Por

Anónimo

mayo 29, 2025

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Terapia con mi tía 3

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Pues si me preguntas a mí, esa primera sesión fue todo un éxito, no podía esperar a la segunda.

Los días pasaron como en un sueño: grávidos y ligeros.

—Qué onda má — saludé el lunes siguiente a mi madre, solo volver de la escuela.

—Hola, hijo, ¿Cómo te fue?

—Normal — dije, abriendo el refrigerador para encontrar algún snack que me calmara el hambre hasta la cena.

—Qué bueno, amor. Oye, me escribió tu tía para agradecerme por la ayuda que le prestaste el viernes. ¡Eres un sol!

Sonreí para mis adentros… Vaya, así que gran “ayuda”…

—¡Nada mejor que ayudar a la familia! —respondí con una voz impostada.

—Pero — continuó mi madre, ignorando mi comentario — me dijo que ya no necesitará más ayuda.

—¿Qué? — solté, atónito.

—Sí, me dijo que su sesión fue de lo más productiva y que se siente segura de empezar en su nueva área. Pero me pidió que te agradeciera por todas las molestias.

“Molestias”

—Bueno, pues un gusto haberla ayudado… — dije, intentando que mi voz sonara neutral, y subí corriendo a mi habitación.

—Puta madre— murmuré al llegar a mi habitación.

Pasé horas tumbado en mi cama, mirando al techo y repasando cada detalle de nuestra sesión. Recordé la forma en que sus manos temblaron al tocarme, cómo su respiración se entrecortaba, y ese brillo en sus ojos que delataba su deseo. No, esto no podía terminar así.

Me levanté de un salto y comencé a caminar en círculos por mi habitación, la adrenalina corriendo por mis venas.

No podía dejar que todo terminara así.

Decidí que tenía que confrontarla directamente. Y finalmente, después de darle varias vueltas al asunto, pensé que la única solución posible sería confrontarla directamente. Pasé varios días pensando en una estrategia o ángulo para abordar la situación, y aunque pensé en varias maneras de manejar las cosas, me decidí por improvisar. Era mi mejor arma.

El viernes por la tarde, después de la escuela, me dirigí directamente a la casa de mi tía Sofía. Con cada paso que daba, sentía cómo mi corazón latía más fuerte, como si quisiera salirse de mi pecho.

Pasé al edificio y subí los 3 pisos hasta su consultorio/departamento.

Toqué el timbre sin anunciarme y ella misma abrió la puerta.

Ahí estaba ella, mi tía Sofía, vestida con una blusa blanca que se ajustaba perfectamente a sus curvas y unos jeans que parecían hechos a medida. Su estilo era casual pero elegante, como si hubiera salido de una revista de moda sin esfuerzo alguno.

La blusa, ligeramente transparente, dejaba entrever el contorno de su sujetador y la suave piel que se ocultaba debajo. Los primeros botones estaban desabrochados, revelando un escote más que jugoso. Sus jeans abrazaban sus caderas y muslos de una manera que debería ser ilegal, culminando en un culo que debía representar un desafío y triunfo.

Su cabello caía en ondas suaves sobre sus hombros, enmarcando su rostro

—Adrián — dijo, sorprendida y atónita cuando me vio.

—Sofía — respondí, copiando su sorpresa. — ¿Puedo pasar?

—Yo… este… claro que sí — era tan tierno verla balbucear. Sin darle tiempo a arrepentirse, me colé en el departamento.

—Bonito, creo que nunca había venido — dije, admirando el interior, y estudiándolo en busca de debilidades.

—¿Qué haces aquí? ¿todo bien? — preguntó y aunque intentó suavizar su voz, sus palabras sonaron inquisitivas. Claramente no se esperaba esta situación y no sabía cómo manejarla. Me regodeé de dicha al ver que era totalmente incapaz de sobreponerse fuera del teatro de su “terapia”.

—Me dijo mamá que no necesitabas mi ayuda más, pero quería confirmarlo yo mismo.

—Adrián… yo … — intentó sonar sobria, profesional, pero volteé a mirarla a los ojos y eso la debilitó — ¿Te parece si nos sentamos?

—Claro — respondí y tomé la iniciativa, ella intentó caminar hacia el comedor, pero puse la mano en su espalda bajo y con un poco de presión le indiqué el camino hacia la sala: así evitábamos barreras y sería más fácil interrumpirla o intentar algún movimiento si las cosas comenzaban a salirse de mis manos. Ella titubeó, pero finalmente se dejó hacer, supongo que no alcanzaba a sospechar mis intenciones plantándome en su propio hogar.

