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agosto 25, 2025

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Orgía bajo las estrellas

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Che, hoy quiero contar algo que pasó en una de esas salidas al cerro que hacemos con el grupo. Era un finde largo, principios de verano, y mi amiga Vero armó una campeada liviana cerca del Cajón del Azul, un lugar que conozco como mi bolsillo. Éramos siete: Vero, su prima Laura, y cuatro chabones —Julián, el novio de Vero; Tomás, un amigo de ellos que vino de Bariloche; y los hermanos Mora, Nico y Matías, que son de acá, del Bolsón como yo. Todos en la veintena, con ganas de descomprimir después de una semana de laburo.

La caminata fue tranqui, yo iba adelante marcando el ritmo, con mis botitas de siempre y el morral liviano. Tomás, el de Bariloche, no paraba de hacerme preguntas sobre las plantas y los pájaros, pero yo sentía que su interés iba por otro lado. Se me quedaba mirando el culo cada vez que subía una pendiente, y che, no me hagas bulla, pero yo me arreglé un toque con las mallas, que saben resaltar lo justo.

Llegamos al spot antes del atardecer, un claro cerca del río, con la vista a los cerros nevados que te partía el alma. Armamos las carpas: tres en total, una para las chicas, otra para los pibes, y una más grande que había llevado Julián, “por las dudas”, dijo con una sonrisa que lo delataba. Mientras cocinábamos unos fideos con pesto, el vino tinto empezó a circular y con él, las risas se fueron volviendo más picantes. Laura, que es media timida, se soltó después del segundo vaso y empezó a contar anécdotas de cuando laburaba en un bar en Buenos Aires, cosas que te roban el aire.

La noche cayó con un cielo lleno de estrellas que no se ven en la ciudad, y el grupo se acomodó alrededor del fogón. Julián sacó una guitarra y armó unos acordes, pero la música de fondo pronto fueron los susurros y las miradas que se cruzaban. Tomás se sentó a mi lado, y sin decir mucho, su mano encontró la mía en la penumbra. Me apretó los dedos y me miró con una intensidad que me hizo hervir la sangre. Del otro lado, Nico y Matías le tiraban onda a Laura y a Vero, pero yo veía que sus ojos se me iban a mí también.

Fue Vero la que rompió el hielo de una vez por todas. “Che, ¿y si jugamos a la verdad o reto? Hace mil que no juego”, dijo, y todos, medio en pedo y calientes, aceptamos. Las preguntas empezaron light, pero rápido se pusieron heavy. “¿Cuál es el lugar más raro donde cogiste?”, le tiró Julián a Nico. “En el baño de un bondi”, contestó él, y todos se cagaron de risa. Pero cuando me tocó a mí, Tomás me preguntó: “¿Y vos, Lucía? ¿Te gusta que te coman el ogt?”. El grupo enmudeció por un segundo, y yo, en vez de achicarme, le entré al juego. “Sí, pero solo si la persona sabe hacerlo bien”, le dije, mirándolo fijo.

Esa fue la chispa. Tomás no lo pensó dos veces: se abalanzó sobre mí y me comió la boca ahí mismo, delante de todos. Sus labios eran fuertes, y sabía a vino y a montaña. Yo le respondí con la misma furia, enganchándole las piernas con las mías. Al lado, escuché que Julián y Vero empezaban también, y de reojo vi que Nico se le acercaba a Laura y le mordisqueaba el cuello.

En menos de cinco minutos, el fogón se convirtió en un caos delicioso. La ropa voló para todos lados. Tomás me desabrochó el corpiño y se llevó mis pechos a la boca, chupándome los pezones como si fuera la última vez, mientras su mano me bajaba las mallas y la bombacha de un tirón. Yo ya estaba mojadísima, y cuando sus dedos me tocaron ahí, gemí tan fuerte que hasta los pájaros se callaron.

“Adentro de la carpa”, jadeó Tomás, y me llevó casi a rastras hasta la más grande, la de Julián. Adentro, había colchones inflables y sleeping bags tirados. Vero y Julián ya estaban ahí, enredados, ella encima de él, moviéndose con una rhythm que hacía temblar la lona. Tomás me tiró sobre un colchón y se bajó los shorts. Su pija estaba dura, grande y curveada, y yo no pude evitar babear de ganas. “Chupamela”, me ordenó, y yo no necesité que me lo dijera dos veces. Me la tragué entera, sintiendo cómo me llenaba la boca, mientras mis manos le masajeaban las bolas.

