Ashley

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septiembre 5, 2025

209 Vistas

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Trabajo de meserita inusual😮

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Les voy a contar esta locura que me pasó la semana pasada porque ni yo me lo creo todavía. Me llegó un mensaje por Instagram de una cuenta rara, sin fotos, sin seguidores, nada. Solo decía: «Evento exclusivo. Buscamos meseras con actitud. Buena paga. Ven como eres, pero no te preocupes por qué ponerte.» Y abajo una dirección en Miraflores. Normalmente hubiera borrado esa mierda, pero andaba corta de plata y la curiosidad me pudo. Además, «ven como eres» sonaba a que podía ir en mis leggins ajustados y mi top sin brasier, que es básicamente mi uniforme de todos los días.

Llegué al lugar y era una casona vieja pero bien cuidada, de esas que por fuera no dicen nada pero por dentro te mueres. Un tipo con traje negro me abrió la puerta, me escaneó de arriba a abajo con una mirada que me traspasó, y solo asintió para que pasara. Adentro, la luz era tenue, música electrónica baja pero con un beat que te latía en las venas. Y ahí me di cuenta de la vuelta: todas las «meseras» éramos mujeres jóvenes, buenas cuerpos, y todas estábamos en ropa interior. Algunas con lencería fina, otras en tangas y corpiños simples, como yo. Por un segundo me quedé congelada, pero luego pensé: «Bianka, esto es lo tuyo, acá hay que sacarle provecho a este culo».

Un señor mayor, canoso pero con pinta de tener plata para quemar, se me acercó. «Bienvenida al juego, cariño. Las reglas son simples: sirves las bebidas, socializas, y si algún invitado te pide algo extra… bueno, la propina es muy generosa.» Me guiñó un ojo y me pasó una bandeja con copas de champagne. Mi chochita ya estaba palpitiando de solo imaginármelo. Esto no era ser mesera, esto era ser una puta de lujo, y la verdad, me encantó la idea.

Empecé a circular con la bandeja, y los hombres, todos tipos con pinta de ejecutivos aburridos con plata no disimulaban ni mierda. Me miraban como si fuera un plato fuerte. Uno me tocó el culo cuando le serví champagne, y en vez de enojarme, le sonreí y me acerqué más. «Te gusta lo que ves, papi?» Le susurré al oído, y el tipo se puso colorado pero no quitó la mano. Al contrario, me apretó más y me deslizó un billete de 100 soles en el elástico de la tanga. Plata fácil, huevón.

Pero el drama empezó en serio cuando un grupo de tres hombres me llamó a su sofá. Eran más jóvenes que los otros, con una energía más heavy. Uno de ellos, un rubio con ojos claros que parecían ver todo, me dijo: «Queremos que te quedes con nosotros un rato.» Me senté en el medio, sintiendo sus miradas como dedos recorriéndome. El rubio no perdió tiempo: me agarró la nuca y me besó con una hambre que me dejó sin aire. Sabía a whiskey caro y a lujuria pura. Mientras él me comía la boca, sus amigos me tocaban. Uno me masajeaba las tetas por encima del corpiño, pellizcándome los pezones hasta que gemí, y el otro metió la mano entre mis piernas y empezó a frotar mi chocha a través de la tela de la tanga. Estaba tan mojada que se notaba el humedad.

«Quiero ver eso», dijo el rubio, rompiendo el beso. Me tumbó sobre el sofá y, frente a todos, me bajó la tanga. No me dio pena, al contrario, me excitó que los demás miraran. Me abrió las piernas y se quedó mirando mi pepa bien depilada, brillando bajo la luz tenue. «Qué rico culo tienes», murmuró, y antes de que pudiera responder, enterró la lengua en mi clítoris. Oh, la puta madre, ese huevón sabía lo que hacía. Me agarró de las caderas y me comió como si fuera su última cena, mientras sus amigos me sujetaban y me masajeaban las tetas. Yo no podía dejar de gemir, de retorcerme, de pedir más. La gente alrededor seguía como si nada, riendo y tomando, como si ver a una mina siendo devorada en vivo fuera lo más normal del mundo.

 

Cuando estaba a punto de venirme, el rubio se detuvo. «Ahora quiero probar otra cosa», dijo, y me dio la vuelta, poniéndome a cuatro patas sobre el sofá. Uno de sus amigos le pasó un condón y él se lo puso sin perder mirada. «Lista, perrita?» me preguntó, y yo, ya maldita de gusto, solo asentí. Penetró de una, llenándome por completo. Grité, pero la música ahogó el sonido. Empezó a moverse, cogiéndome duro, agarrando mis caderas con fuerza. Sus amigos no se quedaron atrás: uno se puso frente a mí y me metió su verga en la boca, y el otro se sentó a mi lado y me guió la mano hacia su pene. Tenía tres huevones usándome al mismo tiempo, y yo en el medio, volviéndome loca de placer.

El de adelante se vino en mi boca, caliente y amargo, y me obligó a tragarlo todo. El rubio, mientras tanto, no aflojaba. Cada embestida me llegaba más hondo, y sentía que me estaba volviendo loca. «¿Te gusta que te cojan como puta?» me gritaba, y yo solo podía gemir con la boca llena. El tercer tipo se corrió en mi mano, cubriéndomela de leche, y luego se la limpió en mi espalda.

Finalmente, el rubio gritó y se vino dentro del condón, con unos espasmos que me hicieron correr yo también, un orgasmo tan intenso que vi estrellas. Nos derrumbamos todos, sudados, jadeantes, un enredo de piernas y brazos. Me dieron más billetes, metidos entre mis tetas sudorosas, y se fueron riendo como si acabaran de ganar un partido.

Al final de la noche, salí de ahí con las piernas temblando, la tanga en el bolsillo y los bolsillos llenos de plata. El señor canoso me sonrió en la salida. «Espero volver a verte, Bianka.» Ah, así que sabía mi nombre. Me dio un escalofrío, pero también me excitó. Camino a casa, en el taxi, me tocaba recordando todo, y cuando llegué, mi novio estaba dormido. Me metí a la ducha y me di otra venida pensando en esos tres huevones. Al día siguiente, borré el mensaje, pero guardé el número. Porque esa mierda, huevón, va a volver a pasar.

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