Mis odiosas hijastras (6)
No podía estar más eufórico. En ese punto, aunque Mariel no me hubiera sido infiel, no iba a poder contenerme. Me iba a comer al menos a una de esas pendejas esa misma noche —a la otra quizás la dejaría para el postre—.
Ya no había dudas de que Agos me correspondía y ahora resultaba que la zorra de Valentina era la que había abusado de mí en la oscuridad, y la que me había alertado de la traición de mi pareja. Era irónico que al final la primera sospechosa fuera la culpable. Qué terrible culeada le pegaría a esa pendeja soberbia cuando la agarre, pensaba. Pero lo más seguro era que primero fuera por Agos. En el baño se había hecho la tonta, diciendo que no estaba segura de si quería que fuera a verla a su cuarto.
Pero cuando decía eso, la princesita dejaba que metiera mano en sus tetas mientras le hincaba la verga dura en las nalgas, casi como si me la estuviera cogiendo a pesar de que ambos estábamos vestidos.
—En qué andaban ustedes dos —dijo Valentina, con la boca llena, pues no se había molestado en esperarnos para comenzar a comer los fideos con salsa. Lo dijo enarcando las cejas, con una sonrisa traviesa que en ese momento se me antojó muy graciosa.
—Nada, Adri pensó que me sentía mal. Pero no me pasó nada —respondió Agos rápidamente, sentándose en la mesa.
El lindo rostro de Sami, iluminado por una tenue luz de vela, pareció muy severo. No era común verla así, casi molesta. ¿Estaría celosa? Si era así, ya me haría lugar para ella. A esas alturas no tenía motivos para dejar afuera a la tierna rubiecita de dieciocho años.
Decidí que iba a comer solo un plato, y por esta vez no bebería cerveza, sino que me limitaría a tomar agua. Ya no tenía veinte años, y necesitaba sentirme liviano y lúcido para tener una excelente performance en la habitación de la mayor de mis hijastras.
La cena era una buena oportunidad para intimar un poco más con las hermanitas, pero estaba tan concentrado en lo que debía pasar en algunas horas, que no logré mantener una conversación fluida con ellas. En mi mente ya no eran más que actrices porno que no solo cumplirían la función de satisfacerme, sino que representarían una perfecta venganza hacia mi traidora mujer. Gracias a eso ya no me vería en la obligación de sentirme humillado al tener que convivir con alguien que me había metido los cuernos. Abandonar a Mariel en ese punto no estaba en discusión. Por más que me pesase, no estaba en condiciones de irme a vivir solo. Mi situación económica desastrosa hacía que eso fuera imposible en el corto plazo. Pero ahora por lo menos tenía el atenuante de que no me sentiría como un pobre cornudo impotente. La infidelidad de Mariel no se desvanecería por arte de magia, pero yo estaba a punto de equilibrar la balanza, lo que, por demencial que sonara, contribuiría a sostener la pareja.
Cuando llegó la hora de levantar la mesa, Sami me ayudó a lavar las cosas.
La tormenta por fin había terminado, aunque todavía caía la lluvia —mucho menos intensa que antes—, mientras que el feroz viento sí había desaparecido, como si ya estuviera satisfecho de los destrozos que había causado.
—¿Está todo bien? —preguntó Sami.
—Sí ¿Por? —pregunté a su vez, extrañado, ya que no había motivos para que me hiciera semejante pregunta. ¿No me veía bien acaso? Fue en ese momento cuando me percaté de por dónde venía la mano. En efecto, me veía bien, demasiado bien, y eso resultaba obvio, incluso para una pequeña adolescente como ella.
—Es que de repente te noto cambiado —dijo—. Como que estás en otra.
—Sí, puede ser —le respondí—. Estuve medio distraído en la cena ¿No?
—Un poco. Pero está todo bien. Solo me llamó la atención.
El pelo rubio cayó hacia adelante cuando se inclinó para lavar el plato. Su boca hizo una trompita. El pulóver que tenía la cubría mucho más de lo que me hubiese gustado. Me preguntaba si alguna vez volvería a verla semidesnuda. Ese turgente culo que tenía merecía ser mostrado con más frecuencia. El descubrimiento que había hecho respecto a Valentina, y lo que había sucedido con Agos pusieron en marcha mi lado más pervertido, y las trabas morales que tenía con Sami se habían esfumado. La nena ya había crecido.
—Me agarró señal de internet en el celular durante un rato. Cuando estabas en el baño con Agos… —comentó, como al pasar.
—¿Sí?
