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Soy adicta al sexo❤️ mi esposo me comparte hacemos tríos y intercambio de parejas
Ay, Dios mío, a veces no sé si reír o llorar, parce. Mi nombre es María, tengo 33 años y soy de Medellín, y les juro que tengo un problema serio con el sexo. Es como una adicción que me controla, una necesidad que me quema por dentro todo el tiempo.
Mi esposo, Carlos, es un santo, en serio. Él fue el que un día, después de una noche especialmente caliente, me dijo: «Mi amor, ese culo que te cargas es demasiado bueno para guardarlo solo para mí. Es una obra de arte y el arte hay que compartirlo». Y así empezó esta locura.
Hemos hecho de todo. Tríos con otra mujer, tríos con otro hombre, intercambios de parejas completas. La semana pasada, por ejemplo, quedamos con una pareja que conocimos en una app. Ella, una pelirroja delgada pero con unas tetas enormes, y él, un tipo moreno y musculoso.
Quedamos en un motel por la Autopista Norte. Carlos y la pelirroja empezaron en la ducha mientras yo, en la cama, me quedé con el moreno. El tipo no perdió tiempo. Me empujó contra las sábanas y me bajó el vestido. Cuando me vio en tanga, soltó un silbido. «Carlos tenía razón, este culo es una maravilla», dijo, y me dio una nalgada que resonó en toda la habitación.
Yo gemí, y no de dolor. Me puso en cuatro y me la metió por detrás sin ningún miramiento. Era gruesa y sabía usarla. Mientras él me daba, yo miraba hacia el baño, donde Carlos le chupaba las tetas a la pelirroja contra la pared de la ducha. Ver a mi esposo con otra mujer me excitó tanto que me vine en segundos, gritando y apretando las sábanas. Luego cambiamos. Yo me quedé con la pelirroja. Fue raro al principio, pero cuando me acerqué y le besé un pezón, algo hizo click. Era suave y sabía a jabón. Bajé mi boca hasta su entrepierna y la saboreé, mientras ella gemía y se agarraba de mi cabeza. Carlos y el moreno nos observaban desde la cama, jalándose las vergas. Fue una noche intensa, llena de gemidos, sudor y cuerpos entrelazados.
Pero no todo es color de rosa, parce. A veces, cuando todo termina y cada quien se va a su casa, me invade una culpa horrible. Me quedo mirando a Carlos dormir, tan tranquilo, y pienso: «¿Qué clase de mujer soy?». Soy una ninfómana, no hay otra palabra. Mientras otras mujeres piensan en la cena o en los niños, yo no puedo dejar de pensar en una nueva verga, en unos labios nuevos en mi cuerpo, en la sensación de ser penetrada por un desconocido mientras mi esposo mira. Es como un fuego que nunca se apaga.
Hace tres días, por ejemplo, Carlos tuvo que viajar por trabajo. Esa misma noche, ya me estaba contactando con un excompañero de la universidad que siempre me había gustado. Quedamos en un bar y en menos de una hora ya estaba en su apartamento, con la falda arriba de la cintura, recibiéndolo a sentones en su sillón. Era más joven que Carlos y tenía una energía diferente. Me tomó del cuello suavemente mientras me movía arriba de él y me susurraba cosas sucias al oído. Fue increíble, pero cuando volví a casa, a una casa vacía, me derrumbé en el sofá y lloré. Lloré por la mujer que soy, por esta necesidad que no puedo controlar.
Carlos lo nota. Ayer por la noche, después de coger solo nosotros dos (y fue rico, parce, él me conoce y sabe cómo darme placer), me abrazó fuerte y me dijo: «María, no te sientas mal. Esto es lo que somos. A mí me excita compartirte, verte disfrutar. Ese culo no es solo mío, es para el mundo». Sus palabras me consuelan, pero la culpa siempre regresa. Es un ciclo: me caliento, busco sexo, lo tengo, siento culpa, y vuelvo a empezar.
El mes pasado fue el colmo. Fue el cumpleaños de Carlos y, como regalo, me ofrecí a organizar un trío con su mejor amigo, Alejandro. Siempre había notado cómo me miraba, y la verdad, el muy hijueputa está bueno. Carlos aceptó emocionado.
Esa noche, después de la fiesta, los tres terminamos en nuestra habitación. Alejandro era más tímido, pero una vez que le bajé el cierre del pantalón y saqué su verga (larga y delgada, perfecta para dar en el punto exacto), se soltó. Carlos se sentó en una silla a vernos. Yo me puse de espaldas a Alejandro y guié su verga hacia mi entrada, bajando lentamente sobre ella mientras miraba a los ojos a mi esposo. La expresión en su cara era de puro deseo. Alejandro me agarró de las caderas y empezó a moverse, llenándome profundamente. Yo cerraba los ojos y gemía, pero luego los abría para ver a Carlos, que se estaba masturbando mientras nos observaba. «¿Te gusta ver cómo tu amigo me coge, papi?», le dije, y él asintió, con la respiración entrecortada.
Cambiamos de posiciones. En un momento, Carlos se unió y me penetró por detrás mientras yo le chupaba la verga a Alejandro. Era una sensación abrumadora, sentir a dos hombres usándome al mismo tiempo, siendo el centro de atención absoluto. Fue tan intenso que me vine tres veces seguidas, hasta quedar sin fuerzas.
Pero al día siguiente, la culpa me golpeó con más fuerza que nunca. Mientras preparaba el desayuno, no podía ver a Carlos a los ojos. Me sentía sucia, usada. Él se acercó por detrás, me abrazó y me preguntó si estaba bien. Le dije que sí, pero él sabe que miento.
«María, mi amor,» susurró, «esa conchita y ese culo son míos, pero el placer que te dan otros también es mío, porque yo te veo feliz». Tal vez tenga razón. Tal vez este estilo de vida sea la única manera de manejar este fuego que llevo dentro. Pero, ¿a qué costo? A veces me pregunto si algún día este deseo insaciable me consumirá por completo.
Mientras tanto, la semana que viene ya tenemos una cita con una nueva pareja que conocimos en el gimnasio. Y aunque una parte de mí se siente asustada, la otra parte, la ninfómana, ya está contando los minutos.
Una respuesta
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Que relato tan delicioso!


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