Cogiendo con mi tía
Tengo una tía que es la hermana menor de mi mamá y desde hace dos años que tenemos una relación más estrecha, no lo busqué apropósito escuchó una conversación que tenía con un amigo y desde esa vez me tiene mucho cariño y como ella trabaja yendo y viniendo por todas partes me lleva con ella los fines de semana y ahora la confianza es muy grande ya no me importa que la vea desnuda cuando se viste o se cambia la ropa y es que además ya sabe que me calienta lo que le parece normal porque crea ese efecto en muchas personas hasta ya me pidió que le muestre mi pene y me dijo que estaba grande y gruesa no pienso que sea muy grande pero ella dice que ya basta para darle placer a cualquier mujer.
Después de que ella me pidió ver mi pene y me dijo que estaba «grande y gruesa», las cosas cambiaron entre nosotros. Ya no era solo la confianza de andar con ella los fines de semana, ahora era algo más caliente, más peligroso.
Un sábado, fuimos a la playa solos. Ella manejaba ese carro automático con una mano, y con la otra se paseaba por su propio muslo, como si no pudiera evitar tocarse. Llevaba un vestido tan corto que cada vez que pisaba el freno, se le subía hasta la cintura. Yo, en el asiento del copiloto, con el pantalón de baño ya mojado de precum, no podía dejar de mirarle las piernas. «¿Te gusta lo que ves, sobrino?» me preguntó, con esa voz ronca que ahora sabía que usaba cuando estaba caliente. Yo solo asentí, con la garganta seca. «Cuando lleguemos a la playa, te muestro más,» prometió, y aceleró el carro.
Efectivamente, cuando llegamos, en vez de quedarnos en la parte pública, nos fuimos a una caleta escondida entre las rocas. Allí, sin miramientos, se quitó el vestido. Y marico, debajo no llevaba nada. Nada de nada. Su cuerpo, moreno por el sol, con esas tetas operadas que se veían más firmes que nunca, y ese chocho depilado, goteando bajo el viento playero. «Ven,» me dijo, tendiéndome la mano. Me acerqué temblando y ella me agarró la verga a través del pantalón de baño. «¿Ves? Te dije que eras un hombre bien dotado.»
No hubo más preámbulos. Me empujó contra una roca caliente y, arrodillándose en la arena, me bajó el pantalón de baño. El contraste del aire marino con el calor de su boca me hizo gritar. Me la chupó como una profesional, metiéndosela toda, ahogándose voluntariamente, con unos ojos que me miraban fijo, desafiándome. Sus manos no paraban, una me apretaba los huevos y la otra se la metía ella misma, haciendo esos ruidos húmedos que ahora asociaba con ella. «Tu pene es perfecto, duro y grueso justo como me gusta,» dijo entre lengüetazos, y aceleró el ritmo. Yo, marico, no pude aguantar y me corrí en su boca en menos de cinco minutos. Ella se tragó todo, sin perder una gota, y luego me sonrió, con mis fluidos brillándole en los labios. «Eso es solo el aperitivo,» dijo.
Pero ahí no acabó la cosa. Como si nada, se puso de pie y se subió a una roca más grande, apoyándose en cuatro patas. «Ahora quiero sentirlo aquí adentro,» ordenó, señalando su chocha, que estaba visiblemente hinchada y palpitando. «Quiero que me des por este culo que tanto te gusta mirar.» Yo, con la verga ya semi-erecta otra vez, no lo dudé. La embarré de saliva y playa, y se la metí. El grito que soltó retumbó entre las rocas. «¡Sí, así, duro, mi niño!» Me agarró de las nalgas y me clavó las uñas, mientras yo le daba sin piedad, viendo cómo mi pene desaparecía en su cuerpo, una y otra vez. El sonido era brutal, un chasquido de carne sudada y mar. «Eres mejor que tu tío,» jadeó, en un momento de confesión que me electrizó. «Nunca me llenó así.»
Cambiamos de posición, y esta vez fue ella quien me montó, ahí en la arena, con el sol quemándonos la piel. Se movía como una posesa, gritando que era mi puta, que su chocha era solo mía. Yo le manoseaba las tetas y le mordía el cuello, sintiendo cómo se venía una y otra vez, bañándome la verga con sus jugos. «Ahora quiero que te corras dentro,» suplicó, y yo, en un éxtasis de morbo, lo hice. La llené hasta que le escurrió por los muslos, y ella se derrumbó sobre mí, jadeando.
En el viaje de vuelta, manejaba con una mano y con la otra me la jalaba suavemente, a plena luz del día. «Esto es nuestro secreto, ¿okey?» me dijo, y supe que no sería la última vez. Ahora, cada vez que puedo, me escapo con mi tía a algún lugar escondido, y ella, la muy zorra, siempre encuentra la manera de hacerlo aún más sucio y excitante.


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