—Parece que hubo muchos daños. Árboles caídos. Gente herida. La electricidad es medio imposible que regrese hoy. Y el internet… con suerte vamos a poder mandar un mensaje cada hora. Pude escribirle a mamá contándole que estábamos todos bien. Pero no me respondió. O supongo que lo hizo, pero todavía no llega el mensaje.
—Bueno, tenemos que agradecer que estamos bajo techo. Hay mucha gente que la está pasando pésimo —comenté.
—Sí, lo sé. Y me da mucha pena.
Vi los ojos azules tornarse acuosos. Sami era muy sensible, y en ese momento, con su carita haciendo puchero, me dio muchísima ternura.
—Que te pongas mal por esas cosas habla bien de vos —le dije.
Acaricié su mejilla, pero a diferencia de la vez anterior, no me recriminé por haberlo hecho. Es más, me daba la impresión de que la más pequeña de la casa pedía a gritos unos mimos, y yo no sería capaz de negárselo. Como respuesta a esta sensación, se secó las manos con un repasardor, y se acurrucó en mi pecho. Yo la envolví con los brazos.
—Estás peleado con mamá ¿No? —me preguntó, mirándome desde abajo con sus ojos brillosos.
—¿Por qué pensás eso? —pregunté.
—Si me contestás con una pregunta es porque es así.
—Nada importante. Cosas típicas de adultos —le dije, ahora acariciando su cabello—. ¿Eso te preocupa? Ya te dije que…
—Sí, sí, que podía contar con vos cuando me necesites. Pero lo que necesito es que estés acá. Cerca de nosotras.
—Bueno, no te preocupes. No pienso irme.
Sami me miró con el ceño fruncido. Como si mi afirmación la sorprendiera. Recordé que en más de una ocasión tanto ella como sus hermanas se habían mostrado críticas con respecto a su madre. ¿Sería que esa reacción de Sami tendría algo que ver con aquello?
—¿Me prometés algo?
—Claro —dije—. Siempre que sea algo que esté en mis manos…
—No hagas ninguna estupidez —dijo.
Ahora el sorprendido era yo.
—Nos vamos a dormir —dijo Agos, apareciendo en el umbral de la cocina.
Miró a Sami, que estaba todavía en mis brazos, y me miró a mí alternativamente. Pero no preguntó qué sucedía.
—Pero si es tan temprano —comentó Sami, saliéndose lentamente de nuestro abrazo.
—Sí, pero con esta lluviecita nos agarró unas terrible ganas de apolillar—Comentó Valentina, apareciendo detrás de Agos.
—Bueno, no es mala idea ir a dormir temprano. La verdad que la noche se presta para eso —dije—. Además, seguro que mañana va a volver todo a la normalidad. Con esta oscuridad es todo muy incómodo, y las velas no van a tardar en extinguirse.
—¿Vamos? —le preguntó Agos a Sami, aunque a decir verdad no parecía una pregunta, sino más bien una orden.
La menor de las hermanas siguió a las otras.
—Que tengas una linda noche —me dijo, antes de dejarme solo en la cocina.
Estaba claro que la intención de Agostina era que cada una estuviera en sus respectivas habitaciones lo antes posible. La pendeja al fin me estaba dando pie para que fuera a verla. Y yo que estaba temiendo que fuera a arrepentirse. Pero no sería prudente hacerlo enseguida.
Me quedé en la cocina un rato. Me hice un té, y me lo tomé despacito, saboreando cada trago mientras trataba de mantener la cabeza lúcida. Y es que en una situación como esa era lógico volverse un poco loco. De hecho, ahora me doy cuenta de que mi arrogancia estaba llegando a límites que nunca sospeché alcanzar. Luego me aseguré de que estuvieran todas las persianas bajas. Por lo visto las chicas lo habían hecho antes de subir. Rita, totalmente satisfecha de todo lo que había comido, ya descansaba sobre una almohada que estaba cerca de la entrada. Finalmente comprobé que la puerta trasera estuviera bien cerrada.
Extrañamente, justo en el momento en el que parecía ser inminente que mis fantasías se cumplieran, mi verga se tornó fláccida. No obstante, cuando fui a mi habitación y me deshice de mi ropa para darme una rápida ducha, me percaté de que el glande estaba bañado en líquido preseminal. Era muy abundante, casi como si hubiera acabado, y había dejado una enorme mancha pegajosa en mi ropa interior.
Me hice una paja bajo el chorro de agua fría. No quería acabar rápido cuando llegara el momento de la verdad, y por experiencia sabía que la masturbación antes de coger contribuía con ese objetivo. Aunque de todas formas no esperaba acabar solo una vez. No tenía veinte años, pero tampoco tenía setenta. Una vez que le echara un polvo, empezaría a devorarla con la boca, le chuparía todas sus partes secretas, y después me la cogería de nuevo.
