
Por
Anónimo
Tendrías sexo con una mujer?
Eran las 15.30h. esperaba a mi amiga Carmen, como cada lunes, para ir a caminar. Una ruta de unos 7 km entre pinares y puentes. Como siempre, llegaba un poco tarde.
Mientras, recordaba la conversación que había mantenido, por WhatsApp, con un muy deseado amigo y con el cual, no teníamos secretos. Un amigo que cuando teníamos tiempo y estábamos solos o nuestras parejas estaban ocupadas, acabábamos hablando de sexo. Es más, muchas veces habíamos hecho sexo por videoconferencia. Éste hombre sabía calentarme a distancia. Aquella mañana me había preguntado si alguna vez había pensado en tener relaciones con otra mujer. Mi respuesta había sido que no, aunque le dije que no me importaría, siempre que yo lo deseará. La conversación no fue más allá de un calentón que tuve que apagar en mi baño, mientras mi marido me iba hablando desde el salón. No sé si se enteró de mis respuestas, entre gemidos. Mis dedos, llenos de mis jugos, entraban y salían de mi sexo caliente.
Estuve todo el mediodía caliente. El cabrón de Alberto siempre conseguía calentarme y yo disfrutaba de ello. Pero lo raro es que tras haberme pajeado, seguía pensando en la conversación.
– Te dejarías comer el coño por una mujer?
– Nunca me lo he planteado, pero si es para comerme, no hace falta tener polla.
– Y tú te lo comerías?
– Seguramente si. No me desagradaría.
Eso fue lo que se me quedó en la mente. Mis respuestas, dichas sin dudar, la verdad es que no creo que fuera capaz, nunca he tenido un pensamiento lésbico. Mi educación estricta me hizo pensar en que era pecado hasta bien cumplido los 30. Ahora lo veo normal, aunque nunca creí en tan solo estar pensando en eso.
Soy una mujer normal, a mis 55 años tengo unos pechos que poco a poco van en caída libre. Mediana estatura y sin barriga, que es lo que me da miedo. Mi vida sexual ha sido escasa, vida de pareja, hasta que hemos dejado de tener sexo. No nos importa no tener sexo. No lo reclamamos. Aunque mi cuerpo me pide ser descubierto. Y sabe Dios que mis dedos lo conocen muy bien. Siempre pensando en poder encontrarme, algún día, con mi lejano amigo.
Vi acercarse a Carmen, con un paso modo paseo o voy de escaparates. Con su sonrisa permanente, me hacía olvidarme de mi tiempo perdido cada lunes. Casi sin pararse, me sumé a su paso. Hablando y hasta repitiendo alguna conversación de otros días. El tiempo, la salud y el dichoso covid eran los temas más recurrentes. Pero mi mente i mi cuerpo seguían pensando en otra cosa. Me encontraba excitada. Me había sorprendido mirando a Carmen. Me quedé atrás a propósito y me fijé en su trasero, los pantalones deportivos le apretaba los glúteos y le hacía un bonito culo. No me vino ninguna idea. Ni cuando se giró y mi vista apuntó a sus firmes pechos. Mi mente buscaba una respuesta a mi calentura. Estaba claro que no era Carmen la que haría cambiar mi tendencia sexual. Y eso que Carmen era una morena con ojos verdes muy bonitos, más alta que yo y unos años más joven.
Mentalmente iba descartando mi futuro lésbico. Solo esperaba borrar de mi mente la conversación con Alberto.
Ya habíamos llegado al final del camino y tras beber agua y refrescarnos el cuello, nos dispusimos a volver por el mismo trayecto.
– María, madre mía como te pusiste la camiseta de agua.
– Si, creo que me he pasado, no?
– Un poco. Deberías secarte o ponerte la chaqueta, te marca el pitón derecho. No llevas sujetador?
Me miré y realmente tenía razón. Mi sujetador deportivo , mojado, no ocultaba mi pezón duro. Tal vez por el agua fresca marcaba territorio.
– Si, el que compremos en la tienda de deportes. Debe ser el agua fresca.
– Pues bendita agua, madre mía como lo ha puesto.
Nos pusimos a reír, dando el tema por zanjado, aunque realmente Carmen no se había fijado que el otro pezón, éste seco, estaba igual.
Tras unos minutos caminando y hablando de otros temas. Nos cruzamos con una mujer de unos 45 años que resultó se una amiga de Carmen. Tras las presentaciones y la inspección ocular que aquella tarde mis ojos hacían a toda mujer. Pude comprobar que un cuerpo 10 años mas joven que el mío, rubia, con unos pechos operados grandes y firmes. Ella tampoco me hacía reaccionar. Aunque no pude evitar sentir hormigas en mi bajo vientre, cuando vi como Isabel había fijado su vista en mi camiseta mojada, sacó de su pequeña mochila una toalla pequeña.
