Trabajo como técnica en servicio técnico de LG, y siempre he sido lesbiana, me gustan las mujeres, me excitan sus cuerpos, sus tetas, sus culos, todo. Pero el jueves pasado me mandaron a una reparación a un departamento en Miraflores y ahí conocí a Marco.

El tipo abrió la puerta y casi se me cae la caja de herramientas. Medía como 1.90, piel morena, brazos tatuados, y un short de deporte tan corto y ajustado que se le marcaba TODO el paquete. Yo, que siempre he dicho que los hombres no me gustan, sentí algo raro en la panza. «Pasa, eres la de LG, ¿no?» me dijo con una voz que me recorrió todo el cuerpo.

Mientras revisaba el televisor, no podía dejar de mirarlo de reojo. Se sentó en el sofá frente a mí y se le abrieron las piernas. En serio, se le veía la forma de la verga through la tela del short, gruesa y larga, y yo sentía que se me secaba la boca. «¿Encuentras el problema?» preguntó, y cuando levanté la vista, vi que me miraba con una sonrisa que no era inocente.

«Tengo que revisar atrás del TV», dije, y él se acercó a ayudarme. Al pasar, su entrepierna rozó mi hombro y sentí lo duro que estaba. Mi corazón latía a mil. «Oye, ¿y si revisas otra cosa?» me susurró al oído, y su aliento caliente me erizó la piel.

Antes de que pudiera reaccionar, me agarró de la cintura y me giró hacia él. «Sé que te gustan las mujeres, pero apostaría a que nunca has probado una verga de verdad», dijo, y antes de que pudiera protestar, me besó. Fue un beso violento, con lengua, que me dejó sin aire. Y lo más raro es que no me desagradó.

Sin decir nada, se bajó el short y ahí estaba: una verga enorme, más grande de lo que había imaginado, gruesa, con venas marcadas y un glande morado que parecía palpitarme en la cara. «Ábrela, técnica», ordenó, y yo, como en trance, abrí la boca.

El sabor era salado, a sudor y a hombre, y cuando me la metió hasta la garganta, sentí que me ahogaba, pero también una excitación que nunca había sentido. Le chupaba como loca, jugando con sus huevos con una mano mientras con la otra me tocaba through el pantalón del uniforme. Estaba tan mojada que se me transparentaba.

«Quiero ver esa conchita», gruñó, y me bajó el pantalón del uniforme junto con las bragas. Me puso contra la pared y me abrió las piernas. «Mira cómo me mojas, y decías que no te gustaban los hombres», dijo mientras me metía dos dedos. Grité, pero de placer, porque sus dedos encontraban puntos que ni yo sabía que tenía.

Después me llevó al dormitorio y me tiró sobre la cama. «Hoy vas a saber lo que es un hombre», dijo, y se puso entre mis piernas. Cuando me la metió, pensé que me partía en dos. Era tan grande que dolía, pero un dolor rico, que me hacía querer más. Empecé a mover las caderas, pidiéndole que me diera más duro, y él obedecía, agarrándome de las caderas y clavándosela hasta el fondo.

En un momento me dio la vuelta y me puso a cuatro patas. «Ahora te voy a dar por donde ninguna mujer te ha dado», susurró, y antes de que pudiera entender, sentí su lengua en mi ano. La sensación fue tan intensa que casi me vengo ahí mismo. Después, cuando me penetró por ahí, grité como loca, pero no de dolor, sino de un placer que no sabía que existía.

Estuvimos como dos horas, probando de todo. Me vino en la boca, en las tetas, adentro de mi chocha, y cada vez que lo hacía, yo sentía que algo en mí cambiaba. Cuando por fin terminamos, los dos estábamos cubiertos de sudor y mis fluidos.

Hoy, de vuelta en mi casa, no puedo dejar de pensar en su verga. Mi novia me llama y le invento excusas, porque sé que si Marco me llama, voy a correr a su casa. Soy lesbiana, sí, pero ahora también soy la puta de Marco, y lo peor es que me encanta. ¿Será que puedo ser las dos cosas?