas, seguía viviendo mi parte romántica con Laura. Durante el día era un chico educado, tal como me habían enseñado mis padres, que no provocaba ninguna situación que pudiera ser incómoda, respetando al máximo a las chicas, y siempre dejando, en cualquier juego en el que anduviéramos, la distancia adecuada.

Pero después de cenar, el grupo se juntaba de nuevo y bajábamos a estar de charla y de risa en la playa (en aquella era de los dinosaurios no hacíamos botellón, sólo comíamos pipas y nos reíamos y charlábamos), y yo seguía cortejando a Laura, pero los avances eran lentos, tan lentos que en los primeros quince días no logré más que estar cogidos de la mano y estar con nuestros hombros en contacto, aunque cuando ella apoyaba la cabeza un poco en el mío, pues yo me encendía como la torre de de una plataforma de petróleo. No recuerdo una sola noche de aquellas que no estuviera yo empalmado.

A cambio, nos conocimos mucho. Estábamos bien contándonos cosas. No sé si era amor, o hasta que punto unos niños pueden sentirlo, pero desde luego, si que descubrí lo placentero de estar con alguien a ese nivel de intimidad. No es que tuviéramos muchas vivencias, ni recuerdos, ni proyectos en tan cortas vidas, pero estaba genial todo lo que nos contábamos.  

Así supe que los padres de Laura y LuisMi se casaron jóvenes, que Mara perdió un primer embarazo, y por eso tardaron unos años en tener a LuisMi. Que ella provenía de una familia bien de Almería, y sin embargo su padre era un hombre con apenas las primeras letras, pero que era noble y leal y trabajador y eso le había llevado a convertirse en la mano derecha de su millonario jefe, por lo que tenían un gran nivel de vida, aunque eso a la familia de Mara no le parecía suficiente como para sentir aprecio por un “niño de la calle” como lo era su marido.

Claro, como por el hilo se llega a la madeja, acabé sabiendo, por una de las hermanas de Pepe, que lo que había pasado era que Mara, que en su juventud fue una casquivana (así, tal cual, la juzgaban), se había quedado preñada de un hombre totalmente ajeno a su ambiente, y claro, había que casarse, para desvergüenza de la familia, que veía entrar en ella a un advenedizo. En aquellos años, las cosas se hacían así o se arreglaban con los famosos viajes a Londres, pero Mara no quiso ni oír hablar de eso.

A mí todo eso me daba igual. Yo seguía viéndola como una mujer espectacular que levantaba mis instintos de hombrecito en desarrollo y mi rabo para cascármela. Me los levantaba mucho. Y seguía mirándola en la playa, en su postura de tomar el sol, mirando su entrepierna, sus pelillos que a veces asomaban y a veces no… Así, no fue raro que me pillara unas pocas veces mirándola, aunque yo bajaba inmediatamente los ojos y seguía a lo mío.

Y de esta forma, y como todos los veranos felices, acabó ese. Cada cual a sus quehaceres, a cientos de kilómetros de distancia, manteniendo la amistad por carta, como se hacía en esos años. Y mientras llegaban las cartas de unos y otros, el hombrecito sigue avanzando, pero poco a poco. No eran años en los que, dada esa edad, hubiera grandes cambios. Simplemente, oías nuevos rumores de cosas sexuales que algún colega te contaba, mirabas más a la Señora Marga, o a la  profesora Fuster, o la panadera cuando se asomaba por el mostrador para dejarte la barra en la bolsa.

También mucho a las amigas, que iban desarrollando a un ritmo más alto que los chicos, mocosos frente a chicas que gustaban de lucir tipazo y orgullosas del obligado uso del sujetador para esos meloncetes que iban creciendo, y que nos miraban como pensando “olvídate de ellos, no son para ti”. Lo mismo (seguro) era lo que pensaban.

Y los macacos salidorros solamente habíamos pasado al nivel de chimpancé salidorro, pero  nos faltaba mucho para gorila salidorro. Seguíamos, cuando las damitas ya andaban en otras cosas, disfrutando del futbol, las peleas, las pajas, del escaso porno que nos llegaba y de las sesiones dobles en el cine del barrio.

