julio 3, 2015

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"Un viaje inesperado"

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Era una calurosa mañana de julio cuando salía de casa dispuesto a afrontar otra rutinaria jornada de trabajo en la empresa más aburrida de la calle más aburrida del barrio más aburrido de mi ciudad, Madrid. Era un día completamente normal excepto por el hecho de haber tenido uno de esos sueños inconfesables a cualquiera, uno de esos sueños que todos y todas tenemos y que harían enrojecer al director de películas subidas de tono más experimentado.

Salí de casa y en 10 minutos me había plantado en el metro. Entré como de costumbre, completamente inmerso en mi mundo, sin fijarme en esos pequeños detalles que nos rodean y que a veces hacen la vida más interesante. Pues bien, ese �detalle� tenía sandalias rojas de esas que se ciñen al pie dejando juguetear unos deditos cuyas uñas estaban pintadas también de un rojo vivo, rojo pasión, rojo despiertas todos mis sentidos como nunca nadie lo había hecho antes.

Sus piernas eran firmes y con claros signos de haber sido bañadas por los rayos del sol, que incapaces de resistirse a esa belleza inciden sobre su piel sedosa tostándola y dan como resultado una tonalidad de esas envidiadas por la inmensa mayoría de la gente. Sus caderas y cintura poseían esa belleza innata de quien tiene la fortuna de heredar la genética de la mismísima diosa Afrodita. Una blusa poco ajustada y semitransparente cubría sin mucho éxito la parte superior de su cuerpo, que poseía dos pechos que sólo han podido ser hechos en algún lugar �gourmet� del diseño del cuerpo femenino, más concretamente en la sección de pechos de belleza y forma despampanantes.

Me senté a leer un libro justo en frente de ella. Mentiría descaradamente si dijera que no hubo intencionalidad en aquello, pero se puede justificar porque no todos los días uno puede estar vislumbrando una estampa tan sumamente sensual como aquella.

Ella se estaba pintando los labios mientras yo trataba de concentrarme en vano en mi lectura. Recorría suavemente, con una delicadeza pocas veces vista, las sutiles y contorneadas curvas de sus labios que hacían mis delicias y las de la mitad del vagón del metro. En ese mismo momento pensé que podría haber tenido un millón de orgasmos solo viéndole pintarse los labios.

A solo una parada de bajarme del vagón me levanté y como de costumbre, esperé mirando hacia la ventana que posee un reflejo por el cual puedes ver sutilmente todo lo que hace la gente que tienes detrás de ti, con la ventaja del anonimato, ya que yo no podía ser visto por ellos.

Cuál fue mi sorpresa cuando sin que ella se diera cuenta miré el reflejo de la ventana y la pillé observando descaradamente mi trasero, comiéndoselo literalmente con la mirada. No podía creerlo, pero allí estaba ella, pintándose esos labios perfectamente contorneados de forma que haría calentarse a cualquiera con dos ojos en la cara y mirándome sin disimulo el ceñido pantalón vaquero que me marcaba las formas masculinas propias de un hombre adulto en buena forma.

Así acabó la mañana, yo salí del metro pensando que el viaje sensual que acababa de experimentar había acabado allí, pero como casi siempre en la vida, el final de algo anuncia el comienzo de otro camino, camino que me llevaría hasta los confines más inescrutables del placer.

A la mañana siguiente me levante aún pensando en lo que me había pasado el día anterior. Se puede pensar objetivamente que no había sido para tanto, pero se convirtió en uno de esos pequeños pensamientos muy profundos que van creciendo alimentados por las endorfinas que provoca tenerlos constantemente ocupando la parte más sexual de nuestra mente.

Entré en el vagón y para mi decepción no estaba, una parada, dos paradas, yo había perdido toda esperanza, pero cuando el tren llegaba a la tercera parada la vi. Era bella como el sol, no se la podía mirar directamente pero no hacía falta mirarla para verla. Su belleza deslumbraba todo el andén.

Cuando entró tren me reconoció al instante, lo note en sus profundos ojos azules que se clavaban en mi cabeza y que producían una inyección química bajo mi pantalón. Se me quedó mirando y como de costumbre la examiné de arriba abajo con mucha menos sutileza que el día anterior, ella se dio cuenta y para mi sorpresa se sentó justo delante de mí. Al yo permanecer de pie me ofreció una impresionante vista de sus pechos cubiertos por la mínima expresión de una camisa que los apretaba, mientras luchaban por salirse de la camisa deseosos de que alguien les hiciera caso.

