Mano, esta situación está que quema. Tengo esta amiga, la Britney, que es una santa en la calle y una perra en la cama… o al menos, por mensaje. La conozco desde la prepa, cuando llegó con su novio oficial, el pendejo que todos conocemos. Pero hace unos meses, la cosa se puso heavy. Empezó a mandarme unos textos que me dejaron la verga dura por horas.

Fue de a poco, weon. Un “qué haces” a media noche, un “te extraño” random. Hasta que un día me suelta que sueña conmigo, que en sus fantasías yo la tengo contra la pared, agarrándole esas tetas perfectas que se carga mientras le doy por detrás hasta hacerla gritar. Eso fue la llave que abrió el infierno. Desde ahí, Britney se transformó en mi puta personal.

Ahora, cuando le escribo, obedece al instante. Le digo “muéstrame esa panocha, pero con los dedos abriéndotela”, y en cinco minutos tengo la foto en mi pantalla, con su rajita rosada y mojada, bien abierta para mí. Le ordeno que se grabe tocándose y diciendo mi nombre cuando se corre, y la muy zorra lo hace, con una voz que parece de porno. Es una adicción, weon. Saber que está en su casa, quizá con el novio en la otra habitación, y que está ahí, mandándome fotos de su culo en el baño, con ese calzón que le compró el imbécil, empapado por mí.

Pero aquí está el detalle que me tiene loco: a veces me pregunto, ¿será que esta jeva es así de perra solo conmigo? ¿O será que es una cachonda sin remedio que haría lo mismo con cualquier weon que le eche un cuento? La idea me pone a mil. Pensar que quizá le manda estas mismas fotos a otros, que se la cogen en su mente mientras está con el novio… es un morbo enfermizo, pero joder, es lo que más me prende.

Lo más cabrón de todo es la facilidad con la que lo hace. Me manda un audio gimiendo mientras yo estoy en el jale, y después sube una foto con el novio a Instagram, toda sonriente y de familia. Es una doble vida de la puta madre, y yo soy su cómplice. A veces le pregunto: “¿Y tu novio, mi amor? ¿Qué diría si supiera que su princesa es mi perra obediente?”. Y ella solo responde: “Él no me hace sentir lo que tú”. Y yo aquí, con la verga en la mano, listo para pedirle que se grabe metiéndose el cepillo de dientes en ese chocho que es solo mío. Es una mierda, pero es la mejor mierda del mundo.