Y fue en ese cine de barrio donde, tras agotadoras sesiones de conquista, Mari Jose, a quien llamábamos “la Ducati” porque ningún chico era capaz de adelantarla en una carrera, me enseñó que la lengua no solamente servía para hablar, sino para besar (aunque aún tardaría en reconocerla como otro órgano sexual) y el tacto de una teta por fuera del sujetador. No voy a hacer recuento de las masturbaciones que dediqué a eso…

No fue más que eso, pero a esa edad, es TODO ESO. Y es un indicativo de lo que aún te queda por conocer en el mundo del placer.

Y con eso, porque Mari Jose nunca me dejó llegar a más, pasó el invierno y la primavera, en la que yo andaba berreando por las esquinas de puro ansia de sexo. Es muy duro ser un “hombrecito” en plena explosión de pubertad.

Llegó el fin de curso y con él, el aterrizaje en casa de Pepe, LuisMi y Laura (era una gran amiga de una de mis hermanas). Pasamos unos días estupendos, donde no hubo grandes avances en nada más que, si acaso, en la obsesión por el sexo que teníamos los chicos, que se debió ver agravada por juntarse más chavales con el ritmo por las nubes.

Y después, todos para Almería. Pero con novedades, porque a mi hermana y a mí nos recibirían en casa de Mara, puesto que en la de Pepe estaban alojados unos familiares de Granada que se incorporaban para luego ir a Roquetas.

Ver a Mara, morena del sol, siempre sonriente, oírla ese acento que era almeriense pero menos, cuando bajamos del tren, y como después de abrazar a sus hijos me plantó dos besos, dejando un poco de canalillo a la vista al agacharse un poco… En fin, la lástima es que al no compartir habitación con Pepe, esta imagen superporno sería solo para mí. ¡Felices pajas! me deseé a mí mismo.

La primera tarde de playa, donde nos fuimos con Mara, ya me pilló de mirón, pero esta vez fue mientras hacía fotos mentales de Laura, cada día más guapa, cada día más mayor, cada día provocándome más calentón… Yo seguía siendo tan educado como me habían inculcado mis padres, pero creo que también es inevitable que mirara a Laura, que seguía siendo mi amor, y a Mara, que seguía siendo mi diosa del sexo deseado, y que Mara, que empezaba a vigilar más frecuentemente, mi pillara mirando a cualquiera de ellas en varias ocasiones.

Y no sé si por instintos de madre, o porque había leído las cartas que intercambiábamos, o porque alguno de sus hijos había comentado algo y ella relacionó, Mara se enteró de que Laura y yo andábamos enamoriscados. Nosotros ni lo imaginábamos, pues ni ella ni su marido ponían ningún impedimento para que las cosas siguieran como estaban y el grupo entrara y saliera y fuera a la playa  o al parque o a montar en bici.

Así que nosotros seguíamos a lo nuestro, con la diferencia que tanto en Madrid como en Almería, después de la cena, no había playa. Como mucho había bajarse un rato al banco de enfrente, pero eso le restaba mucha intimidad a la noche. Pero ya llegaría Roquetas…

Una de las cosas que hacíamos estando allí era acompañar al padre de Laura y LuisMi cuando iba a alguna de las fincas de su jefe, unas tres o cuatro veces por semana. Le ayudábamos un poco con los quehaceres de allí y luego disfrutábamos de un rato de estanque de agua, hasta la hora de comer, que volvíamos a Almería, para bajar a la playa después de la siesta.

Y como iría el tema de la vigilancia maternal, que en un momento dado Pepe me preguntó que qué había hecho, que Mara me miraba mucho. Y con cara de inocente, le decía que nada, aunque yo pensaba que era porque me había pillado espiándole las ingles en más de una ocasión… Ni imaginarme que Laura tuviera algo que ver.

Con LuisMi mantenía la misma rutina que con Pepe, hablar de sexo mientras cada cual se hacía sus manualidades, pero claro, sin incluir a Mara, como es lógico, aunque le contaba la de cosas (tres que sabía, mi cultura sexual era totalmente nula) que le haría a la Señora Marga, a quien él mismo tuvo ocasión de ver en Madrid, y éramos muy cuidadosos con tirar todo el papel higiénico con las corridas, en alguno de los paseos nocturnos hacia el lavabo. Pero claro, ningún crimen es perfecto, y una noche que hubo tormenta de aire, cerramos la ventana mientras durara lo grave, y nos quedamos dormidos antes de volver a abrir, con lo que el olor a semen no debió irse del todo, y debía quedar algún retazo cuando Mara entró ese día a llamarnos para levantarnos e ir con su marido a una de las fincas.

