Por

Anónimo

mayo 28, 2025

340 Vistas

mayo 28, 2025

340 Vistas

Terapia con mi tía 2

0
(0)

La calma que me invadió los días siguientes fue magnífica. Nunca fui el típico sabelotodo arrogante, pero ahora entendía por qué la gente podía llegar a comportarse así.

La verdad es que, siendo completamente honesto conmigo mismo. No sólo era el gratificante sentimiento de haber derrotado intelectualmente a mi tía, sino que había una excitación inherente a la naturaleza de la conversación que establecimos. En mis búsquedas de porno había caído en las escenas con falsa psicóloga o familiar, pero vivirlo en carne propia… eso era otro nivel.

En fin.

El día de la cita llegó más rápido de lo que esperaba.

Rehice el camino. Toqué suavemente a la puerta y, para mi sorpresa, la voz de mi tía me invitó a pasar con un tono cálido y profesional.

Al entrar, la vi sentada tras su escritorio, tan hermosa como siempre, con una sonrisa amable en su rostro.

Nos saludamos como si nada hubiera ocurrido, pero la tensión en el aire era palpable. Me senté frente a ella, observando cómo se movía con gracia al acomodarse en su silla. Su blusa, ligeramente entreabierta, me distrajo por un momento antes de que su voz me devolviera a la realidad.

—Bueno, Adrián… — comenzó, sin verdaderamente dudar, pero tomándose su tiempo para cada palabra. — Te debo una disculpa por lo que ocurrió en la última sesión. Definitivamente no debí haber perdido el control.

El inicio me pareció… interesante.

No esperaba una disculpa, y menos aún que fuera ella quien abordara el tema directamente.

—No te preocupes — respondí —. Además… puede ser una buena práctica para cuando tengas pacientes de verdad.

Me respondió con una sonrisa cordial, aunque supuse que no creía del todo en mi disculpa.

Sofía me miró con una mezcla de curiosidad y cautela antes de preguntar:

—Bueno y ¿Cómo te sentiste en nuestra primera sesión, Adrián?

La pregunta quedó flotando en el aire por unos segundos.

—La verdad… — comencé, eligiendo mis palabras con precisión — me sentí bien. Fue… interesante poder hablar de sexualidad contigo. Sinceramente, jamás creí que tendríamos una conversación así.

Sofía asintió lentamente, procesando mis palabras. El silencio se extendió por unos momentos antes de que yo decidiera romperlo:

—¿Y tú? ¿Cómo te sentiste?

Vi cómo tomaba una respiración profunda antes de responder. Sus dedos jugueteaban nerviosamente con un bolígrafo sobre el escritorio.

—Fue… sorpresivo, sin duda — admitió, su voz ligeramente más baja que antes —. No estaba preparada para la dirección que tomó nuestra conversación. Y a pesar del final un tanto caótico… — hizo una pausa, sus ojos encontrándose con los míos — debo admitir que fue una experiencia enriquecedora.

—¿Aprendiste algo? — dije y ella rió auténticamente ante mi ocurrencia.

—Vaya, pero si puedes encantador cuando te lo propones.

—Pero no siempre me lo propongo.

Sofía me miró, mi querida tía se inclinó ligeramente, haciendo que sus pechos reposaran en el escritorio y comenzó a hablar.

—Mira, Adrián, quiero que este ejercicio sea realmente productivo para ambos. Sé que nuestra primera sesión fue… poco convencional, por decirlo de alguna manera. Pero estoy dispuesta a hacer de esto una experiencia cómoda y enriquecedora para ti también.

Sus dedos tamborileaban suavemente sobre la madera pulida mientras continuaba:

—Podemos establecer límites claros, crear un espacio seguro donde puedas expresarte libremente sin temor a ser juzgado. Estoy aquí para escucharte, para ayudarte a explorar tus pensamientos y emociones de una manera constructiva.

Asentí lentamente, permitiéndole continuar su monólogo.

—Va a ser muy cansado para ambos mantener esto como una batalla campal. Así que te propongo algo: abordemos un tema real, un problema o tema que te interese o que te…

—De hecho, tía Sofía, hay algo de lo que me gustaría hablar. Un problema que he estado teniendo… — la interrumpí.

