septiembre 28, 2025

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Mamá y yo (2)

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La abracé por la espalda, mis manos no se cansaban de recorrer cada centímetro de su piel. Empecé a acariciarla toda, desde la nuca hasta la raya de su culo, sintiendo cómo un leve temblor recorría su cuerpo. Mientras, ella se dedicaba a besarme suavemente el pecho y el cuello, dejando un rastro de humedad caliente que me erizaba la piel. Yo, poco a poco, como si despertara de un sueño, le devolví sus besos y caricias. Era una danza lenta, tórrida, como si fuéramos novios explorándose por primera vez, pero con la urgencia de quien ya no puede esperar.

Con mucha ternura, ella respondía con lentos movimientos de caderas, haciendo que sus nalgas firmes y redondas se acomodaran mejor contra mi pija, que ya estaba dura como una piedra y palpitaba con fuerza. Sentía el calor de su cuerpo a través de la tela, un calor que prometía el paraíso. Sus besos llegaron a los pómulos de mis orejas, mordisqueándolos suavemente, y luego sus labios encontraron los míos en la oscuridad. Fue un beso tierno al principio, pero pronto se convirtió en algo más profundo, más hambriento. Su lengua se hundió en mi boca con una timidez que rápidamente se transformó en desesperación, y nosotros repetimos ese beso una y otra vez, cada vez con más fuerza, más saliva, más dientes.

Nuestra respiración se entrecortaba, los alientos se mezclaban y el aire a nuestro alrededor olía a sexo y a deseo puro. Las manos de ambos recorrían el cuerpo del otro con una urgencia animal; yo le apretaba las nalgas con fuerza, marcando mis dedos en su carne, mientras ella me arañaba la espalda. Con la destreza de una puta experimentada, se subió sobre mí, dominándome por completo. En la penumbra, vi cómo su silueta se movía con una gracia que me dejó sin aliento. Tomó lentamente mi pija, que estaba llena de venas y palpitaba de necesidad, y la dirigió hacia su concha. En ese momento, sentí un intenso calor que salía de ella, un vapor húmedo que me hizo retroceder un instante, pero ella me tomó de los hombros y empujó su sexo contra el mío, prácticamente aplastándome los huevos con la fuerza de su movimiento.

Su lubricación era evidente; mis dedos lo habían confirmado minutos antes, pero sentirla directamente en mi verga fue otra cosa. Mi pija comenzó a invadir su cuerpo lentamente, centímetro a centímetro, mientras ella me decía al oído, con la voz rota por el deseo: «Necesito que me cojas… duro». Esas palabras hicieron que la sangre me hirviera en las venas. Ya no había lugar para la ternura. Comenzó a clavarse en mi pija cada vez más rápido, con una fuerza que no le imaginaba. Gemía bajito al principio, pero cada embestida era más profunda, más salvaje, y sus gemidos se convertían en alaridos ahogados que llenaban la habitación.

No me permitía moverme; me sujetaba con sus piernas, apretándome como una boa, y con sus manos clavadas en mis hombros. Sus pechos colgaban sobre mi cara, grandes y pesados, y sus pezones duros como piedras rozaban mis labios. No pude resistirme; abrí la boca y me llevé uno de ellos dentro, chupándolo con fuerza mientras sentía cómo se estremecía arriba de mí. Lentamente, ella comenzó a mover su pelvis en círculos, haciendo que mi pija rozara cada punto de su interior. Sentía el frío del aire cada vez que salía de su concha, pero la calidez húmeda de adentro la envolvía de nuevo al instante, como un guante de terciopelo caliente.

Al oír sus gemidos, me calentaba aún más. Ella gimió más y más fuerte, hasta que de repente, sentí un calor intenso en su entrepierna, seguido de un flujo caliente que empapaba mi pija y mis huevos. Su cuerpo se convulsionó sobre el mío, y ella me tomó de la nuca, aplastando mi cara entre sus tetas sudorosas mientras gritaba: «¡Así, papito, así! ¡Dame todo!». Dejé mi pija dentro de su concha unos segundos, disfrutando de las contracciones de su orgasmo, que apretaban mi miembro como un puño. Yo sentía sus palpitaciones, rápidas y fuertes, hasta que poco a poco cedieron. Luego, tímidamente, me besó en los labios, con un suspiro que lo decía todo.

 

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