Ella me zarandeó un par de veces, y me dejó, y yo me quedé sin estar despierto ni dormido, en ese momento del despertar que no sabes si oyes o si entiendes, para ir a por LuisMi, al que urgió entre susurros a levantarse sin hacer ruido, y dejarme dormir, que era mucho madrugón para mí. Ni idea de que pasó, porque yo estaba otra vez frito.

Desperté despacio, extrañado, saliendo del sueño como todas las mañanas, sin tener consciencia de los pensamientos que había en mi cabeza, y notando la clásica mañanera, esa tumescencia que sufrimos los varones casi cada despertar, a veces tan grande que es dolorosa.

Pero algo era distinto. Cuando yo me eché mano al empalme, ya  había otra mano en mi rabo. ¡Joder, que susto! Si alguna vez te has asustado en ese momento de tinieblas que es el despertar, sabrás lo que te cuento. Se me bajó todo, y el corazón casi se me sale por la boca, se me abrieron los ojos como paelleras de 20 raciones y me quedé quieto y agarrotado como una estatua.

No podía creer lo que llegaba a mi cerebro, una imagen en semipenumbra de Mara sentada en el borde de mi cama. Y el tacto de su mano en mi polla flácida. ¡joder, joder, joder! En esos instantes no sé bien que pensé, pero no era nada bueno, eso seguro. Estaba asustado, intimidado, acojonado..

-Vaya, el chulito madrileño ha perdido toda su chulería- dice, bajito. Sé que me mira aunque no la veo bien, pues las persianas están bajadas, y sé que tiene mi rabo en su mano porque empieza a moverla.

-Cuando estabas dormido tenías esto más alegre- y sigue moviendo la mano.

-Te lo voy a decir solamente una vez, y espero que escuches y entiendas- Me da un tirón del miembro, y como ha cogido un poco de vello, el tirón es doloroso.

-A mi hija ni la toques. Ni se te ocurra ponerla un dedo encima. Ella no es para ti, y no va a pasarle lo que a mí, que el chulo del baile la engatuse y la preñe. Yo tuve suerte, pero podía haber arruinado mi vida por un muerto de hambre- Otro tirón, que duele también.

-Tócala, y esto que tengo en la mano, me lo llevo rebanado con una cheira. ¿entendido?-

¡Hostias! ¡Si pretende que la conteste y estoy a punto de mearme encima del miedo…

-¿Me has oído?- Ella urge con otro tirón, pero no me sale la voz…

-¡Promételo!- Este tirón casi logra evitarla lo de la navaja para llevárselo en la mano…

Tartamudeando, digo que si.

-¡Promételo!

Lo prometo, claro. Se lo  juro por Dios y todo, cuando me da otro tirón brutal.

-¡No me hagas tener que mandarte a Madrid de urgencia y contarle a tus padres que te has propasado con mi hija!- Y otro tirón.

Nononono susurro yo, cuando me aprieta también los huevos.

– Te juro que si la tocas te mato, te hago un desgraciado para toda la vida…- Tira más flojo.

Y se calla. Pero no suelta. Da tirones más suaves.

-Eres un niño muy listo, seguro que no quieres arriesgarte a que te cape como a un chiro.- Ya no tira, ahora ha empezado a empujar su mano  hacia abajo.

-Es normal a tu edad que los chicos andéis calientes, pero a mi hija ni rozarla, recuérdalo- Y sigue con sus movimientos… y está logrando que reviva.

-Todo el día meneándotela, seguro, no sé qué os pasa a los chicos, habría que pedir bromuro de ese que echan en los cuarteles para que estén los soldados relajados.- Sigue el movimiento sobre mi rabo, que se está poniendo como un torpedo.