—Adrián, creo que tenemos que hablar sobre lo que pasó la semana pasada —comenzó Sofía, sentándose en el sofá frente a mí. Su voz temblaba ligeramente, traicionando su nerviosismo.

—¿Qué es lo que pasó, tía? —pregunté con fingida inocencia, inclinándome hacia adelante.

Sofía suspiró profundamente, cerrando los ojos por un momento antes de mirarme directamente. —Lo que sucedió entre nosotros… fue un error. No debió pasar y no puede volver a ocurrir. Tenías razón, ¿ok? No debía empujarte a tener este experimento, lo manejé mal desde el inicio y el desenlace… bueno…

Sentí que la conversación se desviaba hacia un territorio peligroso. Necesitaba cambiar de estrategia.

—Sofía —dije, dejando caer el «tía» deliberadamente—, ¿realmente crees que está bien dejarlo ir todo? ¿qué pasará cuando tengas situaciones difíciles en terapias de verdad?

—Adrián, escúchame, te estoy diciendo que esto es lo que debo hacer, este es el camino ético y profesional, sí cometí un error al forzarte a ser parte de esto, considerando que podía ayudar a alguien que no buscaba ayuda y…

—El camino ético… eh… — dije, con una voz calculadamente pausada — así que, ¿dejar a los pacientes es el camino profesional? ¿huir es ético?

—Adrián. No estoy huyendo —respondió ella, con un toque de irritación en su voz—. Estoy siendo responsable.

—¿Responsable? —repetí con un toque de burla—. ¿O cobarde? Pensé que eras una profesional que no le temía a los desafíos.

Sofía se irritó visiblemente por mis comentarios. Sus ojos se entrecerraron y pude ver cómo apretaba la mandíbula, conteniendo su molestia.

—¿Cómo te atreves? —espetó, poniéndose de pie de golpe. Su voz temblaba, pero no de nerviosismo, sino de rabia contenida—. No tienes idea de lo que estás hablando, Adrián. Esto va más allá de desafíos profesionales. ¡Estamos hablando de ética, de moral! ¡Y es la decisión correcta para ambos!

Me di cuenta de que había cruzado una línea. La estrategia de provocación no estaba funcionando como esperaba. Sofía no era el tipo de persona que se doblegaba ante la presión, y mi arrogancia me había cegado a esa realidad. Necesitaba cambiar de táctica, y rápido.

—Lo siento, Sofía —dije, bajando la mirada y adoptando una postura más sumisa—. Tienes razón. Me pasé de la raya. Es solo que… —hice una pausa, buscando las palabras correctas—. Es solo que de verdad estaba molesto porque me hubieras obligado a ayudarte y quería desquitarme. Pero si vengo hoy, es porque pensé que habíamos logrado una conexión… especial.

Qué estupidez esa de conexión especial, sin embargo, vi cómo la expresión de Sofía se suavizaba ante mis palabras. La tensión en sus hombros se aflojó ligeramente, y volvió a sentarse, esta vez más cerca de mí.

—Adrián —suspiró, pasándose una mano por el cabello—. No forzaste nada. Fui yo quien perdió el control de la situación. Como profesional, debería haber mantenido los límites claros.

—Pero claro que te empujé — ahá, estaba viendo que podía empujar por ahí — manejé la situación a mi conveniencia y te acorralé hasta que…

—No, no, Adrián, no hiciste nada, realmente fui yo quién te forcé hasta que, bueno, no encontraste mejor manera de canalizar tus emociones…

Bien, había descubierto que era el orgullo, y peor cuando se trataba del profesional.

—Vale, vale, tía — dije, dándole un abrazo fuerte. — Parece que igual no hay nada que hacer por mí.

Ella aceptó mi abrazo con ternura, pero en cuanto terminé de pronunciar esas palabras, se tensó en mis brazos.

—¿De qué hablas, Adrián? — Vaya, parece que había dado en el clavo.

— Pues eso, que quizá la terapia no sea para mí.

—A ver, a ver, jovencito — dijo separándose apenas, pues el sillón no era tan amplio —, si estoy poniendo un alto entre nosotros, es sencillamente porque las circunstancias no nos permiten tener una relación óptima de paciente—terapeuta.

— Mmm. ya veo — dije exagerando el tono para sonar lo más incrédulo posible.

—Además, no tiene sentir tratar a alguien que no quiere tomar terapia — remató mi tía, como si con eso terminara la discusión.

—¿Y qué tal que sí quiero? — la piqué-

—¿Eh? ¿Has cambiado tu opinión?

