
Por
Anónimo
Daniel si lees esto espero me perdones
Era un viernes por la noche, y la ciudad estaba viva con luces y sonidos. Yo tenía 19 años y una fantasía que me había perseguido desde hacía tiempo: hacer algo indebido en el transporte público. No era algo que compartiera con cualquiera, pero esa noche, sentía una mezcla de valentía y deseo que me impulsaba a buscar una experiencia diferente.
Conocí a Daniel en una fiesta unas semanas antes. Alto, de ojos penetrantes y una sonrisa encantadora, me atrajo de inmediato. Nuestra química fue instantánea, y desde entonces habíamos salido varias veces. Pero esta noche, sentía que era el momento perfecto para compartir mi fantasía con él.
Nos encontramos en una estación de metro céntrica. Era tarde, y aunque aún había gente, el vagón no estaba completamente lleno. Le tomé la mano y, sin decir una palabra, lo llevé al último vagón, el más alejado de los demás pasajeros. Daniel me miró con curiosidad, pero también con un destello de anticipación en sus ojos.
El tren arrancó con un suave zumbido, y las luces parpadeantes del túnel crearon un ambiente casi onírico. Nos sentamos en un rincón, lejos de la vista de los pocos pasajeros dispersos. Mi corazón latía con fuerza, una mezcla de nerviosismo y emoción.
Empecé a susurrarle al oído, explicándole mi fantasía. Su expresión cambió de curiosidad a deseo mientras me escuchaba. Con una sonrisa cómplice, Daniel me tomó de la mano y la colocó en su pierna, alentándome a seguir.
Mis dedos comenzaron a deslizarse lentamente por su muslo, subiendo cada vez más alto. La tela de sus pantalones se sentía suave bajo mis manos, y podía notar cómo su respiración se aceleraba. Él respondió acariciando mi pierna, deslizando su mano hacia arriba, bajo mi falda, lo que hizo que un escalofrío recorriera mi columna.
El tren seguía su curso, y la emoción de estar en un espacio público hacía que cada caricia se sintiera aún más intensa. Mis dedos llegaron hasta la cremallera de sus pantalones, y con un movimiento sutil, la bajé un poco, lo justo para sentir la dureza que se ocultaba detrás. Mis caricias eran lentas y provocativas, jugando con la tensión del momento.
Daniel, por su parte, dejó que su mano se aventurara más allá de mis muslos, rozando suavemente mi ropa interior. Mordí mi labio para contener un gemido, la sensación era exquisita. Cada movimiento era lento y medido, sabiendo que el peligro de ser descubiertos hacía que todo fuera más excitante.
Sus dedos encontraron el borde de mi ropa interior y comenzaron a jugar con él, tirando ligeramente antes de deslizarse un poco más. El contacto directo con su piel caliente me hacía estremecer. Yo, mientras tanto, continué acariciándolo, disfrutando de la rigidez bajo mis dedos.
El vagón se sacudió ligeramente al pasar por una curva, lo que nos hizo acercarnos aún más. La proximidad y el movimiento del tren intensificaron nuestras sensaciones. Podía sentir su aliento cálido en mi cuello, y sus labios rozaron mi oreja, enviando una oleada de placer por mi cuerpo.
Mis dedos se movieron rítmicamente, sintiendo cómo él respondía a cada caricia. Daniel, a su vez, deslizó sus dedos más profundamente, encontrando mi humedad. Nuestros cuerpos estaban en perfecta sintonía, cada toque, cada susurro nos acercaba más a la cúspide de nuestra fantasía.
El tren se detuvo en una estación, y por un momento, nos congelamos, escuchando el sonido de las puertas abriéndose y cerrándose. Nadie entró en nuestro vagón, y el tren continuó su marcha. La adrenalina del momento hizo que nuestras caricias se volvieran más audaces.
Finalmente, Daniel inclinó su cabeza y susurró mi nombre con una voz ronca por el deseo. Nos miramos a los ojos, y sin necesidad de palabras, sabíamos que habíamos llevado nuestra fantasía al límite permitido por el entorno público. Aunque deseábamos más, el riesgo de ser descubiertos añadió una capa de emoción que nunca había experimentado antes.
Con un último suspiro, nos apartamos un poco, tratando de recuperar la compostura antes de llegar a nuestra parada. Acomodamos nuestras ropas y nos miramos con una sonrisa cómplice. Sabíamos que esa noche habíamos compartido algo único y excitante, una fantasía hecha realidad en la vibrante y peligrosa intimidad de un vagón de metro.
Al bajar del tren, nuestros cuerpos aún temblaban de la excitación, y mientras caminábamos por las calles iluminadas, supe que esa noche sería solo el comienzo de muchas más aventuras juntos.
Una respuesta
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