septiembre 29, 2025

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Ari: Prisionero de Mi Piel II

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Desde aquel día, mi vida dejó de ser la misma. Jordan comenzó a aparecer con frecuencia cerca de mi casa, como si el barrio entero se hubiera convertido en su terreno de cacería y yo en su presa favorita.

Cada vez que yo salía, ahí estaba él. Apoyado en una pared, con los brazos cruzados, mostrando sus músculos como si lo hiciera sin darse cuenta. Su voz grave se imponía en el aire apenas me veía pasar:

—Hola, preciosa… ¿a dónde tan solita?

Yo bajaba la mirada al suelo, con el rostro encendido, murmurando un tímido “buenas tardes”, apenas audible. El corazón me latía con fuerza, y aunque quería escapar de esa presencia tan intimidante, algo dentro de mí me mantenía cerca, atrapado en el magnetismo de sus palabras.

Cuando iba a la tienda por pan o por alguna golosina, él siempre encontraba la manera de interceptarme. Se inclinaba hacia mí, su sombra enorme cubriéndome, y con una sonrisa burlona me lanzaba un piropo que me dejaba sin aliento.

—Con esas piernotas y ese culaso, cualquiera se vuelve loco, Ari. Estas bien rica chiquita.

—No te escondas, Ari… que no te voy hacer nada que tu no quieras.

Yo temblaba, apretando las bolsas en mis manos, sin atreverme a responder. Me decía a mí mismo que estaba equivocado, que él pensaba que yo era una mujer, que todo era un error. Pero en el fondo, algo en su insistencia me hacía sentir viva, deseada de una forma que jamás había imaginado.

Jordan jugaba con mi timidez. Si me veía sonrojar, reía satisfecho, como si disfrutara mi vergüenza. Si intentaba alejarme rápido, aceleraba el paso y me bloqueaba el camino, obligándome a mirarlo, aunque fuera unos segundos.

—Mírame, princesa… ¿qué te cuesta regalarme una sonrisa? —decía con esa voz gruesa que hacía vibrar mi pecho.
Y yo… obedecía. Sonreía nerviosa, bajando los ojos al instante, sintiéndome diminuta frente a él.

Con el tiempo, esa rutina se volvió inevitable. Cada salida era un encuentro con Jordan, cada compra en la tienda, un momento en que mis secretos temblaban de salir a la luz. Y aunque mi razón me gritaba que debía alejarme, mi cuerpo, mi alma entera, empezaban a rendirse ante la intensidad de su presencia.

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