agosto 14, 2025

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La cogida que me dejó temblando (y a él sin aire)

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Ay, mi amor, te voy a contar de esa vez que Carlos me dio una de esas cogidas que te dejan el pelo revuelto y las piernas bailando solas. Era un viernes cualquiera, llegué cansada de la estética, con los pies hinchados y esa calentura que te da cuando pasas el día viendo culos bonitos en el spa (trabajo hazard, ¿no?).

Carlos me recibió con esa sonrisa de lobo hambriento y un beso que me derritió como helado en Maracaibo. «Te extrañé, mi vida», me dijo, mientras sus manos ya me exploraban como si estuviera buscando oro en mis curvas. Yo, por supuesto, le seguí el juego, dejando que me desvistiera como si fuera un regalo (que lo soy, claramente).

Lo primero que hizo ese hijueputa fue tirarme en la cama y empezar a besarme como si fuera su último día en la tierra. Besos húmedos, calientes, esos que te hacen sentir que te están comiendo viva. Y cuando bajó a mis tetas, marico… ¡uf! Las chupó como si estuviera sacando el último jugo de un mango maduro. Yo ya estaba gimiendo como gata en celo cuando decidió bajar más…

Ay, pero cuando llegó a mi pepita, ese pana demostró por qué sigue siendo mi favorito. No fue el típico «lamido rápido» que dan algunos. No, señor. Este maldito se tomó su tiempo, como catador de buen vino, probando cada pliegue, cada rinconcito. Y cuando metió la lengua adentro, yo juré que vi a San Pedro. «Así, papi, así», le gemí, agarrando las sábanas como si me fuera a caer de la cama.

Lo más rico fue cuando le cambié el juego y me puse a mamarle ese pipe que, aunque no es el más grande del mundo, lo tiene bien rico. El tipo se estremecía cuando le lamía las bolas, y cuando se las chupé enteras, gritó. «¡Coño, Cristina!», me dijo, con la voz quebrada. Yo, por supuesto, me reí como una mala y seguí dándole hasta que me empujó suavecito.

«Ahora te toca a ti», me dijo, y antes de que pudiera protestar, ya estaba encima suyo, dándole unos sentones que hicieron retumbar la cama. Ay, pero mi problema es que las piernas me duran lo que un chisme en Twitter, unos tres minutos y ya estaba jadeando como perra. Carlos, el muy vivo, me volteó de un tirón y me puso de ladito, esa posición que parece inocente pero que te deja más abierta que una tienda 24 horas.

 

Y ahí fue cuando empezó la magia. Me penetró despacio al principio, como saboreando el momento, pero luego le agarró el ritmo y empezó a darme como si quisiera romperme en dos. Yo, por supuesto, no me quedé atrás: me empecé a tocar la pepita mientras él me cogía, y cuando sentí que se animó a meterme un dedo en el culo… ¡MARICO, EL CIELO SE ABRIÓ!

«¡Sí, papi, ahí mismo!», le grité, y el muy cabrón aprovechó para acelerar, sabiendo que me tenía en sus manos. Cuando me vine, fue con un gemido que seguro escucharon en el otro edificio, las piernas me temblaron y sentí cómo me corría por todos lados.

Pero ay, el final fue lo más gracioso. El pobre Carlos, que venía aguantando como campeón, me puso en cuatro y… ¡PUM! En menos de lo que canta un gallo, ya estaba eyaculando un chorro que me bañó todo el ano y las piernas. «¡No jodas, tan rápido!», me reí, volteándome a ver su cara de «me ganó el placer».

El pana quedó ahí, tirado como saco de papas, jadeando como si hubiera corrido un maratón. «Es que tú me vuelves loco», me dijo, y yo solo me reí, limpiándome su regalito con una toalla.

Cuando la química es buena, hasta los polvos más descoordinados saben a gloria. Aunque a Carlos le tocará entrenar más resistencia… ¡porque esta venezolana no se cansa tan fácil!

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