octubre 20, 2025

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Mis vecinos venezolanos me tienen loca

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Soy Francisca, tengo 29 años, vivo en San Martín de Porres aquí en Lima, y mi esposo se fue a España hace un año a trabajar. La soledad estaba matándome, hasta que hace tres meses llegaron unos vecinos nuevos al departamento de al lado: una pareja de venezolanos, Carlos y Valentina.

Carlos es un tipo alto, moreno, con unos brazos que se le marcan hasta through la camisa, y Valentina es una diosa, pelo negro hasta la cintura, un culo que no te cabe en las manos y unas tetas naturales que parecen de revista. Al principio fue todo inocente, yo los ayudé a mudarse, les presté algunas cosas de la casa, y empezamos a juntarnos a tomar cervezas los fines de semana.

Pero últimamente, no sé, la cosa se está poniendo más caliente. La semana pasada estaban en mi departamento viendo una película y Carlos «sin querer» me tocó un muslo cuando fue por más cervezas. Valentina no dijo nada, solo sonrió. Y el sábado pasado, cuando estábamos bailando salsa en la sala, Valentina se pegó tanto a mí que sentí sus tetas contra mi espalda y su aliento caliente en mi cuello.

Anoche fue el colmo. Invité a cenar y preparé ceviche, que a los dos les encanta. Después de comer, nos pusimos a tomar pisco y Carlos empezó a contarnos cómo se conocieron con Valentina. Resulta que antes tenían tríos seguido, con hombres y mujeres. Cuando dijo eso, se me puso la chocha mojada al instante. Valentina lo notó y me dijo, con esa voz ronca que tiene: «A ti te gusta eso, ¿no Fran?».

No pude evitar tocarme disimuladamente through el pantalón. Carlos se acercó y me dijo al oído: «Te ves tan rica que me tienes la verga dura desde que llegamos». Yo, en vez de alejarme, le agarré la mano y se la puse en mi pierna. Valentina vino y se sentó del otro lado, empezando a acariciarme la espalda.

«¿Quieres probar algo diferente, Francisca?», me susurró Valentina mientras me mordisqueaba la oreja. Yo solo pude asentir, con la respiración entrecortada. Carlos no esperó más: me agarró de la nuca y me besó con una fuerza que me dejó sin aire, metiéndome la lengua hasta la garganta. Al mismo tiempo, sentí la mano de Valentina abrirme los botones del blazer y agarrarme las tetas.

En menos de un minuto estaba semidesnuda en mi propio sofá, con Carlos chupándome las tetas y Valentina bajándome el pantalón. «Quiero ver cómo sabes», le dijo Carlos a Valentina, y ella, obedientemente, se puso entre mis piernas y me abrió la chocha con sus dedos. Cuando metió su lengua, grité tan fuerte que estoy segura que los vecinos de abajo escucharon.

Carlos se sacó la verga, que era exactamente como me la imaginaba: gruesa, venosa, con un glande morado que palpitaba. «Ábreme bien la boca, peruana», me ordenó, y yo obedecí, tragándomela entera mientras Valentina me seguía comiendo abajo. Era demasiada sensación, la lengua de ella en mi clítoris, la verga de él en mi garganta, las dos manos de Carlos agarrándome la cabeza.

En un momento, Carlos me dio la vuelta y me puso a cuatro patas. «Valentina, ven a enseñarle cómo lo hacemos en Venezuela», le dijo, y su mujer vino y se puso debajo de mí, con la boca abierta. Carlos me metió la verga por detrás, llenándome completamente, mientras yo bajaba la cabeza para chuparle la chocha a Valentina. El sabor era dulce, como mango maduro, y sus gemidos se mezclaban con los míos.

Cambiamos de posiciones toda la noche. En un momento, Valentina se montó en mi cara mientras Carlos me cogía por detrás. Después, yo me puse encima de Carlos, sintiendo su verga en mi interior, mientras Valentina me chupaba las tetas por detrás. La combinación de sus cuerpos, sus voces, sus olores, me tenía al borde del delirio.

Cuando Carlos me pidió el culo, no dudé ni un segundo. Valentina me lubricó con su boca, lamiéndome el ano hasta que estuvo listo, y entonces Carlos me penetró por ahí, llenándome de un dolor placentero que nunca había sentido. Mientras lo hacía, Valentina se puso frente a mí y yo le chupaba la chocha, sintiendo cómo los tres nos movíamos al mismo ritmo.

Vinimos casi simultáneamente. Carlos me llenó el culo de leche caliente, Valentina se corrió en mi boca, y yo exploté en un orgasmo que me hizo ver estrellas. Nos quedamos tirados en el piso de la sala, los tres sudados, jadeantes, cubiertos de nuestros fluidos.

Hoy me desperté con el olor de los dos en mi piel y no puedo dejar de sonreír. Mi marido me llama desde España y yo le miento, diciendo que estoy viendo televisión, cuando en realidad estoy contando los minutos para que llegue la noche y pueda repetir con mis vecinos. Valentina ya me mandó un mensaje preguntando si quiero que compren más condones, y Carlos me envió una foto de su verga dura, con el mensaje: «Tu culo me espera».

Quiero que esta noche sea aún mejor. Quiero que me cojan en la cama matrimonial donde duermo sola hace un año, quiero que usen mi ropa interior para limpiarse, quiero que me hagan de todo. Quiero ser su juguete peruano, la esposa solitaria que ellos satisfacen. Y si mi marido algún día regresa, tendrá que aceptar que su mujer ahora prefiere el sabor venezolano.

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