Por
Mi primer trío
Se me ocurrió contar jeje la historia de mi primer trio, fue algo bien repentino, ni estaba planeado, fue con un chico random de una peda, y fue con mi mejor amiga de ese momento.
Primero pues obvio empezó cuando nos invitaron a la fiesta, inicialmente iríamos 4 amigas, el novio de una, algún amigo extra, para que al final solo fuéramos mi amiga y yo, y fuimos porque era cumpleaños de una conocida entonces no queriamos ser groseras. Pues la verdad estabamos bieeeen aburridas, como estabamos solitas pues no convivíamos, hasta que un grupo de pues amigos supongo nos empezó a integrar a ellos, eran 3 chicos y dos chicas, todo empezó a mejorar, entre ellos habia un hombre bien rico, estaba mega alto, guapo, tatuado y musculoso, mi tipo jajajjaa. Le dije a mi amiga, a ella también le gustó.
Ya avanzada la fiesta pues claro que había muchas personas ya borrachas, los chicos del grupo donde estábamos ya se habían ido con otras chicas, las amigas con hombres, literal solo estábamos mi amiga y yo con el bello hombre. Fue bien directo el hombre y eso nos gustó michismo. Nos dijo que le gustamos, que le encantaría hacer algo con las dos, que no importaba y vaya sorpresita nos llevamos, era el hermano de la festejada y por lo tanto era su casa.
Nos llevo a su recámara, y ahí empezó la magia. Mi amiga ya había estado en un trio y estoy segura de que el hombre igual, entonces les dije que me fueran guiando que era mi primera vez en algo así. Creo que ha sido de mis experiencias más ricas y maravillosas, el hombre tenía una vergota, mi primera vez besando a una chica. Se la chupamos al mismo tiempo y nos besábamos, me cogía y mi amiga me manoseaba muy rico, el hombre nos dio perfectamente a ambas, me volví loca, besaba y tocaba a mi amiga yo. Hicimos poses que en la vida creí hacer jajjajaj, terminamos cansadisimos, él nos llevo a nuestras casas y vivimos a hacerlo dos veces ya mucho después, ya casi no hablo con esa amiga pero cada que nos vemos obvio recordamos eso.
La puerta de la recámara se cerró y el ruido de la fiesta se convirtió en un murmullo lejano, como si estuviéramos en otra dimensión. El cuarto olía a él, a colonia cara y a hombre, y estaba medio desordenado, con ropa tirada y posters de bandas en las paredes. Mi corazón latía tan fuerte que sentía que se me iba a salir por la garganta. El tipo, que nos dijo que se llamaba Gael, se recargó contra la puerta y nos miró con una sonrisa que me derritió las piernas. “¿Seguras?”, preguntó, pero sus ojos ya estaban desvistiéndonos.
Mi amiga, Sandra, fue la primera en responder. En vez de hablar, se acercó a él, le agarró la cara y le dio un beso. Uno de esos besos con lengua, profundo, que se oye. Yo me quedé ahí parada, viendo, sintiendo un calor raro en la panza y entre las piernas. Gael la besó de vuelta, con una mano en su culo y la otra desabrochándole el botón del jeans. Cuando se separaron, él me miró a mí. “Ven”, dijo, y su voz sonó grave, como un arrullo peligroso.
Caminé hacia ellos, temblorosa, y él me agarró de la cintura para juntarme con Sandra. Nuestros cuerpos chocaron, y de pronto estábamos las tres caras cerca, respirando el mismo aire cargado de alcohol y ganas. Fue Gael quien inició, besándome a mí esta vez, mientras su mano buscaba bajo mi blusa. Sus dedos encontraron mi sostén y mi pezón, y yo gemí en su boca. A mi lado, Sandra me estaba besando el cuello, sus manos en mi cintura, bajando hasta meterse por debajo de mi falda. No sabía a dónde mirar, a quién tocar, era una sobrecarga de sensaciones deliciosa.