Vi cómo sus ojos se iluminaban con interés genuino. Se enderezó en su silla, toda su atención enfocada en mí.

—Adelante, Adrián. Estoy aquí para escucharte. ¿De qué se trata?

—Bien, pero tienes que prometer que la cláusula de confidencialidad de paciente-terapeuta aplica aquí.

Sofía me lo aseguró, emocionada. Se inclinó hacia adelante, sus codos apoyados en el escritorio, creando un escote que captó mi atención por un momento antes de volver a mirarla a los ojos.

Yo comencé entonces a soltar mi calculada mentira:

Tomé aire, fingiendo nerviosismo, y empecé:

—Verás, tía Sofía… tengo un problema para eyacular. Es decir, cuando tengo relaciones con una chica puedo mantener una erección por horas, pero casi nunca me vengo.

Sofía soltó un bufido de exasperación, arqueando una ceja. Pude ver cómo luchaba internamente, intuyendo la mentira pero sin atreverse a contradecirme directamente. En lugar de eso, se reclinó en su silla, cruzando las piernas de una manera que hizo que su falda se subiera ligeramente.

—Entiendo, Adrián. ¿Podrías darme más detalles sobre esta… situación?

Asentí, preparado para sumergirme en mi elaborada historia.

—Bueno, la última vez que estuve con una chica, estuvimos como dos horas y… nada. Ella terminó exhausta y yo… bueno, seguía duro como una roca. Al principio pensé que era genial, ¿sabes? Ser un semental y todo eso. Pero después de un par de encuentros no ha sido más que… frustrante.

Vi cómo Sofía se mordía el labio inferior, claramente luchando entre su instinto profesional y la sospecha de que estaba siendo manipulada. Finalmente, habló:

—Ok, asumiendo que no estés mintiendo… vamos a abordar este… problema tuyo. ¿Cuándo comenzaron estos “síntomas”?

—¿Cómo que asumiendo que no esté mintiendo? —repliqué, fingiendo indignación.

—Bueno, Adrián —comenzó, su voz teñida de un tono ligeramente burlón—, si mal no recuerdo, la semana pasada confesaste que te masturbabas con bastante frecuencia. ¿Cómo es posible que tengas problemas para eyacular si ese es el caso?

Me sorprendió que recordara ese detalle de nuestra conversación anterior.

—Ah, entiendo la confusión —respondí, tratando de sonar lo más convincente posible—. Verás, este problema solo me ocurre durante actos sexuales con otra persona. Cuando me masturbo, no tengo ningún inconveniente.

Sofía arqueó una ceja, claramente no del todo convencida.

—Interesante —murmuró—. ¿Y has notado alguna diferencia en tus sensaciones entre la masturbación y el sexo con pareja?

Decidí profundizar en mi mentira, añadiendo detalles para hacerla más creíble:

—Sí, de hecho. Cuando estoy solo, todo funciona perfectamente. Pero con una chica, es como si mi cuerpo se negara a cooperar. Siento placer, por supuesto, pero es como si hubiera un bloqueo mental o algo así. Simplemente no me corro.

Sofía no se inmutó por la vulgaridad.

—Ya veo — soltó al fin—. Bueno, Adrián, este tipo de situaciones no son tan inusuales como podrías pensar. Muchos hombres experimentan dificultades similares, especialmente cuando hay factores de estrés o ansiedad involucrados.

Mantuve mi expresión seria, aunque por dentro.

—¿Y qué hacemos?

—En realidad no es precisamente mi área la sexología, así que podría referirte a algún colega que pueda atenderte sin problemas…

Justo ahí la quería tener.

—Ah, vale, ya veo. Entonces tú no puedes…

—Venga, que tengo conocimientos básicos al respecto, y podría ayudar pero tanto como un especialista…

—Mmh… ok. Alguien que sí pueda ayudar a la gente.

