diciembre 11, 2012

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La Bruja y el Ogro. Capitulo 2.

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-Tomé el sendero que rodeaba la montaña por su lado norte, iba escoltado por mis diez mejores hombres- comenzó a contar el Caballero cuando la Bruja preguntó sobre las causas de su terrible herida y su llegada hasta las puertas del castillo.

Hacía un temporal atroz, el viento cortaba la piel, ascendíamos sin prácticamente ver más allá de nuestros pies. Habíamos dejado nuestras monturas al pie de la montaña, nos encontrábamos siguiendo los pasos de unas doncellas desaparecidas. Habíamos sido contratados por los nómadas del desierto y las pistas nos llevaban al este hacia las montañas, -esas montañas están a apenas dos días a caballo de aquí- interrumpió el duende, el caballero lo miró, hizo una breve pausa y prosiguió su relato.

Tras media jornada de camino infernal llegamos a una bifurcación, uno de los caminos se perdía de vista hasta la cúspide de la montaña, el otro serpenteaba hacia una especie de grieta en la piedra. Decidí indagar primero en la grieta, pues había indicios de movimiento en su dirección, y no había a la vista nada cercano que hiciera la función de refugio. Avanzamos con cuidado, esperando cualquier tipo de trampa, espalda con espalda, tratanto de cubrir cualquier ángulo. Ya en el interior, todavía no bajamos la guardia, nos encontramos con una estancia amplia, de unos treinta pies de alto, al fondo una gran piedra parecía impedir el paso hacia otra estancia…

Aquí el caballero pareció hacer una pausa antes de proseguir con su relato, trago saliva, parecía buscar las palabras exactas para describir el horror que él y sus compañeros habían descubierto en su interior.

-La piedra se deslizó hacia la izquierda con la fuerza de veinte brazos jóvenes, cayó con gran estruendo al suelo levantando una gran nube de polvo que nos imposibilitó momentáneamente ver el interior…

La grieta avanzaba hacia las entrañas de la montaña, nos adentramos en ella, no sin dejar a tres de mis hombres vigilando. El pasillo era lo bastante ancho para el paso de dos personas a la vez. Un hedor nauseabundo contaminaba la atmósfera, -esto huele como la maldita guarida de un maldito dragón- dijo Ragnack, mi mejor hombre, en una de sus historias favoritas contaba como había sido hecho prisionero por una dragona y como ésta lo obligaba a copular todos los días al menos tres veces con ella, aún así mantenía que no había nada mejor que un coño de dragón, si se podía soportar su olor apestoso. Pero estaba claro que aquello no era la guarida de ningún dragón. Un poco más hacia el interior se les presento una encrucijada, a simple vista el camino de la izquierda estaba bloqueado, a causa aparentemente de un derrumbamiento, ¿provocado? El camino principal parecía ser el que torcía a la derecha, mientras que el que continuaba al frente se iba estrechando a medida que penetraba más en la montaña. La tenue luz de una antorcha brillaba al fondo,parecia iluminar la entrada a una especie de sala, y nos dirigimos a ver. Conforme nos íbamos acercando el olor se hacía más insoportable y al fin descubrimos la causa…

 

Varios cuerpos femeninos en distintos estados de descomposición decoraban los más escalofriantes artefactos de tortura. Estaban todos ellos conectados a un mecanismo que se encontraba por toda la mazmorra. Seguimos los engranajes hasta el origen de todos, era una enorme palanca que se encontraba instalada en una pared, entre los cadáveres empalados de lo que parecían una Sirena y una Ondina. Yo mismo accioné la palanca, al momento enormes objetos metálicos con forma fálica penetraban en las vaginas de las doncellas, desgarrando la piel putrefacta y rompiendo los huesos. Paré el mecanismo, miré a mis hombres, todos con lágrimas en los ojos y el suelo encharcado de vómitos. Por sus vestimentas allí estaban las mujeres que debíamos rescatar. Seguimos investigando aquel infierno, de cada potro de tortura surgía una tubería a la altura de cada vagina. Éstas tuberías recorrían la estancia y terminaban en una enorme tinaja que se encontraba en un rincón sobre una hoguera apagada. Mis hombres soltaron todos los cuerpos de sus grilletes, contamos nueve en total, ninguno estaba completo. Amontonamos los cadáveres en una pira y les prendimos fuego, abandonamos la mazmorra con el ánimo por los suelos. Las llamas iluminaron nuestra partida.

Tomamos el camino de la derecha, el principal, y llegamos a otra sala. Descubrimos lo que debía ser el lugar de reposo de la criatura, sobre el suelo tumbada había una loseta de piedra enorme que debía hacer las veces de cama, a su alrededor, en unas estanterías escarbadas en la piedra, descansaban múltiples libros, escritos en un idioma jamás visto por mí. Uno de ellos descansaba sobre el suelo, cerca de la loseta. Lo abrí. En él se describía el funcionamiento de la máquina, su montaje y un extraño proceso químico, en el que el fluido vaginal de las doncellas jugaba un papel fundamental. En una de sus últimas páginas encontré un trocito de pergamino con una inscripción un tanto extraña, «la semilla del multiforme anula la magia». No vimos signos de vida en esta sala, y decidimos abandonar aquel lugar maldito.

Al salir al exterior el temporal había amainado, bajamos el sendero con rapidez, intentando olvidar… En ese momento el caballero cayó desmayado, el esfuerzo y el terrible relato habían hecho mella en su maltrecha salud. La Bruja y el duende se miraron durante un instante y al fin la Bruja habló.

-Sospecho de una criatura capaz de tales barbaridades, pero no alcanzo a comprender el porqué de esa máquina ni para qué esta extrayendo flujo vaginal de doncellas. Consultaré con mi hermana, prepara la defensa del castillo pues tengo que ausentarme durante unos días- concluyó.

-Sí Ama, avisaré al capitán de la guardia y lo pondré sobre aviso- contestó el duende.

Continuará…


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2 respuestas

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