Valeria Sofía Mendoza

septiembre 5, 2025

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Mostrando mis tetas en el uber

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Verán, yo tengo un novio que vive lejos, en Medellín, y la verdad es que la distancia a veces me mata, pero nosotros le ponemos sabor al asunto como podemos. Hace como dos años, trabajaba en una empresa que quedaba a tres horas de mi casa, en la puta madrugada, y la empresa me pagaba el Uber. Siempre me acompañaba un compañero del trabajo, un muchacho joven que se sentaba adelante con el conductor, todo educadito, ni me miraba mucho.

Pero ese día… ese día fue diferente. Mi novio me escribió al WhatsApp como a las 3:30 de la mañana, justo cuando yo ya iba en el Uber. Empezamos a hablar normalito, pero ya saben cómo es él, de una vez empezó a calentar la cosa. «¿Qué tenés puesto, mi amor?», me preguntó. Yo le dije que un top rosa ajustado y un jean azul. «Quiero verte», me dijo, y yo, pues, le empecé a mandar fotos. Pero no, él quería verme en vivo, así que me llamó por video.

Contesté, con el corazón latiendo fuerte, porque aunque el Uber estaba oscuro, mi compañero estaba ahí adelante, dormido, y el conductor manejando. Pero la emoción me pudo. Mi novio me pidió que me bajara el top para que viera mis tetas. «Hacelo, mi vida, para mí», me dijo con esa voz ronca que me vuelve loca. Y yo, pues, ¡qué hijueputas! Me lo bajé. El frío de la madrugada hizo que mis pezones se pararan duritos, bien cafecitos, como a él le gusta. La luz de la calle y la pantalla del celular eran lo único que alumbraba, pero se veía todo clarito.

Él se estaba tocando mientras me veía, y yo podía ver su verga dura en la pantalla, grande y gruesa, como me encanta. «Tocate las tetas para mí», me pidió, y yo obedecí. Las apreté, me pellizqué los pezones, sintiendo cómo el calor me subía por todo el cuerpo. Estaba tan mojada que sentía la tanga empapada. Mi novio jadeaba al otro lado, masturbándose más rápido. «Quiero venirme en vos», dijo, y yo me imaginaba su leche calentita en mi boca, en mis tetas…

En ese momento, me di cuenta de que el conductor me estaba mirando por el retrovisor. ¡Sí, hijueputa! Me estaba viendo las tetas al aire. Y saben qué? En vez de sentir vergüenza, me excitó más. Me gustó que me viera, que supiera que yo era una perra que se mostraba en su carro. Hasta me aseguré de arquear la espalda un poquito más para que viera mejor. Mi compañero seguía dormido ahí adelante, pero el conductor no perdía detalle. Yo me metí dos dedos en la boca para chuparlos y luego me los pasé por los pezones, dejándolos brillosos, mojaditos, para que él los viera mejor.

Empecé a mover las caderas, restregándome contra el asiento, imaginando que era la verga de mi novio la que me estaba llenando. «Sí, mi amor, así, venite para mí», le decía yo en susurros, pero lo suficientemente alto para que quizás el conductor me escuchara. Mi novio gemía más fuerte, y yo veía cómo su verga palpitaba, lista para explotar. «¡Valeria!», gritó, y yo vi cómo los chorros de leche salían, espesos y calientes, en su pantalla. Yo me mordí el labio, imaginando ese sabor en mi boca.

 

Justo en ese momento, el Uber llegó a la empresa. Yo, temblando, me subí el top, me despedí de mi novio con un beso en la pantalla, y me bajé del carro. El conductor me miró directo a los ojos y me dijo: «Que tenga un buen día, señorita». Con una sonrisa que lo decía todo. Yo solo asentí, sintiendo cómo mis fluidos habían empapado completamente la tanga. Caminé hacia la oficina con las piernas temblando, sabiendo que el conductor se había corrido la paja mental de su vida conmigo, y a mí me encantaba esa mierda.

La verdad, ese día trabajé con una sonrisa de oreja a oreja, recordando cada detalle. Y hasta hoy, cuando me subo a un Uber, siempre me pregunto si el conductor será el mismo, y si se acordará de mis tetas al aire en la madrugada. ¡Qué delicia de recuerdo!

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