Afuera, se oían los gemidos de Laura y de los hermanos Mora. “¡Sí, dame más duro!”, gritaba Laura, y el sonido de nalgadas contra nalgas se mezclaba con los jadeos. Nico y Matías se la estaban turnando, y por lo que escuchaba, ella no se quejaba para nada.

Dentro de la carpa, el calor era infernal. Tomás me dio vuelta y me puso a cuatro patas. “Te voy a dar hasta que no te acuerdes de tu nombre”, me susurró al oído, y me penetró de una vez. El dolorcito inicial se transformó en un placer tan intenso que grité como una loca. Me agarraba de las caderas y me empujaba con una fuerza bestial, cada embestida me hacía correr hacia adelante, pero él me tiraba del pelo para volver a metérmela toda. Vero y Julián nos miraban mientras seguían follando, y en un momento, Vero se acercó y empezó a besarme, metiéndome la lengua en la boca mientras Tomás me seguía dando por atrás.

No sé cuánto tiempo pasó así, pero en un momento, la carpa se llenó todavía más. Nico entró, con el torso sudoroso y una sonrisa de lobo. “¿Me dan lugar?”, dijo, y sin esperar respuesta, se arrodilló frente a mí y me metió su pija en la boca. Ahí estaba yo, con un chabón follándome por atrás y otro que me hacía gargantear su verga, mientras Vero me masajeaba las tetas y Julián le daba por detrás a ella. Era una locura, un enredo de cuerpos, sudor y gemidos.

Cambiamos de posiciones como en un baile borracho. En un momento, yo estaba encima de Tomás, cabalgándolo como si mi vida dependiera de eso, mientras Nico me comía las tetas por detrás y Matías, que había entrado también, le daba a Laura en el mismo colchón. Los sonidos eran una sinfonía guarra: el chasquido de piel contra piel, los gritos de “¡sí, sí, dame más!”, las nalgadas que resonaban en la noche tranquila de la montaña, y los jadeos que se mezclaban con el rumor del río cercano.

Tomás se vino primero, llenándome por dentro con un gruñido que parecía de animal. Yo seguí moviéndome arriba de él, extrayéndole hasta la última gota, hasta que Nico me agarró y me puso contra el piso de la carpa. “Ahora me toca a mí”, dijo, y me penetró por delante, mientras yo todavía sentía el semen de Tomás goteando entre mis piernas. Nico era más rápido, más nervioso, y en menos de diez minutos ya estaba corriéndose también, pero afuera, sobre mi espalda.

Matías fue el siguiente. Se turnó con Laura un rato, pero cuando me vio ahí, tirada y hecha un desastre, vino hacia mí. “Quiero probarte”, dijo, y me abrió las piernas. Su boca encontró mi clítoris y me hizo venir en segundos, con un orgasmo tan fuerte que vi estrellas incluso con los ojos cerrados. Luego, se montó sobre mí y me folló con una ternura que no esperaba, mirándome a los ojos y diciéndome cosas que me hicieron enloquecer.

La orgía duró hasta la madrugada. Gente entrando y saliendo de las carpas, cambiando de parejas, probando de todo. En un momento, hasta Vero y Laura se engancharon, comiéndose frente a nosotros mientras los chabones nos masturbábamos viéndolas.

Cuando por fin nos rendimos, el sol empezaba a asomarse. Nos tiramos todos juntos en la carpa grande, en un amasijo de cuerpos exhaustos y felices. Yo me quedé en el medio, con el brazo de Tomás alrededor de mi cintura y la pierna de Nico sobre las mías. Olíamos a sexo, a humo y a naturaleza, y che, te juro que nunca me sentí tan viva.

Desde esa vez, no puedo negarlo: me volví adicta. Adicta a la adrenalina de follar al aire libre, a los gritos que se pierden entre los árboles, a la libertad de hacerlo en grupo, sin tabúes, sintiendo el calor de otros cuerpos alrededor. Cada salida al cerro ahora es una posibilidad..

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