
Por
Anónimo
Ana Karen mi alumna
Se llama Ana Karen… En esa escuela yo estaba haciendo un interinato para un maestro amigo mío al que habían operado de una ulcera. A sus casi 65 años; requería mas tiempo su recuperación por lo que me pidió que cubriera sus clases de matemáticas. Se trataba de un período de 3 meses, al final del ciclo escolar. Me tocaba dar clases a las alumnas de 2 y 3 grado de Preparatoria.
Era una escuela de monjas muy estrictas de la ciudad de Puebla. Tanto maestros como con alumnas deberían portar ropa muy seria y recatada; mi me hicieron llegar de traje obscuro y corbata, a mis 47 años me conservaba mas delgado y las ganas por hacer deportes extremos era mi afición, así que las espaldas de esclavo, estrecha cintura, la aún muy discreta panza y mi 1.83 m. llamaban la atención a algunas damas.
Pero mis emociones y hasta mi libido estaban en el congelador pues aún padecía los daños emocionales y económicos que dejo después de 2 años mi divorcio. Para mi; llegar a esa escuela no era un sueño, pues me quitaría 3 horas diarias de la mañana y me exigiría ser mucho mas organizado con el resto de mis actividades como incipiente empresario. Pero yo lo hacia por la amistad del Mtro German del que había aprendido mucho en mis años de estudiante, sus enseñanzas sobre física y astronomía eran bastante amplios. Además el maestro se había convertido con el paso del tiempo en un amigo mus cercano y en casi mi confesor. Y Otro motivo no menos importante también fue la paga, pues en esos tiempos cualquier ingreso era insuficiente. Era un colegio dirigido a las familias de clase alta. Su objetivo era formar a mujeres que pasarían a estudiar una carrera universitaria en las áreas administrativas o simplemente terminarían su preparatoria con alguna carrera comercial que les permitiría entrar a trabajar a empresas familiares o instituciones bancarias como cajeras, asistentes o secretarias ejecutivas. Otras más solo asistían por obediencia a sus padres mas que por gusto.
Así que sabia que no me encontraría con chicas deseosas por dominar la matemática y mucho menos aún por aprender algebra o calculo superior. Aún que siempre he creído que las matemáticas, la mayor parte de la gente las odia no por que sean difíciles; las odian por que no las enseñaron bien e hicieron clases aburridas y tediosas. Así que ante mi estaba una oportunidad por hacer valer esta premisa. Si se enseñan bien las matemáticas, se vuelven ¡apasionantes! Mi primer día de clases fue un shock. Sabia de lo estrictas de las mojas pero llegar a las 8:00 hrs al salón de 3 grado y ver a 25 niñas de pie a un lado de su pupitre, con el pelo perfectamente recogido, un uniforme que consistía en una falda roja a cuadros escoces azules con verdes hasta que casi emparejadas con las calcetas verdes hasta la rodilla, una blusa blanca, suéter verde abotonado ligero, con cero maquillaje y zapatos perfectamente lustrados de color negro; de esos que parecen de monja libidinosa. Pero con caras infantiles e inocentes; saludando a Coro ¡BUENOS DÍAS SEÑOR PROFESOR! El espectáculo dejo sin habla. Y se noto más por los minutos que pase en recobrar la voz y entender que no se sentarían hasta que no diera la orden. Y fue hasta que una de ellas carraspeo como recordándome que estaban de pie. — Tomen asiento. — Se oyó una voz que ni yo estaba reconociendo. Era la voz de la monja prefecta que en mi obnubilación entro al salón sin que me percatara para presentarme con el grupo. Una vez terminada su presentaciones se despidió de mi y salió con el mayor sigilo tal y como había entrado, sin que la oyéramos dejando el salón en un silencio casi sepulcral. Me senté y me disponía a pasar lista cuando la misma alumna que carraspeo unos instantes antes; se levanto con el brazo en alto a un lado del pupitre y me pregunto con una sonrisa. —¿No vamos a rezar, Señor Profesor?— Como entenderán entre en Shock nuevamente, ¿¿Cómo que Rezar??. ¿Que acaso me equivoque de salón?.
No rezo desde hace muchísimo tiempo!… y estas niñas quieren que rece con ellas!… estos y un sin fin de pensamientos mas corrían por mi mente. Quizás mis ojos desorbitados y en blanco dieron pie al siguiente comentario —¿Puedo llevar la oración, profesor?— Volvió a comentar la chica. —¿me harías el favor?— fueron mis primeras palabras frente al grupo. Ella rezo el Padre Nuestro y tomo asiento. Al pasar la asistencia me entere que la chica que hasta ahora más había participado se llamaba Ana Karen Hernandez; alta 175cm sin tacones, delgadita con unos senos generosos, después me entere que su pasatiempo era hacer Crossfit para mantener y formar su figura de colegiala. Desde ese día, dejo de incomodarme la apatía y desidia de las chicas por mi materia. Misma que fue cediendo poco a poco al hacer juegos y platicas motivacionales con ellas. Me fueron dando su confianza y yo disfrutaba sus equivocaciones o berrinches cuando dejaba mas ejercicios. Poco a poco deje de ser Sr. Profesor a simplemente Cirilo. Con algunas chicas tuve mas confianza que de otras. Pero Ana Karen me estaba volviendo no solo su maestro sino su esclavo. Pues su figura, sus senos, su sonrisa y su coquetería estaban minando día a día mi celibato. Me era imposible apartar la vista de su pupitre cuando cruzaba las piernas o cuando me preguntaba alguna duda, o al acercarme a revisar sus apuntes y su blusa dejaba ver algo de su busto. Pues mi imaginación se motivaba por que bombardeaban las ganas de acariciarla, de besarla, de tocarla. Pero tenia que mantener la cordura pues ella estaba atrás de la línea que un maestro no debe cruzar. Con ese pensamiento, trate de ignorar sus coqueteos, procuré evitar los contactos visuales y mucho más los físicos. Cierto día, cuando me sentía mas confiado con mi estrategia de conducta. —¿Oye necesito hacer una llamada me prestas tu cel? — discretamente se lo di y me acerque a la puerta para cuidar que nadie interrumpiera. No tardo en devolverme el celular. Así como me lo dio lo guarde en la bolsa del saco y continué con la clase. Aun que me inquietaba la curiosidad de saber a quien le había enviado el mensaje, no lo revise hasta ya casi al terminar la clase.
¡Mi sorpresa fue mayusculaaa! un recadito para mi!… — «Oye me gustas y me encantas cuando te acercas a mi; lo deberías de hacer mas seguido»— ni tardo ni perezoso en ese momento la cambie de lugar al frente del salón bajo el pretexto que no quería que se distrajera y así yo no tener interrupción alguna para poder deleitarme a mis anchas alimentando la sed de voyerista que Ana Karen había despertado en mi.
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