Por
Anónimo
Mi hermanastra y yo: lo que empezó con un truco de skate
Hostia, nunca pensé que acabaría así, pero la vida te da putas sorpresas, ¿sabes? Todo empezó cuando mi padre se lió con su madre. Llegó ella, Carla, con sus 17 años recién cumplidos y su cuerpo de infarto. Morena, pelo hasta la cintura y un culo que no te cabía en las manos. Desde el primer día, la tensión era palpable, como cuando ves a alguien en el skatepark y sabes que va a molar.
Al principio eran tonterías: «accidentalmente» rozarme cuando pasaba, ponerse en top corto sin sujetador en casa, esas mierdas. Yo estaba de novia entonces, pero mi ex era más fría que el hormigón del bowl del parque. Carla lo sabía, la muy zorra.
El primer beso fue de película cutre. Estábamos solos en casa, ella en el sofá con esas piernas infinitas encima de la mesa. Me tiré a su lado y, sin decir nada, me lanzó una mirada que me dejó más duro que la tabla de mi skate nueva. «Esto está jodidamente mal», pensé, pero cuando sus labios se cerraron sobre los míos, me sudaban las manos como si fuera mi primera ollie.
«Joder, estoy de novia», me dijo después, pero se notaba que le gustaba el juego. Yo también me sentí como una mierda… durante unos cinco minutos. Luego me la jalé pensando en su boca.
El destino (o la puta suerte) nos lanzó el truco definitivo: hace dos meses, una tubería reventó en su casa y tuvieron que venir a la mía. A dormir. En mi habitación. En mi cama.
La primera noche fue de tortura china. Ella en pantis y camiseta sin sujetador, yo en boxers. Podía oler su colonia de niña buena mezclada con ese calorcito de coño que se le escapaba. Me puse de lado para disimizar la erección, pero la muy hija de puta se pegó a mi espalda y me susurró: «Estás incómodo, ¿eh?».
Al tercer día no aguanté más. «¿Por qué no te quedas aquí hasta que arreglen el desastre?», le solté mientras desayunábamos. Mis viejos se fueron a trabajar y ahí estábamos, los dos solos, con la tensión más espesa que la rueda de un longboard.
Fue en el sofá. Ella se subió encima de mí como si fuera su tabla favorita, con esas tetas perfectas bailándome en la cara. «Cumplo 18 este mes», me dijo mientras me desabrochaba el pantalón con los dientes. «Ya lo sé, putita», le contesté, y le metí la mano por dentro de las bragas. Estaba más mojada que el carril del parque después de llover.
No hubo preliminares, no hubo romanticismo de mierda. Fue puro y duro, como un grind contra el rail. La levanté y la empotré contra la pared del salón, con sus piernas alrededor de mi cintura. Cuando la penetré, gritó como si le hubiera roto el himen (que no, la muy guarra ya no lo tenía).
Desde entonces, cada vez que nuestros padres salen, nos damos como animales. Ayer me la cogí en el baño mientras los otros cenaban abajo, con su boca tapada por mi mano para que no la oyeran gemir. Hoy lleva falda sin bragas «por si acaso».
Y el mejor truco? Que en dos semanas cumple 18. Le tengo preparado un «regalito»: una sesión de fotos en mi habitación para su OnlyFans. A ver qué dice mi padre cuando vea a su princesita haciendo el pato en internet.


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