octubre 31, 2025

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Asalto en el callejón

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Fue en el microcentro, una noche de esas q te pesan en los huesos. Yo, con mis 51 años encima, caminando como un boludo con la cámara al hombro. Había sacado fotos a las luces de los edificios, esas q se reflejan en el pavimento mojado. La ciudad estaba callada, o eso pensaba.

Escuché pasos detrás. Rápidos. No me di vuelta, uno nunca se da vuelta. Sentí el brazo alrededor del cuello, flojo pero firme. «La billetera, viejo», dijo una voz. Joven. Con un acento q no era de acá. Peruano, claro. Me palpe el bolsillo, se la di. Todo esto en segundos. Pero cuando iba a soltarme, lo sintió. Mi verga, dura contra su pierna. Una reacción estupida del cuerpo, el miedo a veces se transforma en otra cosa.

Se rio. Un sonido seco. «Qué tenés ahí, papito». No me soltó. Al contrario, me apretó más. Su otra mano bajo directo a mi entrepierna, apretando. Yo gemi. No de dolor. «Parece q te gusta esto, maricón», susurró en mi oído. Su aliento olía a cerveza barata y cigarrillo. Yo no podía moverme. Y la verdad, no queria.

Me arrastro a un callejon. Oscuro, el olor a orín y basura era fuerte. Ahí me soltó. Pude verlo. Joven, no mas de 25. Pelo negro corto, una chaqueta negra gastada. Ojos oscuros, intensos. Tenia una sonrisa de esas q te dicen q ya hizo esto antes. «Dale, sacatela», dijo, señalando mi pene con la cabeza. «Vamos, rápido.»

Mis manos temblaban al bajar el cierre. Mi verga salió, palpitando en el aire frio. Era una ereccion violenta, incontrolable. El la miró, sorprendido. «Carajo, esta grande para ser un viejo». Se acercó, la agarró con su mano. Fue electrico. Sus dedos, callosos, la rodearon. Un jalón seco, fuerte. Yo apoye las manos contra la pared, sudando.

«Te gusta q te la jale un choro, no?», preguntó, frotando la punta con el pulgar. Yo solo asentí, sin voz. «Hablá, puto», exigió. «Sí», logré decir. «Sí, me gusta.»

El bajo su propia cremallera. Su verga era mas delgada q la mia, pero larga. Recta. Olia a precum y a hombre, un olor crudo. «Chupala», ordenó. Y yo obedeci. Me arrodillé en el piso sucio, sin importarme nada. La puse en mi boca, caliente, salada. El gimió, agarrandome del pelo. «Asi, viejo, asi. Abrite bien.»

Se la metí toda. Mi garganta se abrió para él, mis ojos lloraban. Podia sentir como le latia. Movia sus caderas, empujando. «Sos una buena puta», masculló. Yo solo podia gemir, con la boca llena. Despues de un rato, la sacó, brillando con mi saliva. «Parate», dijo.

Me levante. «Dale vuelta». Le di la espalda. Sabia lo q venia. El bajo mis pantalones y mi ropa interior hasta los tobillos. El aire frio en mis nalgas me erizo la piel. Escupio en su mano y me froto el ano. Un escupitajo, nada mas. «Aguanta, maricon», dijo, y apunto la punta de su verga.

El dolor fue blanco, cegador. Un desgarro. Grite, pero su mano se tapo mi boca. «Callaete», gruñó, y empujó mas. Entro de a poco, rompiendome. Sentia cada milimetro, cada pliegue cediendo. Cuando estuvo todo dentro, los dos jadeabamos. El, por el esfuerzo. Yo, por el dolor q ya se mezclaba con un placer retorcido.

Empezó a moverse. Lento al principio, cada embestida un cuchillazo. Yo me aferraba a la pared, los nudillos blancos. El sonido de sus caderas chocando contra mis nalgas era obsceno, un ritmo humedo y violento. «Tu culo esta bien apretado, viejo», jadeaba él. «Para ser un abuelo, tenes un buen hueco.»

Su lenguaje soez me excitaba mas. «Si», gemí. «Soy tu puta.» El me agarro de las caderas con mas fuerza, clavandome las uñas. Aceleró. Ya no era solo dolor. Era una friccion q me encendia por dentro, una presion en mi prostata q me hacia ver estrellas. Mi propia verga, olvidada, goteaba contra la pared.

«Vas a venirte, maricón?», me escupió. «Vas a chorrear como una nena por mi verga?»

«No… no sé», jadeé, perdido en la sensacion.

El saco su verga de repente. El vacio fue brutal. Me dio vuelta. Sus ojos brillaban con ferocidad. «En la boca», ordeno. «Quiero verte tragar.»

Me arrodille de nuevo. El se masturbo rapidamente, con movimientos cortos y nerviosos. Su cuerpo se tenso y un gruñido profundo le salio de la garganta. El primer chorro me golpeo la cara, caliente y espeso. Los siguientes en mi boca, en mi lengua. El sabor era salado, amargo, a pura vida cruda. Trague. Todo. Como el queria.

Cuando termino, se limpio con el dorso de la mano. Se guardo la verga. Me miro como si yo fuera un trapo sucio. «Andate», dijo.

Yo, aun de rodillas, con sus fluidos en mi cara y mi culo palpitando, me levante. Ajuste mi ropa. El dolor era real, pero una paz extraña me invadia. El tomo mi billetera del bolsillo, saco el dinero y me la tiro a los pies. «Para el taxi», dijo, y se rio de nuevo. Desaparecio en la oscuridad del callejon.

Camine hasta mi departamento como un sonambulo. En el baño, me mire en el espejo. Tenia la marca de su mano en la boca. Mi culo sangraba un poco, un hilo rojo q manchaba mi ropa interior. Me ducharía, me pondría crema, fingiría q nada paso.

Pero mientras el agua caliente caia sobre mi, no podía dejar de tocarme. Recordar su voz, su olor, la sensacion de estar completamente a su merced. Me puse de cara a la pared, como en el callejon, y me meti dos dedos, buscando ese dolor placentero.

Me vine gritando su nombre, un nombre q ni siquiera sabia. Despues, lloré. No de tristeza. De alivio. De haberme sentido mas vivo en esos minutos violentos q en los ultimos años de mi vida tranquila y predecible.

Al dia siguiente, fui a la misma zona. Con la misma cámara. Esperando, tal vez, q el joven peruano de la chaqueta negra apareciera de nuevo. Para robar mi billetera. O lo q quedaba de mi.

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