—La verdad, no. Pero sí me pareció sumamente interesante. Sobre todo al final, es decir, claro que fue … sorpresivo, pero me parece que ambos pudimos tener una conexión real. — Me la estaba jugando total a esta última carta.

—¿Hablas en serio, o ya me estás jodiendo de nuevo? — Me gustaba darme cuenta qué fácil era notar cuando Sofía era transparente.

—Que sí, mujer, te estoy diciendo que sí.

Sofía me estudió detenidamente, sin atreverse a soltar palabra. Pero al final se mantuvo firme:

—Pues una lástima, porque no vamos a continuar. Aunque si hablas en serio, mi oferta de referirte con algún colega sigue en…

Decidí picarla un poco más. Con una sonrisa traviesa, le dije:

—Bueno, entonces sí, quizá uno de tus colegas tendría mejores resultados. Al fin y al cabo, tú pudiste hacerme eyacular, aunque con bastantes esfuerzos.

Vi cómo sus ojos se abrieron de par en par, indignada por mi comentario. Antes de que pudiera responder, rematé:

—A veces hay que conocer nuestros límites, ¿no?

Sofía se puso roja como un tomate. Podía ver cómo luchaba internamente entre su deseo de mantener la compostura profesional y la necesidad de defender su orgullo.

—¿Bastantes esfuerzos? —repitió, su voz teñida de incredulidad—. Perdona, pero creo que recuerdas mal. No me costó ningún esfuerzo hacerte… —se detuvo abruptamente, dándose cuenta de lo que estaba a punto de decir.

—¿Hacerme qué, tía? —pregunté con fingida inocencia, saboreando cómo caía en mi trampa.

Sofía respiró hondo, tratando de recobrar la compostura. —No voy a caer en tu juego, Adrián —dijo, pero su tono de voz la traicionaba. Estaba picada, y yo lo sabía.

—No es ningún juego —insistí—. Solo digo que quizás otro terapeuta pueda manejar mejor la situación. Uno con más… experiencia.

Vi cómo sus mejillas se sonrojaban ligeramente. Estaba luchando contra sí misma, lo podía ver en la forma en que se mordía el labio inferior, en cómo sus manos se tensaban sobre sus rodillas.

—Mira, Adrián —comenzó, su voz un poco más baja de lo normal—. Lo que pasó entre nosotros fue… intenso. Y te puedo asegurar que no me costó ningún esfuerzo lograr lo que logré.

—Yo lo recuerdo diferente —dije, inclinándome hacia ella con una sonrisa desafiante—. De hecho, estoy seguro de que yo podría hacerte venir mucho más rápido.

Los ojos de Sofía se abrieron de par en par, una mezcla de shock e indignación cruzando su rostro.

—¿Qué… qué estás diciendo?

—Que te puedo hacer tener un orgasmo en la mitad de tiempo.

Sofía se puso de pie de un salto, con sus mejillas ardiendo de un rojo intenso. —¡Esto es el colmo, Adrián! —exclamó, su voz temblando de ira y algo más que no pude identificar—. ¡Ahora está claro que tu intención desde el principio era aprovecharte de mí!

Sin levantarme del sillón repliqué:—sólo lo dices porque tienes miedo.

—¿Miedo? —repitió ella, retrocediendo un paso.

Sofía me miró con desprecio, pero no se me rindió tan fácilmente. Sin decir una palabra, se abrió los botones de su pantalón lentamente, sin bajárselos del todo, revelando sus bragas transparentes empapadas y suplicantes. Luego, sacó su teléfono y activó el temporizador. «Tienes 5 minutos», dijo con desafío en sus ojos, «empezando ahora». Yo no dudé un segundo y me abalancé sobre sus labios, besándola con una pasión que sorprendió a ambos. A pesar de su bravado, Sofía se dejó llevar por el momento y respondió a mis caricias con fervor.

Mi mano ágilmente encontró su entrepierna húmeda a través de sus pantalones ajustados y sus bragas, probando la intenso calor que emanaba de ella. Ella aspiró profundamente al sentir mi tacto firme pero ligero en el perfecto ritmo del temporizador que iba sonando en el fondo.

Yo no sabía si podía lograr lo que presumía, pero tenía que arriesgarlo, y si fallaba pues al menos me había dedeado a una hembra de campeonato.

Sofía intentó mantener la compostura, pero sus musculos faciales se tensaron mientras luchaba por ocultar sus sonidos de placer.

Encontré su clítoris hinchado y comencé a masajearlo en círculos, alternando la presión y velocidad. Sofía echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos con fuerza mientras luchaba por mantener el control.