—Mira, Adrián —dijo Sofía, inclinándose hacia adelante con una mirada desafiante en sus ojos—. Creo que sé lo que estás haciendo aquí. Está bien que me pasé de la raya forzándote, pero esto no es más que un berrinche infantil. Y si fueras tantito más maduro te darías cuenta de qué esto solo nos hace perder el tiempo a ambos.

—No sé de qué hablas, tía. Te estaba compartiendo un problema real, tal y cómo querías y no haces más que llamarme mentiroso.

—¡Basta! — dijo, completamente exasperada. Tomó un largo respiro y después continuó.

—Te propongo un trato, Adrián —dijo, con una voz serena y una mirada neutral—. Puedo probarte aquí y ahora que no tienes ningún problema para eyacular. Si tengo razón, aceptarás participar plenamente en esta terapia, sin más juegos ni provocaciones. ¿Qué dices?

Lo pensé, estaba seguro de que sólo estaba blufeando, pero quería saber hasta que punto iba a llevar esta farsa.

—Muy bien. Trato hecho.

Mi tía se levantó suavemente. Yo estaba a la expectativa total, pues era bastante claro cuál era la sugerencia, pero me parecía irreal, distante. No voy a negarlo: estaba completamente nervioso, mi corazón empezaba a latir con fuerza y mi boca estaba completamente seca.

Con movimientos deliberados, Sofía se quitó el saco sastre, revelando una camisa blanca que se ajustaba perfectamente a su figura, parece que no tenía camisas de más colores. Sus dedos, ligeramente temblorosos, comenzaron a arremangar las mangas de la camisa, exponiendo la suave piel de sus antebrazos.

—Adrián —dijo—, vamos al sillón.

Noté cómo intentaba mantener un tono profesional, pero el ligero temblor en su voz traicionaba sus nervios. Me levanté, siguiéndola hacia el amplio sofá de cuero en la esquina del consultorio. Oh sí, esto iba a ser la fantasía adolescente de todos.

Asentí, sin poder ocultar la sonrisa que se dibujaba en mis labios. Me levanté y la seguí hacia el amplio sillón de cuero en la esquina del consultorio. El aroma de su perfume llenó mis sentidos mientras nos acomodábamos

Estaba bastante tenso, a pesar de querer dar la impresión de mantener el control de la situación.

—Bien —murmuró, humedeciendo sus labios con la punta de la lengua—. Vamos a demostrar que no tienes ningún problema para… eyacular.

La dejé hacer, porque sinceramente no tenía la capacidad de tomar la iniciativa. Mi plan había ido mucho más lejos de lo que podía haber previsto.

—Por favor, bájate el pantalón y los bóxers — me pidió con una voz clínica.

Obedecí sin decir palabra, bajándome el pantalón y los bóxers con manos temblorosas. Mi verga apareció a medio dormir, tímida ante la mirada clínica de mi tía.

Con delicadeza, comenzó a masajear mi miembro, no tenía la capacidad de evaluar si la técnica era experimentada o el talento era natural.

Me dejé llevar por las sensaciones, cerrando los ojos y recostándome en el sillón. Era placentero, sí, pero me sentía extrañamente cohibido.

A los pocos segundos, mi pene se irguió completamente, palpitando bajo el toque de Sofía. Ella soltó un suspiro casi imperceptible, como si estuviera satisfecha con el resultado. Sus movimientos se volvieron más seguros, más rítmicos.

Abrí los ojos y la miré. Su rostro estaba serio, concentrado en la tarea

Su mano se movía con destreza, alternando entre caricias suaves y firmes. El pulgar rozaba la punta de mi pene en cada movimiento ascendente, enviando escalofríos por todo mi cuerpo.

—¿Ves? —murmuró Sofía, su voz ronca—. No hay ningún problema aquí.

Por toda respuesta sólo pude soltar un gemido involuntario. Lo cual hizo que su rostro enrojeciera mucho más, pues quizá le recordó lo poco ético de la situación.

Sí, su técnica era impecable; sin embargo, lo que no sabía es que ese mismo día yo me había masturbado 4 veces. Sinceramente, la situación me ponía un poco cachondo y aunque no pensaba que nada fuera a pasar, quería ir con la cabeza lo más fría posible para manejar las cosas lo mejor posible.

