
Por
Mi novio precoz: ¡Necesito más que dos minutos!
¡Ay, niños! Les juro que no sé por dónde empezar con esta vaina, porque la verdad es que me tiene con la cabeza hecha un bombo, pero como soy una mujer que no se calla nada, aquí les va mi desahogo. Resulta que tengo este novio, mi bebecito, que me lleva 11 años menos, sí, como lo oyen, ¡él tiene 17 y yo 28! Pero no se me hagan los chochos, que aunque suene a que debería ser pura fogata y juventud, en la cama a veces es como… ¡ay, no sé! ¡Me desespero!
Él era mi amigo primero, mi compinche, el que me hacía reír con sus tonterías y me acompañaba a tomar mi cafecito en las tardes. Hace siete meses se declaró, con esa carita de ángel que tiene y esos ojos que parecen de cachorro abandonado, y yo, que soy una tonta romántica, dije ¡sí! Pensé: «María, esta es tu oportunidad de sentirte joven otra vez, de vivir un amor sin complicaciones». Y la verdad, en muchos aspectos es divino. Me trata como una reina, me abraza por detrás mientras cocino, me manda mensajitos cursis a media noche… pero, niños, ¡en la cama es otro show!
El problema no es que no haya química, ¡para nada! Es que el chico parece un motorcito de esos que prenden y se apagan en dos segundos. Yo me caliento super fácil, ¡qué va! Con una mirada ya estoy mojadita, con un roce ya estoy que echo humo. Y él… bueno, él se emociona tanto que a veces siento que soy su primerísima vez, aunque sé que no lo soy.
Empezamos siempre con besos, que eso sí lo hace delicioso, me muerde el labio inferior y me vuelvo loca, y luego me baja por el cuello, dejándome esos chupetones que después tengo que tapar con base… ¡qué ricooo! Pero de ahí, o me pide que se la mame, o él me empieza a comer a mí. Y yo, ¡claro! Se la mamo con todo el gusto del mundo, porque la tiene bonita, no gigante pero sí muy linda, y me encanta sentir cómo se pone dura en mi boca, cómo me agarra del pelo y gime… ¡ay, delicioso! O cuando él me come, ¡uf! Ahí sí que me vuelvo un desastre, porque tiene una lengua que parece de serpiente, me hace venirme en segundos, ¡y yo gritando como una loca!
Pero, niños, ahí viene el problema. Después de eso… ¡pum! Se acaba. Literal. A veces, ni siquiera llegamos a la penetración. Yo ahí, con las ganas a mil, con el cuerpo pidiendo a gritos que me den duro, y él ya está feliz, sonriente, achuchándome y diciéndome cosas bonitas. Y yo: «¿Y… ya?». La primera vez pensé: «Bueno, fue el nervio». La segunda: «La excitación». Pero ya van siete meses, ¡siete!
Y no es que no quiera penetrarme, ¡no! Es que cuando lo hacemos, es anal, porque yo soy virgen de la vagina, eso ya se los conté, me da cosa, me duele, así que prefiero el otro hoyito, que a mí me encanta, ¡me vuelve loca! Pero, ¡ay, Dios mío! Hasta para eso tengo que guiarlo. «Más despacio, mi amor», «No tan fuerte», «Así, justo ahí». Él me dice: «Sí, mi amor, lo siento», con esa vozarrita de niño bueno, y yo derritiéndome, pero a la vez frustradísima. Porque yo quiero que me dé como si no hubiera un mañana, que me agarre de las caderas y me clave toda su verga hasta que no pueda más, que me haga gritar su nombre hasta que los vecinos llame a la policía… pero no. Él es dulce, romántico, me besa mientras lo hacemos, me acaricia la cara… ¡qué bonito! Pero a veces una no quiere bonito, ¡quiere salvaje!
Y lo peor es que acaba super rápido. ¡Super rápido! Lo mas que ha durado fue dos minutos, después de que le di unas mamadas que lo dejé viendo estrellas. Pero dos minutos, ¡ni para calentar! Yo quedo ahí, con las piernas temblando, pero con las ganas intactas, teniéndome que hacer la que ya estoy satisfecha para no herir sus sentimientos. Porque él se pone tan feliz después, me abraza y me dice: «Eres lo mejor que me ha pasado», y yo: «Sí, mi amor, tú también», pero por dentro: «¡Quiero más, carajo!».
He pensado que quizás es por la edad, tiene 26, está lleno de hormonas, es normal que sea así de acelerado. O quizás es precoz, no lo sé. Pero, ¡ay! No quiero ser yo la que le diga: «Oye, necesito que dures más», porque lo lastimaría. Él es tan sensible, tan lindo… A veces hace el salto del tigre, que es cuando me pone debajo de él y me va besando todo el cuerpo, desde los pies hasta la boca, y luego me penetra suavecito, mientras me muerde el cuello y me susurra cosas al oído… ¡eso sí me gusta! Me hace sentir querida, deseada… pero aún así, ¡se viene en un abrir y cerrar de ojos!
Entonces, niños, ¿qué hago? Porque lo amo, de verdad, es mi bebecito, mi rayito de sol, pero en la cama… ¡necesito más! Necesito que me follen como si el mundo se fuera a acabar, que me hagan sentir esa pasión que me vuelve loca. A veces me dan ganas de decirle: «Mira, mi amor, vamos a practicar, vamos a ver videos juntos, a aprender técnicas», pero me da miedo que se sienta mal, que piense que no me gusta como es.
Mientras tanto, yo me toco sola en las noches, imaginando que es él, pero una versión de él que me dura horas, que me da hasta no poder más. O a veces, me pongo a ver mis videitos, esos que tengo escondidos en el celular, y me imagino que somos nosotros, pero en una versión más caliente, más intensa. ¡Ay, qué mal me siento! Pero es que el cuerpo no entiende de amor, entiende de sensaciones, y las mías están gritando auxilio.
Bueno, niños, ya les conté. No sé si consejos, o solo quería sacármelo del pecho. Pero si alguien ha pasado por algo así, que me cuente. Por ahora, seguiré amando a mi bebecito, y esperando que con el tiempo y la práctica, las cosas mejoren. ¡O que por lo menos me compre un vibrador! Jajaja. ¡Besos, mis amores!
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.