junio 27, 2022

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Frambuesas a la Crema [F32]

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Bajó su rodilla hasta topar el suelo y dejó la otra flexionada entre tanto me tomaba de las caderas para voltearme vista al muro…

Borbotones en mi vientre ascendían en medio de la incertidumbre efervescente emanada por mi interior dispuesta a inundar los poros de mi piel hasta erizarla y sin dejar de ser atacada por una confusión de temperaturas en tanto se decidía con aquel primer asalto.

Y no hubo tal…

En su lugar, su hálito flanqueó con húmeda calidez el espacio que dejaba entre sus manos, recargadas apenas en los pliegues de mis formas que, con afán, había endulzado horas antes con la escencia de mis frambuesas favoritas conjugadas en un merecido baño tórrido y vaporoso.

Y las inspiró…

Contrastaba abruptamente con el hedor circundante de la loza fría y los muros torpemente masacrados con letras poco legibles y vagamente borradas en un intento por disminuir el deterioro, pero visibles lo sufiente como para captar mi atención en lo que seguía inhalando de mi efluvio, y entonces absorbió el aroma más cerca y más cerca y el cosquilleo se anidó al final de mi espalda y anudó sonrisas inoportunas pero inevitables interrumpidas por mis labios entreabriéndose para liberar un soplo recargado del embeleso que mi cuerpo condensado no estuvo dispuesto a mesurar.

Y cerré mis ojos…

En aquel instante fue mi reacción natural tras sentir un calor empapado pasear por camino que demarcaban las costuras destinadas a separar su boca de mi humedad cultivada por aquella dedicada contemplación que me estaba resultando tan difícil de soportar, pero que también, inexplicablemente disfrutaba absorta en esta infracción.

Y lamió…

Lamió tanto que aferré mis dedos y mis uñas a las paredes del pequeño cubículo que nos resguardaba, y recargué mi rodilla en el borde del excusado apenas hilando ideas con la mirada perdida vagando entre el techo y el suelo, las frases, el hedor, la algarabía y la música…

Y la arrancó…

Aquel trozo de tela había sido encremado por mis fluidos tan deliciosamente cosechados por su lengua deseosa de traspasar el último límite que nos quedaba y que tardaba tanto, en la opinión de mis anhelos, hasta que porfin se deshizo de ella en la forma más salvaje, grotesca y necesaria.

Y se sumergió…

Su mano se deslizó hasta mi espalda en una clara instrucción para que me inclinara, y regresó rápidamente sólo para apretar mis curvas magras ampliando el panorama, mientras sorbía todo a su paso abriéndose camino por mi tez plisada y embadurnada del jugo de su lengua previamente untado, culminando su aventura en el valle rugoso y abrasante donde sumergió al fin toda la longitud y voluptuosidad de la carne de su boca sin dejar de instigar, bravío pero juicioso, el altramuz tumefacto entre mis piernas.

Y se levantó…

Espantámos pisadas que se detenían al abrir la puerta, callamos risas, alimentamos secretos comentarios y naturalmente encendímos otras llamas. Dentro del tenue cubículo su solidez me invadía, su fluir me inundaba, su calor me desbordaba.

Y sus palabras…

Es que la verdad, cuánto puede importar el contenido si la intensión de sus susurros en mi nuca calaban y descalibraban mi sensatez en aquellos segundos en los que el grosor de su hambre mecía su ardentía entre mis labios en un juego malicioso listo para hacer aflorar las plegarias que bien convertiría en ordenes sin reparo.

Y nos fundimos…

El compás de los jadeos enmudecía cada vez que un incauto abría las puertas. El golpeteo de las pieles resonaba en las frías murallas y nos regresaba ese sonido envolvente que nos sumía aún más profundo en las opíparas embestidas. Mi cabellos entre sus dedos y su mano incrustada en mi cadera. Mis vista por sobre mi hombro buscaba con lascivia su mirada que batallaba por mantener la concentración tanto como yo lo hacía, pero era imposible por momentos, y la perdía junto a la decencia y al recuerdo de su nombre o lo poco que me había contado de sus vida.

Mil rayos!, olvidé su nombre…

Y una pícara lujuria me invadió en ese pensamiento, tanto como para aumentar mis pulsaciones, mi ajetreo, mis ansias, las sensaciones, los gemidos y el cosquilleo explosivo dominando mis carnes, chocando con su rigidez y decantando a través de sus pliegues y sus venas y el jadeo…

Y aceleró…

Y mis ruegos como ley de su hazaña, el roce de las pieles, el azote indómito, mis uñas, sus dedos, mi lengua, sus manos, mi cuello, su bramido y la atmósfera infractora, irresponsable y penitente acrecentó el torrente de su sangre.

Y me advirtió…

Entonces fue mi turno de rodillas al piso y los labios prontos al uso libre e indiscriminado de mi mandíbula ambiciosa de devolver la jugada, prestaron lengua, el revestimiento interno de mis mejillas y hasta las profundidades de mi cavidad con tal de obtener mi tan esperado premio; al fin esa delicia derramándose por mis comisuras, mezclada con la efervescencia de sus bufidos, con el jadeo y su espalda recargándose en la puerta.

Tomé la tela arrancada y la entregué a sus manos; frambuesas a la crema.

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  1. helenx

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