-No pensáis en otra cosa, os veo como miráis a las chicas, como pervertidos- Acelera un  poco más, y yo estoy llegando al cielo, imagino que porque no me llega la sangre al cerebro

-Pero mi niña está muy encima de ti, así que no la tocarás- Aprieta un poco más la mano, y mientras digo no y juro que no, y prometo y deverdaddeverdad me corro como un bestia. La lefa me cae sobre el pecho, sobre el abdomen, sobre su mano, que sigue pajeándome mientras sigo pegando borbotones de leche.

No la veo la cara, porque no puedo abrir los ojos. Me suelta la polla, extiende el semen por mi tripa y pecho con sus dedos… Yo muero.

-Mantén tu promesa, y habrá más.- Se levanta, y sale de la habitación. Y yo estoy en shock orgásmico. ¡Mara me ha hecho un pajote! No he aguantado más que treinta segundos o menos, pero ha sido brutal… Mi primera paja con mano ajena, y ha sido ella…. ¡Joder, viva mi suerte!

-Nada de volver a dormirte. Arriba y a la ducha.- Me dice desde el pasillo. Habrá que obedecer.

Durante unos días, no pasa nada. Ella me trata igual que antes de cascármela esa mañana. Yo por mi parte, evito mirar a Laura con deseo o dejar mi vista fija en sus atributos femeninos. Controlo porque sé que Mara vigila, que está pendiente por si incumplo mi promesa.

También me he fijado que cuando me pilla mirándola a ella, lo cual es posible que de forma inconsciente sea más frecuente, baja rápido la vista, y abre un poco más las piernas, muy despacio, y se pone a leer una revista. A veces, cuando la vista se me escapa hacia ella, es ella la que me  mira, dejando un segundo sus ojos en los míos, y siguiendo a lo suyo.

La de pajas que me he cascado desde aquella mañana, rememorando ese glorioso momento, han sido incontables. Lo de secarse la médula por masturbarse ha quedado demostrado que es totalmente falso, por la vía de la experimentación. Es una, y otra, y otra, y todas pensando en su mano, en su trabajo sobre mi polla, en su mano llena de semen, en sus dedos jugando con la corrida…

Ha pasado una semana. Me despierta una mano que me acaricia el pecho y la cara. Me sobresalto de nuevo.

-Siempre que entro a despertaros estás así- me dice Mara, mientras toca mi erección matutina. No digo nada, estoy conteniendo la respiración al notar su mano otra vez.

-¿Los jovencitos no tenéis freno, o qué?- Juega con mi rabo. Creo que voy a correrme a la de tres.

Me suelta la polla y baja mi pijama corto, hasta sacarlo por los pies.

-He visto que estás siendo cumplidor- Me sigue acariciando, yo no consigo saber qué hacer, solamente intento respirar y no dejar que la vida se me vaya por el capullo, que está a punto de estallar.

-¡Pero a Mamá la miras mucho, pícaro! No me irás a decir que te gusta una gallina vieja, ¿verdad?

-No eres vieja- logró articular. Y veo que ella sonríe. Mara vuelve a cogerme el rabo y lo menea.

-Si lo soy. Pero me he perdido muchas cosas. Es el problema cuando a alguien le gusta ir al grano y liquidar pronto, al muy gañán- Ni sé de qué habla, ni sé si tengo que contestarla. Solo me importa que está empezando otra paja, aún de forma suave y lenta.

-Todo esto será un secreto, si quieres tener más. Y sé que quieres tener más, que me echas unas miradas guarras que me calientan mucho.- Se ha ido recostando hacia mi. Me da un beso en la frente.

-Y vamos a probar cosas, a ver si son como me cuenta mi hermana- Y me da un piquito, y luego otro, y luego deja los labios un poco más sobre los míos. Su mano sigue en mi polla, despacio, empujando hasta la base y luego tirando hasta querer arrancármela. Y me abre la boca con su lengua, que sabe a café y a cigarrillo, y que a mí me provoca hambre de correrme.

Me lame la lengua, me la penetra, me insinúa que busque su lengua en su boca, me pajea…

Se separa de mi beso, y recorriendo con la punta de la lengua mi pecho y me abdomen, llega a mi polla, la besa, lame la punta que está empapada de jugo preseminal y la engulle.