Gael se separó y se quitó la playera de un tirón. Tenía el torso como lo había imaginado: duro, tatuado, con un vello oscuro que le bajaba hasta la cintura del pantalón. Nos miró y se bajó el cierre. “Quiero verlas”, dijo, y Sandra y yo, como si nos hubieran dado una orden, nos empezamos a desvestir la una a la otra. Ella me bajó la blusa y el sostén, y yo le desabroché su top, dejando sus tetas al aire. Nos miramos, medio avergonzadas, medio excitadas, y fue ella quien cerró la distancia y me besó. Fue raro al principio, suave, pero luego se volvió intenso. Sus tetas chocaban con las mías, su lengua sabía a vodka y a goma de menta, y una de sus manos se metió entre mis piernas, tocándome a través de la tela de mi tanga. Yo gemí y le devolví el favor, metiendo mi mano en su pantalón y encontrando su calor húmedo.
Gael ya estaba desnudo, y dios mío, tenía razón. Era una vergota. Larga, gruesa, con las venas marcadas, y se le veía dura como un mármol. Se acercó y nos guió hacia la cama. “Arrodíllense”, dijo, y obedecemos, las dos una al lado de la otra, frente a su verga que parecía brillar bajo la luz tenue de la lámpara. Sandra tomó la iniciativa, agarrándola con una mano y lamiendo la punta, donde una gota transparente asomaba. Yo, más tímida, la seguí. La sensación fue extraña pero excitante; la piel era suave y caliente, y latía. Empezamos a chupársela, primero cada una por su lado, luego juntas, besándonos con su verga en medio de nuestras bocas. Los gemidos de Gael nos guiaban, gruñidos bajos que nos decían que lo estábamos haciendo bien.
Después, él nos tumbó a las dos en la cama. Se puso sobre mí primero, metiéndome su verga de un golpe que me hizo gritar. Sandra se acomodó a mi lado, besándome, chupándome las tetas, mientras su mano bajaba a frotar mi clítoris. Yo era un manojo de nervios y placer, sentía a Gael adentro mío, moviéndose con una cadencia que me hacía ver estrellas, y a Sandra en mi piel, en mi boca. “Cámbiala”, le dijo Gael a Sandra en un momento, y ella, sin dudar, se puso debajo de mí. Yo me monté en su cara, sintiendo su lengua en mi clítoris mientras Gael, de pie junto a la cama, se la metía a ella por detrás. Yo tenía la cara enterrada en el coño de Sandra, oliendo su aroma dulzón, probando sus jugos, mientras sentía los empujones de Gael a través del cuerpo de ella. Fue una cadena de placer, un circuito donde todos éramos principio y fin.
Cambiamos tantas veces de posición que perdí la cuenta. En una, Sandra se montó en Gael y yo me puse detrás de ella, abrazándola, besando su espalda, metiendo mis dedos en su coño al mismo tiempo que la verga de Gael entraba y salía. En otra, Gael me puso a cuatro patas y Sandra se puso frente a mí, dándome de comer sus tetas mientras Gael me daba por detrás tan fuerte que la cama golpeaba la pared. Los sonidos éramos nosotros: jadeos, gemidos, palabrotas, el chasquido húmedo de los cuerpos, las palmadas de Gael en nuestros culos.
El clímax llegó casi al mismo tiempo para los tres. Gael, que me estaba dando otra vez a mí, gritó que se venía. “Adentro”, le grité yo, y sentí su chorro caliente llenándome. Eso hizo que Sandra, que estaba tocándose mientras nos veía, se viniera con un grito agudo. Y yo, apretada entre el cuerpo de Gael y las sábanas, exploté en un orgasmo que me hizo temblar de pies a cabeza, un tsunami de placer que me dejó sin aire.
Quedamos los tres tirados, sudados, jadeantes, en un silencio solo roto por nuestra respiración. Gael nos pasó una toalla y una botella de agua. Después, como caballero, nos llevó a casa. En el carro, Sandra y yo nos miramos en el retrovisor y sonreímos, una sonrisa cómplice que lo decía todo.
Lo repetimos dos veces más, semanas después, pero nunca fue igual que esa primera noche, llena de descubrimientos, de morbo, de ese miedo y excitación por hacer algo tan prohibido. Ahora casi no hablo con Sandra, la vida nos llevó por caminos distintos, pero cada que nos vemos, una mirada basta para recordar la noche en que éramos tres, y el mundo era solo una cama desordenada y un hombre que supo llevarnos al límite.


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