noviembre 20, 2025

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TRIO EN EL TAXI

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Esa noche en el antro estaba de la verga, la neta. La música a todo volumen, el humo del vape por todos lados, y yo ahí, con una chela en la mano, buscando con quién desquitarme el estrés de la semana. Y entonces la vi. Una morrita vestida con un short tan corto que casi le salían las nalgas, y un top que dejaba ver su abdomen marcado. Morena, con el pelo teñido de rojo, y una mirada que decía «hazme tu perra». No lo pensé dos veces, me acerqué y le ofrecí una bebida.

Ella, que se llamaba Frida, aceptó con una sonrisa pícara. Empezamos a platicar, pero en el antro no se oye ni madres, así que terminamos en la pista de baile. Sonó una bachata y la agarré de la cintura, pegándola a mí. Sentí sus tetas contra mi pecho, y su aliento caliente en mi cuello. No tardé en bajar la mano a sus nalgas, redondas y firmes, y apretarlas con fuerza. Ella no se hizo para atrás, al contrario, se restregó más contra mí, y luego me agarró la nuca y me comió la boca. Un beso con lengua, húmedo y caliente, que me dejó la verga dura al instante.

¿Quieres ir a mi depa? le dije al oído, y ella, sin soltarme de la boca, asintió. Pagué la cuenta rápido y salimos a la calle. Hacía frío, pero nosotros estábamos ardiendo. Paré un taxi, uno de esos viejos, con el asiento de atrás gastado y un olor a cigarro rancio. Nos subimos, y yo le di mi dirección al chofer, un tipo de unos cuarenta y tantos, con una gorra puesta y unas manos callosas.

Apenas arrancó el carro, Frida se lanzó sobre mí. Me desabrochó el pantalón y se sacó mi verga, que ya estaba palpitando y goteando. «Quiero saborearte,» susurró, y se la metió toda a la boca. El taxista nos miró por el espejo retrovisor, pero no dijo nada, solo ajustó su gorra y siguió manejando. Yo gemía, con la cabeza recostada en el asiento, sintiendo cómo su lengua jugueteaba con la cabeza de mi miembro, cómo se ahogaba con él, cómo sus manos me acariciaban los huevos. Era una mamada experta, de esas que te hacen ver las estrellas.

En un semáforo, el taxista no pudo evitarlo. «Oigan, ¿y si me uno a la fiesta?» dijo, con una voz ronca. Yo esperé que Frida se ofendiera, pero para mi sorpresa, se separó de mi verga, con la boca brillante de saliva, y dijo: «Claro, papi, entre más, mejor».

No lo podía creer. El tipo estacionó en un callejón oscuro, apagó las luces, y se bajó para subir atrás con nosotros. El taxi era pequeño, así que estábamos apretados, pero eso solo lo hacía más excitante. El chofer, que dijo llamarse Rogelio, se sacó su verga. Era gruesa, morena, con venas marcadas, y se veía que estaba acostumbrado a esto. Frida, como la zorra que era, se lanzó sobre él también, metiéndosela en la boca mientras con una mano me seguía jalando a mí.

Rogelio le bajó el short y la puso a cuatro patas en el asiento. «Te voy a dar por el culo, putita,» le dijo, y ella solo gimió de aprobación. Él escupió en su mano y lubricó su agujero, luego, sin más, se lo metió. Frida gritó, un grito de dolor y placer mezclados, y yo, desde atrás, le metí mi verga en la boca para que no hiciera tanto ruido. El sonido de sus nalgas chocando contra las caderas de Rogelio llenaba el taxi, un ritmo húmedo y obsceno.

Cambiamos de posiciones como si fuéramos expertos. Yo me puse detrás de ella y se la metí en su chocha, que ya estaba empapada, mientras Rogelio se la seguía dando por el culo. Frida estaba en el medio, siendo follada por ambos lados, gimiendo como una loca, con baba saliéndole de la boca. «Más duro, papis, no se detengan,» suplicaba, y nosotros obedecíamos, dándole con toda nuestra fuerza, sintiendo cómo sus músculos nos apretaban.

En un momento, Rogelio se salió y me dijo: «Cambiemos, quiero probar ese culo apretado». Yo, sin dudarlo, le di su lugar. Él le metió su verga en el culo otra vez, y yo me puse frente a Frida, metiéndole mi miembro en la boca. Ella me miraba con los ojos vidriosos, llenos de lujuria, y se tragaba cada centímetro, ahogándose una y otra vez. Rogelio le daba tan fuerte que el taxi se mecía, y los vidrios se empañaban con nuestro calor.

«Me voy a venir,» rugió Rogelio, y Frida, en vez de pedirle que se corriera fuera, abrió más la boca. «Adentro, los dos, quiero su leche,» gimió. Esas palabras fueron nuestra sentencia. Yo, que ya no aguantaba más, empecé a bombear mi semen en su garganta, caliente y espeso, mientras Rogelio, con un gruñido animal, llenaba su culo con su propia leche. Frida tragó cada gota de la mía, y cuando Rogelio se salió, un chorro blanco salió de su ano, manchando el asiento.

Quedamos los tres jadeando, sudados, en el silencio del callejón. Frida, con la cara llena de mi saliva y su maquillaje corrido, sonreía. «Qué rico,» dijo, limpiándose la boca con el dorso de la mano. Rogelio se subió al frente, se arregló, y prendió el carro como si nada. «¿A dónde los llevo?» preguntó, y yo, todavía temblando, le dije que a mi depa.

En el camino, Frida se recostó en mí, y su mano volvió a mi entrepierna. «¿Round dos en tu cama?» susurró, y yo supe que esa noche no iba a dormir. Al llegar, pagué a Rogelio, quien me guiñó un ojo. «Cuando quieran, aquí andamos,» dijo, y se fue.

En mi departamento, Frida y yo repetimos, esta vez sin compañía, pero con la misma intensidad. La amanecí follándola en cada rincón, y cuando por fin se fue, al mediodía, mi cama estaba destruida y yo, exhausto pero satisfecho.

La juventud de hoy está bien loca, sí, pero qué puto gusto ser parte de ella. Esas morras que no tienen límites, que se avientan lo que sea, son lo mejor que nos ha pasado. Y Frida, esa perrita insaciable, ya me mandó mensaje para repetir el próximo fin de semana. Y esta vez, quiere que invite a Rogelio otra vez. ¿Quién soy yo para decir que no?

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