Su mano seguía moviéndose con destreza, pero pude notar cómo la duda empezaba a asomarse en sus ojos.

—¿Todo bien, Adrián? —preguntó, su voz mezclada entre preocupación y frustración.

Fingí una expresión de disculpa. —Lo siento, tía. Te dije que tenía problemas para… ya sabes.

Sofía frunció el ceño, claramente desconcertada.

Sofía se tomó un momento, evaluando la situación con una mirada penetrante. Pude ver cómo sus ojos brillaban con determinación, como si de repente hubiera entendido que no solo estaba en juego el ejercicio, sino su orgullo y prestigio como psicóloga. Sin decir una palabra, llevó sus manos a los botones de su blusa y comenzó a desabrocharlos uno por uno, con una lentitud deliberada que hizo que mi corazón se acelerara.

—Quizá un apoyo visual ayude—, murmuró

La blusa se abrió completamente, revelando un sostén de encaje azul que contrastaba maravillosamente con su piel olivácea. Sus pechos, generosos y firmes, se movían suavemente con cada respiración, hipnotizándome.

La visión de sus pechos balanceándose ligeramente con cada movimiento de su brazo me excitó aún más, y sentí cómo mi miembro se endurecía aún más en su mano.

Pasaron cinco minutos de placer intenso, con Sofía variando su técnica, probando diferentes ritmos y presiones. Yo jadeaba suavemente, pero mis acciones de la tarde habían dado sus frutos y no sentía atisbo del orgasmo cerca.

De pronto, sin previo aviso, se inclinó hacia mí. Sus labios encontraron mi cuello, depositando besos suaves y húmedos que me hicieron estremecer. Su lengua trazó un camino desde mi clavícula hasta el lóbulo de mi oreja, mordisqueándolo suavemente.

Gemí sin poder contenerme, mi cuerpo arqueándose involuntariamente hacia ella. El calor de su aliento en mi piel, combinado con el movimiento incesante de su mano, me estaba llevando al borde.

Eso sí me había sorprendido. Y sinceramente me estaba calentando muchísimo. Pensé que la suerte estaba echada.

De forma abrupta me abalancé sobre ella, y comencé a besarla en los labios. El ataque la tomó por sorpresa, pues suavizó sus caricias, lo cual me dio un respiro. Sin embargo, no me rechazó directamente. Lo cual me envalentonó bastante, así que una de mis manos se fue directamente a su entrepierna.

Pero al parecer, ahí mismo estaba la frontera arbitraría que mi tía había construido.

—No, espera, qué haces. — Y aunque hizo amago de detenerme con una de sus manos, yo la besé con fuerza.

Realmente era un beso de puro deseo.

Eso la distrajo y pude deshacer el botón de su falta y bajar el cierre, con bastante trabajo pues mis manos temblaban.

Finalmente, después de batallar un poco, pude meter una de mis manos en su falda, saltándome las bragas directamente. No estaba para juegos.

Sentir su vello público recortado en la yema de mis dedos me conmocionó, y ni hablar de cuando recorrí su raja húmeda.

El calor que emanaba de su entrepierna era intenso, casi febril. Mis dedos se deslizaron con facilidad entre sus pliegues, encontrándola sorprendentemente mojada. El contraste entre la suavidad de su piel y la aspereza de su vello púbico me hizo estremecer.

Sofía dejó escapar un gemido ahogado contra mis labios y retomó el ritmo rápido de la masturbación que se suponía deba estar efectuando con maestría.

La situación me tenía a mil, no era capaz ni de pensar en el objetivo final de este experimento.

Empecé a explorar su vagina, con torpeza he de aceptar.

Exploré su intimidad con curiosidad y deseo, maravillándome ante cada nuevo descubrimiento. Mis dedos encontraron su clítoris, hinchado y palpitante, y comencé a trazar círculos suaves alrededor de él.

—Adrián… —jadeó, su voz era una mezcla de placer y confusión—. Esto… esto no está bien…

Pero sus palabras contrastaban con sus acciones. Sus caderas se movían al ritmo de mis caricias.