Lamenté no poder recortarme un poco los vellos pubianos. La princesa de la casa era tan delicada, que quizás se molestaría al encontrarse con ese bosque enmarañado. Pero la oscuridad lo dificultaba todo. Me puse un bóxer limpio, y una remera planchada.
Me pregunté cuánto tiempo había pasado desde que las chicas se metieron a sus cuartos. Entre una cosa y otra, más de una hora, de seguro. Serían las diez de la noche o poco más. Lo ideal hubiera sido aguantar hasta la medianoche, o incluso pasado ese horario. Entonces estaría seguro de que todas estarían durmiendo. Pero estaba demasiado ansioso, y ya había esperado mucho tiempo por ese momento, pues en mi fuero interno, siempre deseé poseer a la mayor de las hermanitas. Además, al no contar con sus celulares, las chicas se dormirían pronto, ya que no tenían muchas cosas entretenidas que hacer para pasar el rato.
Se me ocurrió que quizás sería posible cogerme a Valentina esa misma noche. A lo mejor iría a visitarla una vez que hubiera terminado con Agos. Sería una buena combinación. La muñequita perfecta y delicada en primer lugar, y la despampanante y vulgar Valentina en segundo lugar. Sería una noche que no me olvidaría jamás. Pero esa fantasía me llevó a meditar sobre otra cosa. ¿Cómo haría para ocultarle a una que estaba teniendo un amorío con la otra? Ya de por sí sería difícil esconderlo de Mariel. Y el hecho de que viviéramos todos juntos, no facilitaría las cosas. Era una situación muy delicada, pero por otro lado, resultaba demasiado tentadora. Poder gozar de mi hermosa mujer y de sus hijas adolescentes, todos bajo el mismo techo, era un sueño. Si les contase a los chicos del trabajo lo que me estaba pasando, no me lo creerían.
Subí, sigiloso, hacia donde estaban las habitaciones de las chicas, alumbrándome con lo poco que quedaba de vela. La de Agos era la última del fondo, lo que implicaba una adrenalina extra, ya que cualquiera de las otras podría escuchar mis pasos por el pasillo. Con el silencio de la noche cualquier movimiento en falso podría exponerme.
Me detuve unos segundos detrás de la puerta. Me pregunté si me veía bien. Llevaba una remera y un pantalón de jean. Unas prendas demasiado simples, que seguramente Agos aborrecería. Pero me dije que no importaba, a esas alturas la princesa estaba entregada, además, la oscuridad escondería cualquier defecto. Lo importante era que a mis treinta y seis años me mantenía relativamente bien, considerando la vida sedentaria que llevaba. Tenía un poco de barriga, sí, pero más allá de eso no tenía grandes defectos. Tampoco era una persona especialmente atractiva, eso es cierto. Era más bien de esas personas que resultaban muy fáciles de olvidar. De pelo castaño oscuro cortado tipo militar. Piel marrón, ojos marrones, rostro con bastantes lunares. Nariz algo ancha, pero no tanto como para considerárseme un narigón. Un metro setenta y seis de altura. Si hiciera ejercicio para marcar mis abdominales y si me dejara crecer la barba para luego recortarla prolijamente, y si me vistiera con ropas más modernas y elegantes, quizás podría llegar a ser alguien atractivo. Pero no era el caso. El único atributo físico que a veces me elogiaban —inclusive Mariel—, era el buen tamaño de mi verga, que, sin ser especialmente enorme, sí que se salía de la media. Pero así como no tenía grandes atributos, tampoco resultaba despreciable para el género femenino, y la vida me ha dado unas cuantas sorpresas en ese sentido.
Pero en fin, aquella muñequita se había sentido lo suficientemente atraída por mí como para que yo estuviera en ese momento detrás de su puerta. Sin más preámbulo, la abrí.
Había imaginado muchas cosas, pero no en lo que tenía ahora ante mis ojos. Había pensado en encontrarme con la absoluta oscuridad. Una oscuridad de donde surgiría la dulce voz de Agostina preguntando quién era. Yo cerraría la puerta a mis espaldas y le diría que ella sabía muy bien quién había ido a visitarla, y sobre todo, por qué motivo lo había hecho. También había imaginado que en principio se mostraría reticente, y yo tendría que convencerla de concretar lo que veníamos gestando desde la tarde, cuando ella llegó mojada a la casa. El escenario que más ilusión me hacía, sin embargo, era uno en el que ella estaba esperándome con lencería erótica, iluminada por la débil luz de la vela, que dejaría ante mi vista su hermosa silueta semidesnuda.