Fue entonces cuando tomé la mejor decisión de mi vida. Dejé pasar mi parada y esperé hasta que ella se levantó y se puso en frente de la puerta dispuesto a salir. El metro estaba a rebosar y con la excusa me puse justo detrás de ella. La imagen que acababa de ver hacía escasos minutos de sus senos se tradujo en una erección que traté de cubrir poniéndome directamente detrás de ella, pero tan cerca me coloqué que en uno de esos frenazos propios del metro, hubo un minúsculo roce de la terminación más angulosa de mi entrepierna con sus nalgas. Ella hizo como que no se enteraba pero noté como acercó su trasero a mi sexo hasta quedar prácticamente en contacto, rozándose frecuentemente por los vaivenes del recorrido.

Salió del metro y la seguí a una distancia prudencial, la suficiente como para que ella se diera cuenta.

Nunca había seguido a nadie en mi vida pero esa persecución estaba despertando mis instintos animales más profundos. Entonces ocurrió.

-¿Qué clase de hombre sigue a una mujercita indefensa como yo?

Yo, luchando con la timidez que me caracteriza, la contesté,

-Pues un hombre que ha sido abducido por el contoneo de caderas más cadencioso y atractivo de la chica a la que pienso regalar el placer más impresionante que haya obtenido en su vida.

Ella, sin esperarse la contestación, se quedó sin habla y su torso tornó a un rojo intenso, que hacía juego con sus labios carmesí. Noté esa mirada de sorpresa, que se convirtió en deseo a las pocas décimas de segundo y me dijo:

-¿Me enseñarías a usar eso que tenías detrás de mí en el metro? Es que soy una chica que siempre está aprendiendo cosas nuevas�

Subíamos a la habitación de un hotel que acababa de pagar después de algún dinero ahorrado y nada más entrar por la puerta me besó. Esa sensación no la olvidaré jamás, esos labios pegados a los míos se convirtieron en un festival del sabor femenino, una esencia que hacía estremecerse todas y cada una de las partes de mi cuerpo.

-¿Te importaría desatarme las sandalias?, me aprietan un poco -Insinuó ella de manera poco inocente-. Es solo para estar más cómoda.

Yo le desabroché las sandalias como ella me pidió y sin que le diera tiempo a reaccionar la empecé a besar los dedos de los pies, uno por uno los acariciaba con mis labios y los lamía suavemente mientras veía como ella disfrutaba de algo que se notaba nadie le había hecho jamás. Después empecé a subir por sus piernas en un proceso en el que mis húmedos y carnosos labios iban jugando por cada tramo de su sedosa piel.

Una de las experiencias más eróticas que he experimentado en mi vida fue besar suavemente el interior de sus muslos cubiertos por una pequeñísima falda. Cada vez que mi lengua hacía dibujos en ellos y me acercaba más a terreno peligroso, notaba como empezaba a moverse y a perder el control de sus movimientos presa de una salvaje excitación.

-Por favor no puedo más! Acerca esos habilidosos labios a lo que tengo debajo de la falda o harás que me maree del placer que me estás haciendo acumular!

Sin embargo yo me hice esperar, y cuando note que su tanga empezaba a estar completamente mojado y a punto de empezar a chorrear, se lo baje despacio y lamí toda la humedad que tenía en las ingles primero y en la comisura de sus labios menores después. Cuando ella ya no podía más lamí muy despacio, de abajo a arriba todo su sexo ardiente de excitación hasta llegar a su clítoris, que notaba como estaba aumentando de tamaño por momentos, en ese momento, ella dio un auténtico suspiro de placer.

-Mmm� No sé dónde has aprendido a hacer eso pero jamás había gozado tanto con unos labios y una lengua tan experimentados.

-No te impacientes. �Dije yo- Esto ha sido solo el aperitivo, aún queda lo más interesante..

Seguí alimentándome de su sexo como si fuera un manjar que no hubiese probado en años, como si de surcar cada esquina de su humedad dependiera mi vida. Ella se retorcía de placer y empezaba a estremecerse por culpa de un placer absolutamente desconocido para ella. Nunca nadie había surcado con su lengua zonas de su entrepierna que ni ella misma conocía y que multiplicaban la sensación de sentirse poderosa con un hombre a sus pies haciéndola sentir la diosa de la pasión.

Fue entonces cuando me agarró de la cabeza, me subió hacia ella y me susurro al oído, mientras de una manera muy erótica me lamía el contorno de mi oreja.

-Ahora mismo voy a agacharme y pienso devorar todo lo que encuentre a mi paso, te aviso de que tengo mucha hambre�.