Entonces ataqué su punto débil: comencé a mordisquear su cuello. Eso fue el punto de quiebre. Pues ahí mismo sele escapó un jadeo auténtico.

Con esa misma mano, tironeé de su blusa, haciendo que un par de botones saltaran, pero dándome acceso a su pecho. Sus senos se bamboleaban dentro del aparentemente caro sostén.

Era difícil coordinar los actos, por un lado tenía que seguir masajénadole el clítoris, mientras que por el otro intentaba deshacerme del brasier. No había tiempo. El corazón me iba a mil. Tenía la boca seca.

Simplemente tiré del sostén, haciendo que sus tetas salieran por encima, lo cual volvía la escena terriblemente morbosa, pues pechos, de por sí grandes, ahora se abultaban, empujados por la prenda íntima.

Me abalancé a besarlos, lamerlos.

Sofía simplemente estaba perdida.

Mi tía, mi tiíta, se abandonaba al placer de la carne.

Yo podría jurar que unos cuantos segundos habían pasado, cuando le metí el dedo medio, completamente hasta el fondo de la vagina. Sofía berreó un poco en respuesta, pero no se opuso. A pesar de lo ceñido de los pantalones, tenía bastante espacio de maniobra gracias a la elasticidad de la tela.

Y entonces el puto teléfono empezó a sonar.

—Oh… — dijo mi tía, pero nada más, porque con la mano que sujetaba el sostén me las ingenié para apagarlo, y como medida de emergencia, la penetré con un segundo dedo.

—Ahhh — gimió, y su gemido fue como una música angelical.

Empecé entonces a penetrarla con la mano mientras seguía devorando sus tetas. con la boca mamaba de un pezón y con la otra amasaba un pecho.

Dios, estaba en la puta gloria.

No pasó mucho, esta vez, hasta que la sentí tensarse bajo mis atenciones.

Sofía arqueó su espalda, mientras sus caderas estaban moviéndose rítmicamente contra mi mano. Sus gemidos se volvieron más intensos y frecuentes, llenando la habitación con sonidos de puro éxtasis. Sentí cómo sus paredes internas se contraían alrededor de mis dedos, pulsando con fuerza.

—Oh Dios, Adrián… ¡Adrián! —gritó

Sus ojos se cerraron con fuerza y su boca se abrió en un grito silencioso. Sentí cómo un líquido caliente bañaba mis dedos, empapando su ropa interior y mis manos.

El orgasmo pareció durar una eternidad. Cuando finalmente pasó, Sofía se desplomó en el sillón, jadeando pesadamente.

Su cabello, antes perfectamente peinado, estaba ahora revuelto y pegado a su frente húmeda.

Me miró con ojos vidriosos.

Yo estaba increíblemente excitado. Ver a mi tía en ese estado de éxtasis post-orgásmico era más de lo que podía soportar. Sin pensarlo dos veces, me desabroché el pantalón y lo bajé junto con mis calzoncillos. Mi pene estaba duro como una roca, palpitando de deseo.

Comencé a masturbarme frenéticamente.

Sofía me miraba con una mezcla de sorpresa y lujuria, aparentemente demasiado agotada para protestar.

No me tomó mucho tiempo. Con un gruñido gutural, sentí cómo el orgasmo se apoderaba de mí. Apunté mi pene hacia sus tetas y me corrí con fuerza. Chorros de semen caliente aterrizaron sobre sus pechos, cubriendo su piel bronceada con hilos blancos y pegajosos.

Sofía dejó escapar un pequeño jadeo de sorpresa, pero no hizo ningún intento de detenerme o limpiarse.

Cuando los últimos espasmos de mi orgasmo se desvanecieron, me dejé caer en el sillón junto a ella, igualmente sin aliento. Nos quedamos así por un momento, en silencio, procesando lo que acababa de suceder.

Después de algunos minutos, quizá demasiados, finalmente se puso en pie, y sin abrocharse el pantalón o la blusa comenzó a caminar.

La seguí.

Llegamos al baño, donde directamente fue al grifo y lo abrió.

La miré, había una enorme mancha de humedad en sus pantalones que era visible hasta de espaldas.

El agua fría corría por su rostro, llevándose los restos de maquillaje corrido y el sudor de nuestra intensa sesión. Observé cómo sus manos temblaban ligeramente mientras se secaba con una toalla suave. Su reflejo en el espejo mostraba una mezcla de emociones.

—Tenemos que hablar.

La historia la seguiré en el siguiente capítulo, ¿les parece? un comentario, me levanta las ganas de escribir. Es gratis

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