Pero claro, no estaba ante ninguna de esas alternativas.
De hecho, ni siquiera fue la voz de Agostina la que escuché apenas entré.
—¿Te perdiste en la oscuridad? —preguntó Valentina—. Mirá que tu cuarto queda abajo.
Quedé boquiabierto, sin poder reaccionar. En efecto, era Valentina la que me hablaba, pero Agos también estaba ahí, y Sami… Pero lo inusual no era solo el hecho de que estuvieran las tres en la habitación de Agos, arruinando así todos mis planes, sino la apariencia con la que aparecían ante mi vista. Las velas estaban colocadas estratégicamente, de manera que iluminaran el mayor espacio posible, pero aun así todo permanecía en penumbras, salvo los cuerpos de las chicas que aparecían iluminados apenas. No obstante, pude ver que Valentina estaba tirada sobre la cama, en una pose idéntica a la que tenía en el sofá. El codo apoyado en el colchón y la cabeza apoyada en el puño de ese mismo brazo. Sus enormes tetas parecían dos montañas debajo de la remera. No era una remera particularmente ceñida, pero a Valentina cualquier remera terminaba quedándole ajustada. La cama no tenía ni las sábanas ni el cubrecama, por lo que ella no estaba cubierta, cosa bastante llamativa teniendo en cuenta que ya no llevaba puesto el pantalón. Debajo de la cintura, solo tenía una tanguita.
—Perdón. Es que… —dije, dubitativo—. Es que creí haber escuchado ruidos. Perdón. Entré sin pensar.
Muy cerca de ella, sobre el piso, Agos estiraba un extremo del cubrecama. Este estaba atado en los otros extremos en unas repisas. La mayor de las hermanas vestía ahora un pijama de dos piezas color negro, que me dieron la impresión de que eran de seda. La pieza de arriba era una camisa y la de abajo un short demasiado corto considerando que su portadora era Agos. Aunque claro, esa era la ropa que utilizaba para dormir. Le quedaba increíblemente sensual.
Me miró, como si con sus ojos me estuviera pidiendo disculpas.
—Estábamos aburridas y quisimos hacer un pijama party —explicó Sami—. Como cuando éramos chicas.
La más pequeña de las hermanas se había puesto un pijama de una sola pieza color rojo, y con lunares blancos. Estaba extendiendo las sábanas. Por lo visto pensaban armar una especie de carpa junto a la cama de Agostina. En ese momento quedó en evidencia que no eran más que unas adolescentes. Pero no por eso se iban a esfumar mágicamente las ganas que tenía de cogerlas.
—Deberían tener cuidado con las velas —les sugerí—. Con tantas telas cerca de ellas, pueden causar un incendio.
—Enseguida las apagamos —dijo Agos.
—Adri, ¿por qué no te quedás? —preguntó Sami.
—No. No quiero molestarlas —dije—. Seguro que piensan hablar cosas de chicas.
—Ay, qué anticuado. Vení, quedate un rato. Mirá que no mordemos —dijo Valentina, para mi sorpresa.
—Seguro que a vos también te va a costar dormirte —intervino Agos—. Vení, quedate un rato. Salvo que te parezca una tontería.
Al decir esto señaló con la vista la carpa que estaban armando. Ahí empecé a atar cabos. Una carpa. Enseguida apagarían las velas. Oscuridad absoluta. Agos junto a mí, en un espacio tan reducido…
—Sí, claro —dije, sumándome a ese juego, en apariencia inocente.
El cubrecama quedó extendido hasta la cama. Ahí colocaron algunos libros para hacer peso. De manera que quedó una especie de carpa triangular, cuya altura iba decreciendo. Apagamos las velas, y guiándonos por las linternas de los celulares de Sami y Agos, que eran las únicas que aún tenían batería, nos fuimos metiendo adentro. Sami tapó la entrada con la sábana. En el piso estaban algunas frazadas que hacían de alfombras. También había muchas almohadas, y otras frazadas que habían traído de las otras habitaciones. El espacio era muy reducido. Me senté contra la pared, sobre una almohada. Sami se sentó a mi izquierda. Agarró una de las frazadas y nos cubrió a ambos con ella. Agos se colocó a mi derecha. Yo extendí la frazada para cubrirla también. Todas estaban muy desabrigadas considerando que estábamos en otoño, y sin electricidad no había forma de prender las estufas. Valentina, quien me había invitado a la reunión, se rehusaba a cubrirse con otra cosa que no fuera esa tanguita —a pesar de que ahora yo podía ver claramente la pequeña telita hundiéndose en sus cavidades—, se sentó frente a mí, y se cruzó de piernas, al estilo indio, y finalmente se cubrió con una de las tantas frazadas que estaban en el suelo.
