agosto 2, 2025

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Solo terminaba si se ahogaba con mi...

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La conocí en esa cafetería del centro donde siempre pedía el mismo espresso doble. Clara -así se llamaba- tenía esa sonrisa que te desarma y una forma de moverse entre las mesas que dejaba claro que no era una chica cualquiera. Con el tiempo, nuestras charlas pasaron del café a su apartamento, y luego a confesiones que jamás olvidaré.

«Tengo historias raras», me dijo una noche, jugueteando con el borde de su copa de vino. «Cosas que no le cuento a cualquiera». Su mirada era una mezcla de vergüenza y excitación cuando me habló del dueño de su antiguo trabajo. «Era bueno conmigo… pero le gustaba usarme la garganta hasta que lloraba».

No voy a mentir: me sorprendió. No por lo turbio (he conocido de todo), sino por cómo sus dedos temblaban al contarlo, cómo se humedecían sus labios al recordar. «Lo raro es que… me gustaba», admitió, avergonzada pero sincera. «Cuando me ahogaba de verdad, me corría sin tocar nada».

La primera vez que lo intentamos fue en mi departamento. Clara se arrodilló frente a mí con una devoción que quitaba el aliento. «Quiero sentirte hasta el fondo», susurró antes de engullir mi verga entera de un solo movimiento.

Dios.

Nunca olvidaré el sonido de su garganta apretándose alrededor de mi miembro, como si quisiera exprimir cada gota. Sus ojos llorosos, la saliva espesa colgando en hilos desde sus labios hasta mi base, ese ruido gutural que hacía cuando le llegaba al límite de su resistencia.

 

Y el climax…

Era obsceno. Sentía cómo su garganta se convulsionaba alrededor de mí cuando la falta de aire la llevaba al orgasmo. Sus músculos se apretaban más que cualquier vagina, y cuando yo finalmente soltaba mi carga, era como ser succionado por algo vivo y voraz.

Con el tiempo, perfeccionamos la técnica. Ella aprendió a relajar ciertos músculos para llevarme más profundo, yo a leer sus señales para empujarla al borde sin cruzar la línea peligrosa. Las sesiones terminaban con sus gemidos roncos, su garganta enrojecida, y ambos empapados en sus fluidos.

¿He conocido otras como ella? Pocas. Es un tipo especial de mujer la que encuentra placer en el dolor controlado, en la entrega total. Las que se excitan con la asfixia calculada y las babas que manchan blusas y sábanas.

Si nunca has corrido en una garganta que te suplica que la uses sin piedad, te falta un mundo por explorar. El calor, la presión, la humedad… es como meter la verga en un orgasmo vivo.

Clara y yo ya no salimos, pero cada vez que paso por esa cafetería y la veo servir café con esa sonrisa inocente, no puedo evitar recordar cómo se veía con los labios brillantes de saliva y los ojos vidriosos por el placer.

¿A alguien no le gustan las babas espesas? Probablemente. Pero esos no saben lo que se pierden.

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