La flaquita del baño
No voy a mentir, cuando la vi por primera vez pensé: «Esta chica no tiene nada». Nada de tetas, nada de culo, pura tabla. Pero la vida me enseñó que a veces los mejores tesoros están escondidos donde menos los esperás.
Fue en una fiesta en casa de un amigo. Ella era la típica flaquita callada que se queda en un rincón tomando su trago. Yo ni le había prestado atención hasta que terminamos los dos solos en la cocina. No sé cómo empezamos a hablar, pero de pronto ya estaba sonriendo y sus ojos brillaban cada vez que le tiraba un piropo. «Este hombre es peligroso», me dijo en un momento, y ahí supe que la tenía.
La llevé al baño casi sin pensarlo. No hubo preámbulos, ni besos lentos, ni nada de eso. Fue directo al grano. La levanté y la senté sobre la encimera del lavamanos, sintiendo lo liviana que era. «Qué fácil es manejarte», le dije al oído mientras le bajaba el pantalón. Ella solo mordió su labio inferior y me miró con esos ojos que ya pedían más.
Cuando por fin le bajé la tanga, me encontré con una sorpresa: esa conchita rosada y perfectamente afeitada que no cuadraba para nada con su cuerpo sin curvas. «Parece de muñeca», pensé, y no pude evitar meterle un dedo de una. Ella gimió y se aferró a mis hombros. «Así no te han tocado antes, ¿verdad?», le pregunté, y su cabeza moviéndose en negación me dio toda la confirmación que necesitaba.
Me saqué el nepe ya bien parado y se lo restregué por sus labios, mojándolo con sus jugos. «Míralo», le ordené, haciéndola ver cómo su humedad lo cubría. Ella abrió más las piernas instintivamente, como invitándome. No me hice rogar.
El primer embiste fue profundo, haciéndola arquear la espalda contra el espejo. «¡Dios, qué rico!», gritó, y sentí cómo su interior se ajustaba a mi tamaño como un guante. Era increíble cómo algo tan pequeño podía sentir tan bien. Empecé a moverme, sintiendo cada pliegue, cada contracción suya mientras la cogía contra el mármol frío.
Fue entonces que se me ocurrió la idea. Con la mano que tenía libre, pasé mi dedo por su culito, apenas rozando. Ella tensó todo su cuerpo. «No ahí…», murmuró, pero su voz sonaba más a súplica que a rechazo. Mojé el dedo con sus propios fluidos y volví a intentar. Esta vez, cuando presioné, sentí cómo cedía. «Relájate», le ordené, y para mi sorpresa, obedeció.
El sonido que salió de su boca cuando le metí la yema del dedo fue indescriptible. Algo entre un quejido y un gemido, como si su cuerpo no supiera si protestar o pedir más. Yo seguí moviéndome en ella, sintiendo cómo su interior se apretaba cada vez más alrededor de mi nepe con cada pequeño movimiento de mi dedo en su otro agujero.
«Vas a venirte así», le dije, no como pregunta sino como hecho. Y ella, la pobre, no pudo hacer otra cosa que asentir. Cuando el orgasmo la golpeó, sentí cómo su vagina se convulsionaba alrededor de mi miembro, como si quisiera exprimirme hasta la última gota. Yo seguí moviéndome, prolongando su placer hasta que sus piernas temblaban sin control.
Pero no terminó ahí. La bajé de la encimera y la puse en cuatro patas sobre el piso del baño. «Otra vez», le exigí, y aunque apenas podía mantenerse en pie, asintió. Esta vez fue más rápido, más animal. Yo la cogía con fuerza mientras mis dedos se aferraban a sus caderas huesudas, marcándole la piel. El sonido de nuestros cuerpos chocando se mezclaba con sus gemidos, cada vez más agudos.
El segundo orgasmo la tomó por sorpresa. Se vino casi llorando, con las lágrimas corriendo por su cara mientras su cuerpo se sacudía. Yo seguí, implacable, sabiendo que podía sacarle uno más.
Cuando finalmente sentí que no podía aguantar más, la puse contra la pared y le dije al oído: «Vas a venirte conmigo». Y así fue. En el momento exacto en que yo explotaba dentro de ella, sentí cómo su cuerpo respondía con un último temblor, su tercer orgasmo, el más intenso de todos.
Quedamos los dos jadeando, pegados a la pared del baño. «Nunca… nunca me habían hecho eso», alcanzó a decir entre respiros. Yo solo sonreí, sabiendo que esa flaquita sin curvas jamás olvidaría esta noche.
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.