—Chau celulares —dijo.
Agos y Valentina apagaron los celulares. Ahora sí, los cuatro estábamos sumergidos en la absoluta oscuridad.
—Es increíble que una cosa tan simple sea tan divertida —dijo Sami, apretando su cuerpito con el mío.
—Así que… ¿Siempre hacían esto cuando eran chicas? —pregunté, solo para romper el hielo.
—Sí. Son de esas cosas que una va dejando de hacer de manera paulatina —dijo Agos—. Pero siempre es bueno recordar lo que era ser una niña.
—Era todo más fácil —opinó Valentina.
—No lo creo —dijo Sami, enigmática.
Las otras no indagaron sobre a qué se refería, por lo que di por sentado que sabían perfectamente de qué estaba hablando, a la vez que no me pareció oportuno preguntar que qué le había pasado de más pequeña, como para no recordar su niñez —que en su caso era muy reciente— con cariño.
A pesar del tono emotivo, no perdía de vista mi objetivo. Yo estaba ahí por una sola razón, y no veía motivos para seguir perdiendo el tiempo. Si se me habían arruinado los planes con lo del pijama party, tampoco me iba a ir con las manos vacías.
—Y a qué pensaban jugar si yo no estuviera —dije. Extendí mi mano derecha y acaricié la cintura de Agos—. No quiero que cambien de planes por mí.
Con el dedo índice froté más abajo, ahí donde comenzaba el carnoso trasero, igual a como había hecho con Sami hacía unas horas. Pero con Agos no tenía que detenerme ahí. Ya había entre nosotros un pacto tácito en el que habíamos acordado aprovechar la oscuridad y la cercanía, o al menos así lo había entendido yo. Además, ya habíamos tenido lo nuestro, por lo que no tenía miedo de estar equivocándome. Así que ahora metí cuatro dedos por debajo de su trasero, haciendo que se levantara un poco, y comencé a frotarlo con fruición. Se sentía muy bien. La tela era increíblemente suave, y mis dedos se resbalaban con demasiada facilidad por ella. No era lo más cómodo del mundo, pues cuando metía la mano tanto como podía, Agos en realidad quedaba sentada sobre mi mano, pero al menos podía volver a sentir ese hermoso orto entre mis dedos.
—Adri —dijo de repente Agos.
Temí haber cometido un error. Me pregunté si nos habían descubierto. Pero seguíamos sumidos en la oscuridad.
—Qué —pregunté, retirando la mano de ella.
—Parece que estás viejito. ¿Ya te quedaste dormido? —preguntó Valentina.
Me percaté de que había perdido el hilo de la conversación.
—No. Es que… estaba distraído, pensando en algunas cosas.
—Imagino que estabas pensando en mamá, y en qué está haciendo ahora —Atacó Valentina, a quien le encantaba meter el dedo en la llaga.
—Mariel ya está grandecita. Sabe cómo tiene que actuar, y en todo caso, comprende perfectamente las consecuencias de sus actos —dije, tajante.
—Lo que Valen preguntaba era que qué opinabas de la monogamia —dijo Agos.
—Eso Adri ¿qué opinás? —Se interesó Sami—. Valu dice que es anormal creer que una persona puede acostarse durante diez años o más con una sola pareja sexual.
Respiré hondo, e hice lo posible por dar una respuesta en la que no quedaría como un idiota.
—Bueno. La monogamia es tan antinatural como la poligamia —dije, usando palabras que alguna vez había escuchado en la televisión a un experto, y que me parecieron muy acertadas. Mientras hablaba, apoyé mi mano sobre el muslo desnudo de Agos. Hubiese querido que ella apoyara su mano en la mía, pero la mayor de las hijastras seguía en la misma actitud que había tenido en el baño: no hacía nada, pero dejaba que le hiciera todo—. Lo de elegir una sola pareja sexual es una cuestión cultural, que tranquilamente puede cambiar —terminé de decir.
—Además todos terminan gorreando a la pareja ¿No es cierto Adri? —dijo Valen, sin ninguna piedad.
Pendeja forra, pensé. Ella mejor que nadie sabía que Mariel me metía los cuernos, y ahora hacía ese comentario de mierda solo para molestarme.