Decidí aventurarme más allá. Lentamente, introduje un dedo en su interior, me maravilló lo caliente que estaba mi tía.

Ella ejerció una presión casi excesiva alrededor de mi verga.

En un acto mitad premio mitad castigo, le metí un segundo dedo hasta el fondo de su vagina. Esto le arrancó un suave pero delicioso jadeo.

Sigue – ordené con una voz ronca que desconocía.

Y mi tía entonces retomó la masturbación. Sus dedos se deslizaban ágilmente por mi miembro, apretando y aflojando con un ritmo hipnótico. Podía sentir cómo la sangre pulsaba en mi verga

entí cómo su interior se contraía alrededor de mis dedos, pulsando con un ritmo hipnótico que me volvía loco.

Decidí explorar más allá. Con mi pulgar, comencé a acariciar su clítoris mientras mis otros dedos seguían moviéndose en su interior. La reacción fue inmediata: Sofía arqueó su espalda, presionando sus pechos contra mi torso. Su maldito sostén se interponía entre nosotros.

El aroma de su excitación llenaba mis sentidos, mezclándose con el perfume que llevaba. Era una combinación embriagadora que me hacía desear más. Sin pensarlo, bajé mi cabeza hacia sus pechos, besando la piel expuesta por encima del sostén.

Sofía respondió aumentando el ritmo de su mano sobre mi miembro. Podía sentir cómo el líquido pre-seminal facilitaba sus movimientos, haciéndolos más fluidos y placenteros.

Más rápido – le ordené, sorprendiéndome a mí mismo por mi atrevimiento.

Para mi asombro, ella obedeció.

La posición era incómoda, pero nos estábamos apañando bastante bien para llevar a cabo nuestra fechoría.

Para mi asombro, ella obedeció. Su mano se convirtió en un borrón de movimiento, llevándome cada vez más cerca del clímax. En respuesta, aumenté la velocidad de mis propios movimientos, sintiendo cómo su interior se contraía cada vez más fuerte alrededor de mis dedos.

De repente, sentí cómo Sofía comenzaba a temblar. Sus muslos se tensaron alrededor de mi mano. Sus jadeos se detuvieron, como si su voz se hubiera desconectado de su cuerpo y su rostro se tensó.

La intensidad de la situación me había hecho perder el registro de mis propias sensaciones, por lo que no noté qué tan cerca estaba del orgasmo hasta que mi verga empezó a escupir semen, creando en mi una tormenta eléctrica de placer.

Ambos estábamos en éxtasis. El momento era perfecto.

Ambos tuvimos un orgasmo intenso. Mi semen terminó casi completamente en la camisa de Sofía, manchando la tela blanca con chorros perlados.

En el momento post-orgásmico simplemente nos miramos, confundidos y consternados.

El rostro de Sofía estaba enrojecido, su pelo ligeramente despeinado, y sus labios hinchados por los besos. Yo podía sentir el calor en mis propias mejillas y el sudor que perlaba mi frente.

Finalmente, rompí el silencio con voz ronca:

-Bueno, me voy. Gracias por la terapia.

Sin esperar respuesta, me levanté torpemente, subiéndome los pantalones con manos temblorosas. Evité mirar directamente a Sofía.

No era vergüenza lo que sentía, sino simplemente estaba aturdido.

La historia la seguiré en el siguiente capítulo, ¿les parece? Saludos, no olviden comentar.

¿Que te ha parecido este relato?

¡Haz clic en una estrella para puntuarlo!

Promedio de puntuación 0 / 5. Recuento de votos: 0

Hasta ahora, ¡no hay votos!. Sé el primero en puntuar este relato.

Deja un comentario

También te puede interesar

El comentario de mi amigo….MI CUÑADA.

panter069

21/12/2014

El comentario de mi amigo….MI CUÑADA.

Las putas de mi familia-Parte 4: Soy el mejor amigo sexual de mi tía

fabio08

17/07/2020

Las putas de mi familia-Parte 4: Soy el mejor amigo sexual de mi tía

Suegra atendida

anonimo

06/01/2016

Suegra atendida
Scroll al inicio