septiembre 23, 2025

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Entre el novio perfecto y el jardinero salvaje

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O sea, estoy un poco perdida, la verdad. La vida a veces te lanza curvas que ni en las telenovelas más dramáticas. Por un lado, está Miguel, mi “novio oficial”. Hijo de los amigos íntimos de mis padres, un chico de buena familia, arquitecto exitoso, con una sonrisa que derrite y unos modales que harían llorar a mi abuela de la emoción. Es todo lo que siempre soñé: me abre la puerta del coche, me lleva a restaurantes bonitos, y sus besos…

Dios, sus besos son de esos que te dejan las bragas empapadas y el cerebro derretido. Pero ahí se queda. En besos apasionados y manos que se atreven a rozar mis pechos por encima de la ropa, pero nunca más allá. Porque Miguel respeta mi “virtud”. Cree que soy esa niña buena que llegará virgen al matrimonio. Y a veces, cuando me mira con esos ojos llenos de admiración, yo misma me lo creo. Me veo con él, con una casa preciosa, dos niños y un perro. Pero luego recuerdo a la fiera que llevo dentro, esa que mis primeros amantes han despertado…

Después de lo de Sergio, mi profesor… bueno, eso fue otra historia. Él se volvió obsesivo. Casado, sí, pero eso parecía excitarlo más. Después de aquella mañana en la unidad dental, me citaba en lugares absurdos: el almacén del gimnasio, el aparcamiento del supermercado, incluso una vez en el baño de un supermercado. Siempre era lo mismo: me follaba el culo con una furia que me hacía sentir viva y culpable al mismo tiempo. Me mamaba hasta dejarme en ridículo, me hacía correrme con sus dedos mientras me susurraba al oído lo mucho que deseaba romperme el himen. “Ese agujerito es mío, tarde o temprano,” me decía, y yo, tonta de mí, se lo creía. Pero cuando empezó a presionarme para que faltara a clases para estar con él, cuando quiso controlar con quién salía, supe que tenía que cortar por lo sano. Bloqueé su número después de que me enviara una foto de su polla junto a un mensaje que decía: “Hoy te la mereces entera. Respóndeme.” Fue duro, porque mi cuerpo lo extrañaba, pero mi instinto de supervivencia ganó.

Y entonces llegó Rodrigo. El jardinero de mi padre. Un latino de 30 años, con manos callosas y una sonrisa que delataba una vida dura pero libre. La primera vez que lo vi, sudando bajo el sol mientras podaba los setos, algo se removió dentro de mí. No hizo falta explicarle nada. Un día, hace unos 6 meses, hacía un calor insoportable. Mis padres habían salido. Yo estaba en el porche trasero, leyendo, cuando él se acercó a pedir un vaso de agua. Le di uno, y nuestras manos se rozaron. Me miró con una intensidad que no dejaba lugar a dudas. “¿Estás sola?” preguntó, y su voz áspera me recorrió como una descarga. Asentí, y sin más, me empujó contra la pared, besándome con una urgencia animal.

“Solo el culo,” le dije, jadeando, cuando sus manos empezaron a bajar mis pantalones cortos.

“Como quieras, mejor para mi,” respondió, y su sonrisa era pura lujuria.

Fue allí mismo, sobre las baldosas frías del porche, con el sonido de los pájaros… El sudor le brillaba en la espalda, y su polla, Dios santo, era enorme, más gruesa que la de Sergio, con una curvatura perfecta. Usó su propia saliva para lubricarme, escupiendo en sus dedos antes de prepararme con una rudeza que me hizo gemir. Cuando la empujó dentro, sentí que me abría en dos. Pero él era astuto, conocía su cuerpo y el mío. Encontró un ángulo que me hizo ver estrellas, follándome con embestidas profundas y ritmo constante. Yo me agarraba a sus hombros, ahogando mis gritos contra su piel salada, mientras el calor del día y el de nuestros cuerpos se mezclaban en una atmósfera asfixiante.

“¿Te gusta que te folle el culo aquí, donde tus padres toman el té?” me susurró, y esa idea prohibida me hizo correr como nunca. Él lo sintió, y aumentó el ritmo, sus gruñidos bajos mezclándose con mis gemidos. Cuando corrí, fue con un forcejeo que me dejó temblando. Él siguió poco después, vaciándose dentro de mí con un gemido ronco. Nos quedamos allí, jadeando, pegados por el sudor y el semen.

Desde entonces, Rodrigo viene una vez al mes, y cada vez es lo mismo: encuentros rápidos, salvajes, en lugares distintos de la casa—contra la lavadora, en el cuarto de herramientas, incluso una vez en la cama de mis padres cuando estaban de viaje. Él no pregunta, no exige, solo toma lo que quiere, y yo se lo doy. Es bruto, sí, de lenguaje tosco y manos ásperas, pero eso es lo que me excita: la crudeza, la falta de pretensiones…

Y luego vuelvo con Miguel, con sus besos suaves y sus planes de futuro. Me mira con inocencia, y yo sonrío, sabiendo que bajo mi vestido, llevo las marcas de Rodrigo en la piel. A veces me pregunto cuánto podré aguantar este juego. Pero por ahora, la dualidad me define: la novia perfecta y la puta del jardinero. Y la verdad, no sé quién de las dos disfruta más.

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