—Bueno. No estoy de acuerdo. Algunas parejas son muy fieles.
—Claro, además, para qué te vas a poner en pareja si querés estar con otras personas —dijo Sami.
La charla siguió, mientras escuchábamos las gotas de lluvia chocar contra el vidrio de la ventana. Se notaba que llovía poco, pero las gotas era muy gruesas. Mi mano subió lentamente, sin que Agos pusiera reparos en ello. Pero cuando empecé a masajear su sexo a través del short me detuvo con su mano. Entonces, algo exasperado, la agarré de esa misma mano y la llevé a mi entrepierna. Mientras tanto, Sami me preguntaba algo que solo alcancé a entender a medias.
Hasta el momento, todo sucedía debajo de las frazadas, por lo que aunque se encendiera la luz de alguno de los celulares, el manoseo quedaría oculto. Pero el último movimiento había sido muy brusco, y hasta habíamos hecho cierto ruido. Quizás por eso fue que Agos me siguió la corriente, y empezó a masajear mi verga por encima del pantalón.
—Sí, tengo tres hermanos —dije yo, respondiendo a la pregunta que me había hecho Sami.
Ella hizo algún comentario sobre lo raro que resultaba que recién ahora se enteraran de ese detalle. Pero me costó seguirle el hilo a lo que decía después. Por suerte Valentina había intervenido, y hablaba de un chico con el que había salido. Agos también hacía sus acotaciones mientras frotaba mi verga tiesa a todo lo largo. Al palparla ya completamente erecta, pareció tentarse, y yo ya no tenía que ejercer presión sobre su mano para que me masturbara.
Debía hacer un esfuerzo increíble para no jadear. De hecho, lo más oportuno hubiera sido detenerla en ese momento, pues ahora su mano se movía con total soltura. Eran movimientos lentos, para evitar hacer ruido por la fricción de la mano con la gruesa tela de jean. Entonces decidí hacer algo arriesgado.
Por suerte no estaba usando cinto, pues me había vestido con premura y no me había molestado en ponerme uno. Así que desabroché el botón del pantalón, y bajé el cierre un poco.
Agos entendió a la perfección lo que debía hacer, pero dudó durante unos segundos. Tuve que instarla a hacerlo, guiando su mano hacia adentro del pantalón. Si bien estaba completamente al palo, mi verga aun no largaba presemen, ni estaba pegoteada. Sentí la cálida mano de la princesa de la casa envolviendo el duro tronco.
—… Y el estúpido me dijo que había vuelto con la novia —dijo Valentina, terminando de contar una anécdota a la que apenas había podido seguirle el hilo.
—¿Vos tuviste muchas novias Adri? —preguntó Sami, mientras sentía cómo su hermana mayor empezaba a masturbarme—. ¿Les mentiste mucho?
Ahora que el contacto era piel a piel, la sensación se volvía más intensa. Pensé que Agos se percataría de que, ahora que debía responder, lo ideal sería que sus masajes fueran menos intensos, pero como si lo hiciera a propósito, hizo algo que me enloqueció. Primero soltó la verga, lo que imaginé que hacía para dejarme hablar sin problemas.
—Bueno, no tanto. La verdad no tuve muchas novias —dije, y entonces Agos metió su mano de nuevo en mi pantalón. Pero esta vez había algo diferente. La mano estaba mojada (supuse que con saliva), y ahora se frotaba con fruición en el glande, generando un placer tan intenso, que me dificultaba muchísimo seguir hablando—. Además, fueron más las veces que me mintieron a mí, de las que yo les mentí a ellas —aseguré.
Me había costado mucho decir todo eso sin interrumpirme. Agos seguía masturbándome con maestría, dejando en claro que no era la primera vez que lo hacía. Me pregunté qué pasaría si acababa ahí mismo. Quizás el olor a semen me deschavaría. Era cierto que estaba cubierto por las frazadas, que ocultarían en parte el olor, pero no estaba del todo seguro, pues el espacio era muy pequeño y estaba cerrado. Cualquier olor intenso que surgiera de improviso, sería captado con facilidad.
De todas formas, ni loco haría que Agos se detuviera, mucho menos ahora que se la veía tan entusiasmada, manipulando mi verga con la misma familiaridad con la que manipularía la palanca de cambios de un automóvil.
Llevé mi mano a su nuca, y empujé hacia abajo. Pero esta vez sí, se mantuvo firme, sin si quiera inclinarse un poco. Lo ideal hubiera sido que se tome toda la lechita, pero supongo que eso era demasiado pedir para Agos. No quise insistir mucho con eso, porque lo que estaba haciendo ya de por sí era mucho. Exigirle más que eso sería una bajeza de mi parte.