– Toma María, sécate o nos van a denunciar por exhibicionismo.
Nos miremos las tres y entre carcajadas. Usé su toalla para intentar secar mi camiseta. La reacción de mi cuerpo no fue el esperado. Se suponía que al secarlo, volvería a su estado de relajación. Dos pezones duros, aún más, marcaban la camiseta deportiva. Suerte que las letras disimulaban algo, aunque la ultima letra parecía estar en 3d. Ya seco y más tranquilas, seguimos el camino de vuelta.
– Como primero pasaremos cerca de mi casa, porqué no entramos y tomamos un refresco o un café. Sugirió Isabel.
– Por mí si.- me adelanté a Carmen.
– Por mi también pero tengo que ir primero a buscar una cosa a la farmacia y vuelvo a tu casa.
Esa respuesta me dejó descolocada. Yo no era amiga de Isabel y no sabía que pintaba en todo esto.
– Venga, vale. Subimos nosotras dos y vamos preparando el café.
No me hacia gracia subir a casa de Isabel, sola, era una desconocida, aunque la afirmación de Carmen, asegurando que serían 10 min. Me dejó más tranquila.
En la puerta nos separamos de Carmen. Entramos en el ascensor, hasta la planta séptima, de un edificios nuevo. Todo hacía olor a nuevo. La puerta donde Isabel se paró para abrir, olía a madera recién barnizada. Tras un pasillo sin decorar, un amplio salón, de grandes ventanales que daban a una terraza amplia casi más grande que mi piso. Tres grandes sofás puestos en forma de U, delante de un tv de más de 60 pulgadas. Todo lujo para lo que estoy acostumbrada. Tras una puerta abierta una cocina amplia, y una nevera de dos puertas con servicio de hielo, una maravilla.
– Ven María, te enseño el aseo por si quieres terminar de secar la camiseta.
– No te preocupes, ya está seca. El sujetador un poco mojado, pero está bien.
– Como quieras, pero esos pezones no bajan.
– Perdona, creo que será mejor que me vaya.
– No por favor. Era solo una broma. Me encanta ver una mujer así.
– No te equivoques, Isabel, no me gustan las mujeres.
– No me equivoco, que a ti no te gusten las mujeres no significa que no me guste a mi ver unos pezones duros. Ojalá se me pusieran a mí así.
– Disculpa pero me tengo que ir.
– Va María, perdóname. Tomamos un café y esperamos a Carmen en la terraza.
Como ya llevabamos, más de 5 min, calculé que Carmen no tardaría mucho, y acepté un café con hielo. Mientras Isabel preparaba los cafés yo tomé asiento en una de las tumbonas de la terraza. El aire fresco y lo cómodo de la tumbona me hizo relajar, solo deseaba que me pasara la calentura y mis pezones volvieran a su dimensión normal.
Sonó un teléfono, oí hablar a Isabel desde la cocina, no podía entender la conversación.
– Ya estoy aquí.- entraba con un carrito de servicio. Una jarra de café una de leche, azucarero y 2 tazas. También una cubitera y unas pinzas.
– Oh que bien. No era necesario tanto lujo.
– Es lo que se merece la amiga de Carmen y espero que también mía. Por cierto, ha llamado Carmen, que tardará como media hora más, aún no han llegado sus pastillas y las tiene que tomar ahora.
– Es verdad. Sin esas pastillas, Carmen podría tener ataques epilépticos.
– Lo sé, soy su neuróloga.
– No sabía a que te dedicabas. Bueno, me tomo el café y me voy. Otro día volvemos con Carmen.
– Tranquila, que no te voy a comer. Lo tomamos y te acompaño.
– Bien, gracias.
– Voy a buscar las pastas que he preparado, un segundo.
– Bien, llamaré a mi marido que llegaré un poco más tarde.
No era necesario llamar a mi marido, seguramente ni se había percatado de mi ausencia. Le dije que estaba con Carmen en casa de una amiga y tardaría media hora en llegar. Ni se inmutó ni preguntó nada.
Noté pasar cerca de mi a Isabel, llevaba una bandeja con repostería. La vi ponerla encima del carro. Y noté que se había cambiado los pantalones, por una falda plisada que dejaba ver unos muslos muy trabajados en el gimnasio. No le di importancia. Yo no, pero mi cuerpo si. Otra vez los pezones duros y marcando la camiseta. Vi como Isabel se había dado cuenta, no dijo nada.
