septiembre 28, 2025

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Amo de mi placer

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Son las cinco de la tarde y estoy a punto de salir del trabajo. Paso al baño para retocarme un poco; nunca se sabe qué plan inesperado pueda surgir. Regreso a mi puesto y, justo entonces, suena mi teléfono. Al ver quién llama, un cosquilleo recorre todo mi cuerpo: es el hombre que me roba el sueño y enciende mi deseo con solo pensarlo. Respiro hondo y contesto, intentando que no se note la ansiedad que me provoca.

—Hola —digo.
Al otro lado, su voz grave y sensual me eriza la piel:
—Te recojo a las cinco, en el mismo lugar de siempre.

Lo único que logro responder es un “ok”, cargado de expectativa.

Nos encontramos. Desde el primer instante, su mirada me desviste y me hace estremecer. Apenas subo al carro, nuestros labios se buscan en un beso intenso, y siento cómo mi cuerpo tiembla de pura excitación. Mientras conduce, mis manos se deslizan hacia su intimidad, alimentando el deseo que late entre nosotros.

El camino pasa entre paisajes hermosos que apenas logro registrar; lo único que ocupa mi mente es la urgencia de su cuerpo. Su mano acaricia mi pierna y entiendo que hemos llegado al lugar del encuentro.

En la habitación, apenas cerramos la puerta, me abraza fuerte y nuestros labios se funden en un beso profundo. Sus manos exploran mis curvas con hambre: mis pechos, mis nalgas, mi piel que se eriza con cada roce. Me gira contra la pared y una nalgada me arranca un gemido cargado de placer. Sus besos bajan por mi espalda, encendiendo cada fibra de mí.

 

La ropa desaparece entre besos y jadeos. Caemos sobre la cama, explorando cada rincón del otro. Nuestros cuerpos se rozan, se tocan, se masturban mutuamente hasta que mi orgasmo explota, arrancándome suspiros de alivio y hambre al mismo tiempo. Le suplico que me penetre, pero él me toma con calma, descendiendo con su boca hasta mi sexo. Su lengua juguetea con mi clítoris, y yo me retuerzo bajo el éxtasis.

Finalmente, me da lo que tanto anhelo: se hunde dentro de mí con fuerza, llenándome por completo. Mi vagina lo aprieta y su voz ronca confiesa cuánto disfruta cada embestida. Me ata los ojos con un pañuelo y me ordena no mover las manos. Sumisa, me entrego a su control. Sus movimientos se vuelven más intensos hasta que me arranca otro orgasmo; gimo fuerte, perdida en el placer.

—Ya llevas tres —me susurra, saboreando mi entrega.
—¿Y faltan más? —respondo entre jadeos.
—Claro que faltan…

Con esas palabras, redobla el ritmo y me lleva a un estado donde solo existen sus embestidas y mis gemidos. Alcanzamos juntos un clímax salvaje, colapsando exhaustos. Me besa, retira el pañuelo y, mirándome fijo, pronuncia con deseo:
—Me encantas… eres mi perra en la cama.

Aún con el cuerpo temblando, le pido permiso para moverme. Él sonríe y me dice que sí, aunque me recuerda que lo que realmente queremos aún está por comenzar….

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