Igual, sospechaba que la eyaculación sería poco abundante. No me quedaba otra que acabar dentro del mismo pantalón. Luego iría a cambiarme de ropa interior y asunto terminado.
Pero entonces Agos frenó la masturbación. Insistí en que lo hiciera, pero esta vez fui yo el que tuve que desistir, para evitar hacer demasiado ruido. Me quedé con la verga más dura que nunca. Pero no podía molestarme con Agos. Era entendible que no quisiera que hiciéramos ninguna chanchada como esa frente a las otras. En el momento de calentura podía hacer cualquier estupidez, pero debía reconocer que lo mejor era no tener un orgasmo ahí mismo.
De repente sentí que Sami me agarraba del brazo y apoyaba su cabeza en mi hombro. Temblé al pensar en lo que podía ocurrir si hacía un mínimo movimiento en falso. La rubiecita podría sentir mi erección, cosa que sería muy incómodo para ambos. No me faltaban ganas de comerme a esa chiquilla, pero con ella debía tener mucho cuidado, porque, a diferencia de lo que sucedía con sus hermanas, no tenía ninguna prueba de que se sintiera atraída por mí.
—Bueno, creo que ya es hora de que las deje solas —dije—. Gracias por compartir este momento tan íntimo conmigo —agregué después, con total seriedad, ya que me daba cuenta de que para ellas eso era una especie de ritual. Además, estaba claro que a pesar de que me habían recibido con amabilidad, necesitaban de su tiempo a solas. Quizás tenían muchas cosas pendientes de qué hablar.
—¿Vas a poder volver solo? —preguntó Agos.
—Yo te puedo acompañar con la linterna de mi celu —se ofreció Sami.
—No se preocupen. Como no tengo apuro, voy despacito hasta mi cuarto —respondí.
La verdad era que no quería que Sami viera la tremenda erección que tenía. Por otra parte, era una lástima que Agos no fuera lo suficientemente rápida como para ofrecerse ella misma a acompañarme. Pero viéndolo ahora, eso fue lo mejor. Porque si nos íbamos juntos, ahí sí que no iba a poder contenerme. Ni siquiera podría esperar a llegar a mi cuarto. Me la cogería en el pasillo oscuro. Tardaríamos más de la cuenta y las otras sospecharían. Además, Sami, con lo pegada que estaba a mí, seguramente iría a ver qué pasaba.
Fui avanzando lentamente, apoyándome en las paredes. La absoluta oscuridad podía ser engañosa. Un paso en la dirección contraria y ya me habría perdido. Pero por suerte no tuve problemas en llegar a mi habitación.
Estaba demasiado excitado. Y lo más triste era que, con toda probabilidad, esa noche no tendría el placer de tener a Agos entre mis brazos. Seguramente se quedarían despiertas por varias horas, hablando del pasado y de sus experiencias sexuales. Incluso era probable que se quedaran durmiendo juntas. Al menos Sami, que era muy asustadiza, le pediría dormir junto a ella. Agos no tendría oportunidad de quedarse sola, ni mucho menos de visitarme en mi habitación.
Pero tenía que conformarme con lo que había. Hasta hacía unas horas, la idea de cogerme a la princesa de la casa parecía un sueño inalcanzable. Quizás esa noche no tendría la suerte de enterrar mi verga en sus orificios, pero al día siguiente podríamos jugar como lo habíamos hecho durante la tarde, y luego al finalizar la noche. Buscaríamos excusas para estar a solas durante unos minutos, y le metería mano por todas partes. Me juré que la próxima vez que la tuviera entre mis brazos, le daría un beso francés, cosa que tenía ganas de hacer hacía rato.
Me rehusé a hacerme otra paja, a pesar de que mi miembro aún estaba algo hinchado, y parecía exigir que expulse la leche acumulada en las bolas. Pero tampoco es que fuera un pendejo adolescente con onanismo crónico. Ya me había pajeado en la ducha. Ahora ya estaba.
Por suerte, me di cuenta de que el día realmente se prestaba para dormir temprano. Porque enseguida me agarró el sueño. Mañana será otro día, me dije. Le diría a Agos que hiciera lo posible por quedarse sola durante la noche. Y también aprovecharía el día para hacer algún avance con Valentina. Tenía que ser muy sutil, porque no quería que una se enterara de lo que hacía con la otra. Lo bueno era que resultaba improbable que se contaran entre ellas que estaban teniendo algo con la pareja de su madre. Eso era algo que más bien guardarían en secreto.