Preparamos las tazas i probé una pasta con crema. Ella sentada delante mío, cogió uno de nata. Y sacando la lengua, recogió toda la nata. Con un movimiento muy sensual y que había dejado un punto de nata en la nariz. No lo quitó.
– Ahora tu.- me dijo
Sin decir nada, hice lo mismo, entre las dos partes de la lionesa, metí mi lengua y recogí toda la crema. Mirándola a los ojos, vi como hacía un movimiento con las piernas. Los ojos se me fueron a ellas. Estaban abiertas, la falda se había subido y dejaba ver un coño depilado. No muy grande y asomaba un brillo que indicaba excitación.
Eso si que hizo reaccionar mi cuerpo. Noté como mi sexo se mojaba. Mis piernas se abrieron, aunque con los pantalones no se veía nada, si que apareció una pequeña mancha de humedad. También lo notó Isabel.
– No te gusta la nata?
Agradecí no hiciera referencia a mi excitación.
– Si que me gusta, mucho.
Vi como cogía otra de nata y con el dedo, recogió toda la nata. Tirando la espalda hacia atrás. Llevo su dedo con la nata a su coño y la metió entre sus labios mayores.
– Quieres esta lionesa?
No sé qué pasó, perdí la noción de lo que hacía. Mi dedo recogió casi toda la nata y me la llevé a la boca.
Abriendo más las piernas y el coño, me dijo:
– Aun queda nata, quieres comerla.
Sin decir nada, me arrodille delante de su coño y metí la cabeza entre sus piernas. Lamí aquel coño lleno de nata. Una nata un poco salada, pero que me supo a gloria. Note su clítoris duro y salido. Me paré unos segundos. Era mi primer clítoris. Sentí como Isabel tenia la respiración alterada. Sus manos fueron a mis pechos, no llegaba bien en esa postura. Pero cogió un pezón y lo apretó fuertemente. Nadie me había hecho eso en mis tetas. Siguió y estiró mi pezón a la hora que mi coño emanaba flujos de mi primer orgasmo lésbico. No pude contenerme y hundí mi boca en su coño, para acallar mis gemidos. Noté como ella también tenia espasmos y recibí sus flujos en mi cara. Seguí lamiendo, bebiendo y apretando su botón con mis labios.
Las dos, en silencio, nos miramos. Ella con una sonrisa y yo con cara de no saber que ha pasado y llena de su corrida.
Nos levantamos, me cogió de la mano y me llevo al aseo.
– Desnúdate y lávate, te traigo ropa limpia.
– No hace falta, de verdad
– Déjame a mi.
Me metí en una ducha romana y estuve lavando mu coño. Aun sentía placer al pasar mis dedos. Seguramente mi sexo reconocía esos dedos que tanto lo habían tocado,
Cuando entró Isabel al baño, venia desnuda, con dos montones de ropa. Yo tenia mi mano tocando mi sexo.
– Me dejas beber de esa fuente?
Y arrodillándose delante mío, apartó mis manos y llevó su boca a mi coño, arreglado pero con pelo. No le importó. Noté como una corriente me recorría mi cuerpo. Mis rodillas se arquearon, busque la pared y apoyé mi espalda. Era como pulsaciones de placer. No podía parar, le cogí la cabeza y la apreté contra mi coño. Movía a mi gusto su cabeza. Contra mi clítoris chocaba su lengua, su nariz. Ella se dejó hacer. Y al final se bebió, de mi fuente, todo lo que salió de ella.
Estuvimos un rato sentadas. Sin decir nada. El agua caía en forma de una lluvia fina. Tras secarnos mutuamente y dejarla que chupara mis pezones, mordisco incluido. Me vestí con la ropa que me había traído. Una bragas de seda a juego con el sujetador, una camiseta y un chándal de primeras marcas.
Mientras me acompañaba a la puerta.
– Ya te lo devolveré todo, limpio.
– Todo es para ti. Aunque si quiero las bragas. Me las traes el lunes antes de ir a caminar.
– Vale. Las lavo y las traigo.
– Las traes, pero usadas
– Segura?
– Segura, y si no quieres esperar hasta el lunes, me llamas y estaré esperándote con más lionesas y mucha nata.
Metí su tarjeta en el bolsillo del chándal al mismo tiempo que Isabel decía en voz alta.
– Me llama, que la daré cita. Aunque este de vacaciones la visitaré señora García.
La miré mientras se cerraba la puerta del ascensor, mire la bolsa con mi ropa, manchada de café, para justificar el cambio. Estuve a punto de subir de nuevo y dejarle las bragas, ya estaban mojadas, aunque no de haber tenido un orgasmo. Así que seguí dirección de casa.
Había sido la mejor caminata, sumada a una liberación y conocimiento de mi misma.
2 respuestas
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