Por
Anónimo
Me gustó espiar a mi primo
Hace mucho tiempo, cuando era un chavo más joven, dormía en un cuarto que tenía un hueco en la pared que daba justo a la habitación de mi primo. Yo ya lo había visto varias veces, pero siempre con ropa. La curiosidad me carcomía por dentro, quería verlo sin nada, completo. Un día, después de que él se fue a bañar, yo dije que tenía sueño y me encerré en mi habitación. Me pegué a la pared, el corazón latiéndome tan fuerte que sentía que el mismo hueco vibraba.
Pasó un buen rato y ya pensaba que no iba a pasar nada, que se vestiría en el baño o algo así. Pero de repente, la puerta de su cuarto se abrió. Entró solo con una toalla blanca enrollada en la cintura. El cabello todavía mojado, gotas de agua resbalando por su espalda. Se acercó justo al área donde estaba el hueco, como si el universo me estuviera concediendo un deseo prohibido. Dejó caer la toalla.
Ahí estaba él, completamente desnudo. Su cuerpo era más musculoso de lo que imaginaba, con esa piel bronceada y un vello oscuro que se veía incluso en la penumbra. Mi respiración se cortó. No pude evitar, mis manos fueron directo a mi entrepierna, desabrochando el pantalón con dedos temblorosos. Lo observaba mientras se vestía con calma, pero cada movimiento suyo era un espectáculo que me tenía al borde del éxtasis. La forma en que se ajustaba la ropa interior, cómo se estiraba para ponerse la camiseta… cada gesto era pura provocación.
En un momento, giró ligeramente hacia la pared y sus ojos parecieron posarse justo en la dirección del hueco. Mi sangre se heló por un segundo, pero en vez de taparse o alejarse, él se ajustó lento, deliberadamente, como si supiera que lo estaba mirando. ¿Sería mi imaginación? No importaba. Esa posibilidad, ese riesgo, hizo que mi mano se moviera más rápido, más urgente. Varias veces repetí esto, cada vez más osado, hasta que llegó un punto en que él empezaba a cambiar cerca del hueco con frecuencia, a veces incluso pasándose de lento, como esperando a que yo cumpliera mi parte.


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