Creía que mi miembro iba a estallar cuando agachada, empezó a rozar sus dulces labios por mi miembro protegido aún por el pantalón, el cual crecía y crecía como si fuera a escaparse. La erección fue tan fuerte que se me desabrochó un botón sin necesidad de utilizar las manos. Ella siguió sensualmente desabrochando los demás botones hasta que sorprendida por el hecho de que yo no llevaba ropa interior, mi miembro a punto de estallar de excitación salto como un resorte dispuesto a empalar todo lo que se pusiera a su paso.

Fue entonces cuando ella, presa de un auténtico antojo de disfrutar del sabor de la pasión, acercó la punta de sus húmedos labios a mi desbocado glande que parecía que iba a estallar de un momento a otro. Siguió avanzando con sus labios por el recorrido de mi falo erecto mientras se metía más y más contenido del mismo en su boca, mientras jugueteaba con la parte inferior de mi glande, que me proporcionaba uno de los mayores placeres que puede experimentar un hombre en su vida. Fue metiéndosela más y más hasta que llegó un momento en que noté como el final de su garganta chocaba contra mi sexo haciendo una deliciosa presión sobre cada una de las formas de mi glande arrebatándome suspiros de gusto.

No era mi intención, pero tuve que pedirle que dejara de hacer aquello de esa forma o conseguiría un gran torrente de placer en su boquita rellena de mi ardiente miembro.

-Por favor hazme tuya �Dijo ella- Fóllame para que eso que tienes entre las piernas me atraviese hasta que chille de placer.

No pude más, la tumbé, la desabroché el sujetador y empecé a hacer círculos concéntricos por sus perfectas tetas hasta que cuando ella lo deseaba a más no poder, le lamí con la punta de mi lengua su pezón y acto seguido absorbí todo lo que me cupo de su pecho en la boca, que no era mucho dadas sus dimensiones, a lo que ella respondió aumentando su humedad y el calor que desprendía de entre las piernas, el cual podía sentir por la parte más sexual de mi cuerpo.

Mientras le trabajaba los senos empecé a juguetear con la punta de mi caliente sexo en la entrada de su tórrido agujero. No fue fácil, pues la morfología de mi pene se caracteriza por tener un glande de esos gorditos, que hacen que la penetración no resulte sencilla en primer lugar. No obstante, ella gozaba de ese momento previo en el que las cosquillas sexuales se apoderaban de nuestros cuerpos desnudos.

No sé cómo describir esto, ya que solo se puede sentir para saber lo que significa que la cabeza de mi falo, con un tamaño enorme, consiguiera entrar en su sexo provocando que el mismo se viera rodeado de un calor y un roce que hizo que por poco perdiera el conocimiento del placer que me provocó.

-Ahhhhhhh! -Dijo ella, en un suspiro mezcla de dolor y placer. �La tienes enorme!

Las embestidas prosiguieron una tras otra hasta que el roce iba haciendo su efecto en provocar que estuviéramos cada vez más y más cera del orgasmo. La puse a cuatro patas y la introduje toda mi polla hasta el mismísimo fondo de su vagina que ya no podía alojar más miembro en su interior.

El momento de mayor placer para ella llegó cuando la tumbé boca abajo y con una panorámica perfecta de su culo hecho a medida para el movimiento de mis caderas, metía mi pene erecto en su vagina y acariciaba con una de mis manos su clítoris y con la otra rozaba suavemente sus pezones. Cuando ella no pudo más, empezó a moverse de esa forma que sólo puedes reconocer cuando has estado con una mujer y sabes que inevitablemente empieza a estar extremadamente cerca del orgasmo.

Seguí acariciándole el clítoris y ella convulsionaba cada vez más presa de un placer indescriptible que la hacía chillar como si estuviese sola en el mundo. De repente, note como me intentaba decir algo.

-Si! sigue por favor. No sé cuanto más voy a aguantar, métemela más al fondo para que pueda correrme con tu polla dentro. Ahhhhhhhhhhhhh

Fue entonces cuando yo no aguanté más y notando como la taladraba y hacía que mi pene rozara todas las paredes de su sexo noté como mis huevos se llenaban de semen anunciando un inmediato orgasmo. Seguí metiéndosela hasta que mi polla estalló dentro provocando una inundación de mi leche por todo su interior.

Ella me pidió que siguiera y a los pocos segundos, mientras yo seguía embistiéndola y todo el semen empezaba a salpicarnos por la presión ejercida, empezó a convulsionar como no había visto antes a ninguna otra mujer, corriéndose durante casi 30 largos segundos en los que ella estaba viendo el cielo.

Nos acostamos muy relajados y ella dijo.

-Nunca me había parado a pensar las ventajas del transporte público, espero que este tren entre muchas más veces en la estación.

FIN


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2 respuestas

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