¡La virgen! ¡Que se la ha metido en la boca! ¡Madre mía, que gusto! Mara me ha llenado la polla de saliva, y la recorre de arriba abajo con sus labios! Se saca las tetas de la blusa, coge mi mano y la lleva para que la toque, y yo me pongo a ello, pero solo un segundo, porque lo que está pasando es superior a mí, y me corro como un toro según Mara me la está chupando. Ella aprieta más los labios y succiona… Y vuelvo a morir.

-Mira el chulito madrileño, como se ha quedado en nada… Veo que te ha gustado lo que te ha hecho Mamá.- Dice ella después de soltarme la polla, tragarse todo, y colocarse a mi lado. Yo estoy como un muñeco de trapo al que, además, le han quitado las pilas.

-No había probado yo esto. Pero ya veo que no a todos los hombres esto les parece una cochinada- dice Mara, aunque parece que habla más para sí. – Si imaginara que la boca que besa a sus hijos sí se ha comido una polla…-

Yo no logro resucitar. Esto ha sido la caña, la bomba, la repera, la repanocha… No sabría describirlo. Brutal, tremendo, increíble… Creo que he soltado la vida en la corrida que me he pegado. Ella me acaricia. La erección no ha bajado. Debo tener alguna enfermedad, si sigo empalmado. Priapismo o algo de eso. Ella me sigue acariciando…

-Bueno, mi niño, que aquí hay más… Al final va a ser verdad que ves bien a la Mamá-  

Me besa. Un pico, otro, abre sus labios, yo los míos, su lengua me busca, sabe a café, cigarrillo, y un nuevo sabor que identifico con el olor a semen…

Se quita la blusa, y se queda en bragas, con las tetazas al aire, puestas sobre mí. Las miro entre las rendijas de mis ojos. Grandes, un poco caídas, alguna estría, se ven algunas venas, pues son muy blancas, como todas las partes que tapa siempre el bañador, en contraste con lo morena que está. Los pezones son grandes, con areolas tremendas perfectamente delimitadas. ¡Joder, que me acabo de correr y ya estoy otra vez pensando en sexo!

Me gira la cabeza, se sube un poco y coloca una de esas tetazas junto a mi boca.

-Vamos, mi nene, busca la leche de tu Mamá-

Y abro la boca y la cierro entorno a su pezón, que me sabe mejor que el mejor de los pasteles que sube mi padre a casa en los cumpleaños, o que el mejor batido de chocolate. Y chupo, y la memoria atávica e instintiva me dice como se mama. Y ella suspira, y me deja hacer mientras aprieta la teta contra mi cara, y su mano baja a mi polla, la nota dura la manosea, y entre suspiros, cambia de entrepierna y empieza a frotarse la suya. Yo esto no lo veo, porque tengo la visión completamente llena con su enorme y rico pecho.

-Bien, mi niño, pasa la punta de tu lengua por mi pezón… Así, muy bien, en círculos… ahora juguetea con él, como si fuera una campanilla…. Ohhhhh bien, mi bebé, a Mamá le gusta, chupa todo mi pezón por fuera, aprieta mi teta con tu mano…. Hummmmmmmmmm que bien, como  chupa mi niño a su Mamá…. Ohhhhh-

Coge mi mano, la que queda entre nuestros cuerpos, y la baja a su entrepierna. Me dirige por encima de la braga, y la usa para frotar su coño. Yo estoy alucinando, yo creo que me voy a correr otra vez sin que me toquen. ¡Tengo su conejo ardiendo y mojado en mi mano! Esto debe ser un sueño de esos míos con los que me levanto con todo el pijama pegajoso  por las poluciones.

Pero no es un sueño. Mara está pegada a mí, yo tengo una de sus tetas en mi mano y en mi boca, tengo su coño en mi otra mano, y ella suspira muy bajito y de forma entrecortada.

-Te gusta, ¿a que sí, mi bebé? Has puesto a Mamá toda caliente, y por eso tengo el chocho tan mojado. ¿Imaginabas cuando me lo mirabas en la playa que podrías tocárselo a Mamá alguna vez?- Y mientras, aumentaba el movimiento de mi mano y a su vez el de sus pelvis, apretando uno contra otra, con la respiración más agitada cada vez, hasta que de repente, se pega a mí y aprieta fuerte sus muslos, aprisionando mi mano encima de su coño, que quema y moja la braga y mi palma, y pegando su cara a la mía, suspira bajito pero de forma muy intensa, y yo noto el ligero temblor que se produce en su cuerpo… sin saber lo que está pasando. Tan extrañado y expectante estoy, que casi se me baja la trempera. Casi.