Me sentí algo tonto al pensar en Valentina en los mismos términos que Agos. Con ella había mucho trabajo que hacer. Y si bien tenía mucho tiempo por delante, lo ideal era aprovechar ese fin de semana en el que estábamos juntos, encerrados en esa casa. Como dije, la arrogancia me estaba ganando, y ya me consideraba dueño de esas tremendas gomas que tenía mi hijastra más díscola.
Sentí como el sueño me vencía al fin, y me dejé llevar por él.
El mundo onírico no se alejó demasiado de lo que mantenía mi mente ocupada en la realidad. De manera difusa, recuerdo haber soñado con las tres. Agos había ido finalmente a mi habitación. En el sueño parecía no haber oscuridad, o sería que yo veía a través de la penumbra, porque podía visualizar perfectamente a Agos, quien entraba a mi cuarto, totalmente en pelotas. Su cuerpo desnudo era un sueño en sí mismo. No recuerdo qué decía, pero si recuerdo que hizo a un lado el cubrecama, para encontrarse con que yo también estaba totalmente desnudo, con la verga dura como una roca. Entonces la princesa de la casa se subía a la cama, y se me acercaba gateando. Por un momento tomé consciencia de que se trataba de un sueño, pero traté de ahuyentar esa lucidez que amenazaba con despertarme. Seguí sumergido en el sueño. Agos me besaba los pectorales, que en ahí aparecían mucho más musculosos, al igual que el abdomen, que estaba chato y bien definido. Los besos húmedos de mi hijastra iban bajando, hasta que se encontró con mi falo erecto. Lo agarró, al igual que lo había agarrado cuando estábamos debajo de la frazada. Empezó a pajearlo. Me miró, con una sonrisa traviesa, y luego se lo llevó a la boca. La sensación era demasiado real. La blandura de su lengua babosa recorriendo el tronco era demasiado vívida. Sobre todo cuando esa lengua empezó a jugar con el glande. Y entonces sucedió algo extraño. Aunque no tan extraño tratándose de un sueño. Agos volvió a mirarme, deteniendo su felación durante unos segundos. Pero ya no era Agos. El rostro de pómulos afilados y facciones perfectas fue reemplazado por uno de labios gruesos y cara redonda. Y tetas grandes. Tetas muy muy grandes. Ahora era la turra de Valentina la que me chupaba la pija. Lo hacía con ímpetu, como si quisiera sacar toda la leche que tenía guardada. Y ciertamente había mucha leche para la más zorra de mis hijastras. Pero cuando sentí que ya estaba a punto de estallar en un delicioso orgasmo, la cabellera castaña de Valentina se convirtió en Amarilla. Sami me miró con sus hermosos ojos azules, sin quitarse la verga de la boca, como si fuese una bebita que estaba tomando su mamadera, y por nada del mundo permitiría que se la quitaran.
Y entonces sentí un dolor en la verga. Un dolor que duró apenas un instante, pero que fue lo suficientemente fuerte como para despertarme. Abrí los ojos, encontrándome nuevamente con la absoluta oscuridad, y con la lluvia que no cesaba, y que era el único ruido que provenía del exterior.
Y entonces, en un estado no del todo espabilado, me di cuenta de que ahí había algo raro. Mi verga estaba dura, al igual que en el sueño. Pero había otra cosa que resultaba idéntica al sueño: estaba siendo estimulado. Mi miembro viril estaba adentro de una boca, y esa boca lo estaba estimulando con cierta torpeza, pero con mucho entusiasmo.
Me di cuenta de que desde hacía varios minutos me estaba practicando sexo oral mientras dormía. Casi una violación. Pero ahora ya estaba despierto, y ¿Valentina? Me succionaba la verga, como si estuviera consciente de que pronto le daría toda la leche.
En efecto, a partir de que desperté, apenas pude durar unos segundos. El semen salió disparado con más potencia de la que había previsto hacia un rato. Sentí cómo mi visitante nocturna tragaba todo lo que había soltado en su boca.
Yo quedé agitado en la cama, totalmente complacido. Me erguí para agarrarla de la mano. La noche recién empieza, pensé. Pero no pude tocarla siquiera. Enseguida escuché la puerta abrirse.
—Esperá. ¡Quedate! —grité, casi suplicando.
Pero no se apiadó de mí. Escuché sus pasos alejándose con mucha velocidad. Al menos me había aliviado, eso no lo podía negar. Pero no pude evitar hacerme la pregunta obvia: ¿Quién de ellas había sido?
Continuará..
Una respuesta
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