Ashley

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agosto 20, 2025

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La visita inesperada

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Me desperté con el sonido de la puerta cerrándose. Mi enamorado, el muy huevón, me había dejado dormida en su casa después de la fiesta de anoche. «Te amo, mi enanita», decía la nota en la mesa de noche, pero el muy pendejo se había llevado TODA mi ropa. Hasta las medias. Hasta el fucking tanga de encaje que me había comprado para él. «Para que no te vayas», escribió con su letra de médico que parece garabatos de niño. Me reí sola, desnuda en la cama king size que tanto nos había costado pagar. Qué ternura de hombre, pensé. Cree que así me va a retener.

Eran las 8:43 AM según el reloj de la mesita. Él entraba al hospital a las 9. Yo ya estaba planeando cómo vengarme quizás pedirle comida a repartidores hasta que alguno se animara a darme algo más que la pizza cuando escuché la llave en la puerta.

«¿Cariño? ¿Olvidaste algo?», grité desde el cuarto, imaginando que era él volviendo para otra ronda matutina.

Pero no era su voz la que respondió. «¿Bianka? ¿Estás ahí, hijita?».

¡LA PUTA MADRE! Era su papá. Y no venía solo detrás de él, el hermano menor de mi novio, ese pendejo de 22 años que siempre me mira las tetas en las reuniones familiares. Me congelé como estatua, tapándome instintivamente con la sábana que olía a nosotros dos.

«¿Se puede saber qué hacen aquí?», pregunté, tratando de sonar autoritaria aunque estuviera completamente en pelotas.

 

El viejo se sonrojó pero no apartó la mirada de mis piernas. «Vinimos a dejar unos documentos importantes… mi hijo nos dio llave».

Mentira. Yo veía esa mirada de cazador en sus ojos la misma que tenía mi novio cuando me vio bailando en esa discoteca de Miraflores. El hermano, el tal Miguel, ni siquiera disimulaba se le veía el bulto creciendo en el pantalón de jogging.

«Bueno, ya me vieron. Ahora déjenme vestirme», dije, pero el papá se acercó a la cama con esa sonrisa que no prometía nada bueno.

«Pensé que mi hijo tenía mejor gusto… pero veo que se quedó corto», murmuró, tirando de la sábana hasta dejarme expuesta completamente.

Intenté cubrirme, pero Miguel ya estaba del otro lado de la cama, agarrando mis manos con una fuerza que no esperaba. «Relájate, cuñadita… sabemos que te gusta mostrar este cuerpito en tus redes».

El viejo Roberto, de 58 años y cuerpo de ex futbolista ya se desabrochaba el cinturón. «Mi hijo siempre ha sido egoísta. Te esconde cuando tiene un manjar como este».

Lo que siguió fue una de las cogidas más salvajes de mi vida. Don Roberto me tomó la boca primero, empujando su verga (más gruesa y corta que la de su hijo) hasta hacerme arcadas. «Chupa, puta, como le chupas a mi hijo», gruñó, mientras me ahogaba con sus pelos pubianos que olían a tabaco y colonia barata.

Miguel, el hermano, no perdió tiempo se montó sobre mis tetas, frotando su pene entre ellas mientras gemía como cerdo. «Uy, cuñadita, estas tetas son mejores que las de mi novia», jadeaba, embadurnándome la cara de lubricante que sacaron de quién sabe dónde.

Cuando don Roberto se corrió en mi boca obligándome a tragar cada gota de ese líquido salado y espeso, Miguel ya me estaba volteando como tortilla. «Por aquí no te ha dado, ¿verdad?», dijo antes de meterme la lengua en el ano con una habilidad que me hizo gritar.

El viejo recuperó energías rápido mientras su hijo me comía el culo como si fuera su última cena, él me frotaba la vagina por detrás, sus dedos callosos encontrando mi clítoris con precisión militar. «Mira cómo mojas las sábanas, zorra… esto es lo que querías, ¿no? Que te coja toda la familia».

Miguel no aguantó más me penetró por detrás de un solo golpe, haciéndome gritar into el colchón. «Más apretado que mi hermano, ¿eh?», reía mientras me azotaba las nalgas hasta dejarlas rojas.

Don Roberto, no queriendo quedarse fuera, se puso frente a mí y me obligó a mamársela de nuevo mientras su hijo me seguía dando por atrás. «Así, hijita, así me gusta tragándote toda la leche de tu suegro».

Perdí la cuenta de cuántas veces me hicieron venir. Don Roberto se corrió dos veces más una en mis tetas, otra en mi cara y Miguel tres, siempre adentro, llenándome de un calor que me hacía sentir sucia y poderosa al mismo tiempo.

Cuando finalmente se fueron las 2:17 PM brillando en el reloj quedé tirada en la cama destrozada, llena de moretones, semen y baba. El colchón parecía mapa de batalla, y yo olía a ellos dos mezclados.

Sonó mi celular. Un mensaje de don Roberto: «Pedimos pizza para ti. Pagada. Que aproveches, nuera».

Me reí sola, dolorida pero satisfecha. Mi novio llegaría en cuatro horas. Justo a tiempo para una ducha… y para que le contara cómo su familia me había «cuidado» en su ausencia.

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