Ella se aprieta, me suelta la mano, me abraza…

-¡Uy, mi pequeñín, has hecho correrse a Mamá! ¡Dios mío, creo que es la primera vez que me corro con un hombre!-

¿Correrse? ¿De qué habla la tía esta? No sé qué cara de extrañeza me ve, que sonríe, con los ojos entrecerrados, aún apretada a mí y realizando movimientos con su pelvis contra mi costado, y dice:

-¿Así que el chulito madrileño sabe menos que yo?- Y ríe bajito. Y me acaricia. –Pues tengo cosas en la cabeza que te harán verte aún más ignorante- Y ríe otra vez, bajito, mientras se aprieta, y lleva mi mano hacia mi cara. Me llega un olor extraño, que no sabría definir, pero que tiene a la vez algo de repelente y algo de atractivo. Un olor al que no cuesta aficionarse.

Me coge un dedo  y lo pone sobre mis labios, y me dice que lo chupe. Hay un leve sabor, que no logro identificar, pero que en ese mismo momento ya se está haciendo hueco en mi cajón cerebral de los deseos.

Mara se pone boca arriba, apoyada en el cabecero, en la misma postura en la que toma el sol en la playa.

-Ven, nene, míralo de cerca-

Y me coloco enfrente de ella y me asomo. Y veo, a menos de una cuarta de mis ojos, el hinchado paquete oprimido por las mojadas bragas, marcado a lo largo de toda su entrepierna. Noto el bulto que hace su vello en la parte alta, y algunos pelillos que salen por los bordes. Y entonces ella abre las piernas del todo y lo libera del  apretón de los muslos,  y me muero por acercar mi mano.

-Dame la mano- dice Mara, y cogiéndola por los dedos, la va acercando muy poco a poco, mientras mira mi cara de tonto. Sonríe.

-¿Lo ves ahora mejor que en la playa, verdad, guarro? ¿Te gustaría tocar el conejo de Mamá?- Ha dejado de acercar mi mano, y la mantiene agarrada, mientras su otra mano empieza a recorrer la braga a lo largo de toda la raja.

-Mmnmmmm, te gustaría tocar ese coño que tanto has mirado, ¿verdad? Te gusta ver como Mamá se lo toca, ¿a qué sí?- Está empezando a respirar entrecortadamente, pero yo no caigo mucho en la cuestión, porque estoy viendo como ella mete un dedo por el lateral de la braga, la separa, la echa a un lado, y contemplo, por fin, el magnífico coño, abierto, empapado, y me llega su olor y mi polla se pone a reventar, y ella me suelta la mano y la usa para abrirlo más.

-Ven, acerca la cara, vas a chupar el chocho de Mamá. Me has puesto como una perra en celo y ahora tienes que calmarme. Ven, saca la lengua, y pásala por todos lados… Así, despacio, no corras, quiero que me lo lamas todo, tienes que chupar hasta dejarlo limpio de la corrida que he tenido…-

Decir que alucino es poco. Si no fuera por mi juventud, creo que me habría dado un infarto. ¡Estoy chupando un coño! ¡Esto es increíble! ¿Quién iba a imaginarse que esto se chupaba? Lo lamo por todos lados, me emborracho con su sabor y con su olor, busco toda la humedad que había, aunque ya empieza a ser mucha, no sé si es por mi saliva, pero ella ha soltado la braga y ahora su mano aprieta mi cabeza contra su entrepierna

-¡Así, pequeñín, chupa a Mamá! La tienes empapada, mi niño, Mamá está disfrutando mucho, está loca de ganas de correrse otra vez!-

Y su respiración se acelera, y yo no sé chupar un coño pero ella se ocupa de hacerme parar donde más la gusta, aumentando su presión contra mi cabeza, jadeando bajito y contenida, cada vez más rápido, moviendo las caderas al ritmo de los movimientos de mi cabeza que ella dirige con su mano, cada vez más rápido, más centrado en un pequeño botón que hay en la parte donde se juntan los labios vaginales.

-Más, cariño, más fuerte, mi bebé! ¡Dale a tu Mamá para que se corra como una cerda! Chupa fuerte, mi amor! Dale más….. –

Y me aprieta el coño contra la cara, y noto más calor y más humedad, y la miro por encima de su monte de Venus y la veo arquearse, echar la cabeza para atrás, inspirar profundamente, y quedarse electrizada durante unos instantes, en los que refrota su magnífico chocho contra mi boca…

Y con un suspiro dado en bajito, rebaja la presión de su coño contra mi cara y se relaja, entre imperceptibles temblores de su cuerpo, y sonríe, sin soltarme la cabeza.

-Quítale las bragas a Mami, mi niño- Y por primera vez en mi vida, quito unas bragas a una mujer y veo un coño en todo su esplendor, y me pongo más a reventar aún, porque la polla me duele de tiesa y los huevos son un hervidero de ganas de vaciarse.

Y me arrastra hacia ella, y me hace subirme encima, y me besa, entre los últimos jadeos de su última corrida, mientras sonríe, y me besa más, y me da lengüetazos en la boca, y me abraza, y baja la mano, y me coge el miembro todo empalmado, y sonríe, y me abraza y se coloca el rabo en la entrada de su vagina, y mi capullo lo nota caliente, suave, lubricado, acogedor…

-Te vas a follar a Mamá, mi bebé, y la vas a dejar llena de esa leche tan rica, cielito…- Y con una mano sujeta la polla en la entrada de su coño, y con la otra, aprieta sus nalgas para llevarle dentro de ella.

Y para mí es indescriptible. La polla entra suave, abriendo el estrecho túnel que se va a adaptando al rabo que lo taladra. Y Mara sigue empujando mis nalgas contra ella, cruza las piernas por encima de mí, y jadea bajito, mientras nota, dada la experiencia que tiene en eyaculaciones precoces, como no voy a aguantar, y sube sus caderas y aumenta el ritmo…

-Córrete, pequeñín, dale la leche a Mamá, como cuando se la has dado en la boca. Me encanta la leche de mi niño, córrete en el coño de Mamá- me susurra al oído, entre jadeos silenciosos de ambos, y me empuja contra ella para llevarlo al climax aunque ella aún no está lista.

 Y yo noto un relámpago dentro de mí, y por mi capullo sale una cantidad de leche tal que jamás he vuelto a echar tanto en toda mi vida. Y la lleno con mi lefa caliente, y sigo moviéndome frenético para prolongar mi orgasmo, que me impide respirar y que me ha tirado de una patada del mundo de la consciencia, y todo mi cuerpo se contrae como si tiraran de un cordón a lo largo de mi espalda, y me relajo de golpe, sin aliento, encima de Mara, con mi rabo duro aún dentro de ella, empapado de su flujo y de mi semen, que noto que escurre un poco hacia fuera.

Y ella me abraza y sonríe. Y acaricia mi cabeza y me besa la mejilla.

-Tenemos que hacerlo aún mejor, mi bebé- Porque ella no va a volver a tener coitos sin orgasmo, que por eso ya no hace nada con su marido, y que entiende la urgencia de la novedad, pero la novedad solamente es una vez.

Yo asiento, obediente. Lo que ella diga, cuando ella diga, y como ella quiera. Faltaría más.

Hubo más primeras veces, porque hay mucho que disfrutar en el sexo. Pero esa fue mi primera vez.

Tuve la suerte que tuve, tuve la suerte de conocer otras mujeres mayores que yo, que siempre me gustaron incluso cuando las he igualado en edad, también más jóvenes, sobre todo inexpertas, pero no tuve la suerte (creo que la única vez que me ha faltado) de acostarme con Laura.

Y no fue por la promesa, eso seguro. Nací viejo verde y moriré viejo verde. Realmente fue Laura la que cumplió mi promesa, pues nunca quiso acostarse conmigo. Los caminos del Señor son inescrutables…

Ahora ya me puedes contar tú tu primera vez…”

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2 respuestas

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