
Por
Anónimo
UNA (SEGUNDA) PRIMERA FELACIÃ?N
Sé que es un título extraño para un hecho que me sucedió a los veinte años. Pero es que realmente no se trató de la primera vez que una chica se había metido mi pene en su boca. La primera vez fue un despropósito caótico en el que ninguno de los dos sabía muy bien qué hacer y, aunque ella parecía dispuesta a satisfacerme, era sólo hasta cierto punto. Su interrupción, seguida de un «pero, ¿qué estamos haciendo?» consiguió que su boca me perturbara más que masturbara. Esto último no llegó a ocurrir. Beatriz, así se llamaba la chica, me dejó impresionado con las sensaciones que había experimentado durante meramente unos segundos. Y quería más de aquello, claro está. La primera vez que una chica tocaba mi pene y era para metérselo en la boca; ¿qué chico joven no ansiaría más?
Unos meses después, que en mi mente recuerdo casi como años (cuando eres joven el tiempo parece transcurrir más despacio) tuve una primera cita con una chica llamada Sandra a la que había conocido en la Universidad. Hacía poco que lo había dejado con su novio y parecía deseosa de comenzar una nueva relación con una nueva orientación. Y era virgen. Y yo pensé a tenor de lo ocurrido en esa primera cita (besos torpes casi sin lengua y escasas caricias), que me había topado con una chica que no tenía ni idea del sexo, lo que unido a mi inexperiencia presagiaba un desastre en lo más carnal de la relación. No podía imaginar lo rematadamente equivocado que estaba. Sí, era cierto que era tan virgen como yo, pero eso no significaba que no hubiese estado haciendo otras cosas…
En la tercera cita nos fuimos a un parque cercano a mi casa para charlar y besarnos un rato. No esperaba gran cosa de la cita desde un punto de vista sexual, pero disfrutaba muchísimo de su inteligente conversación. Realmente era todo un cerebrito que sabía mantener charlas de cualquier tema y así fue pasando la tarde, poco a poco, y llegó el anochecer. Y ese fue el momento más alucinante de mi juventud. Cierto que después vendrían cosas mejores, pero aquello supuso todo un punto de ruptura.
Nos acariciamos y, en menos de un segundo, tenía una erección que no me cabía en los pantalones. Virgen, sin experiencia sexual… era normal estar tan sumamente excitado. Ella me acarició la entrepierna y yo hice lo propio. Debo admitir que mis caricias fueron más torpes, pero muy bienintencionadas.
—¿Estás buscando petróleo? —me pregunto con sorna.
—Sí —respondí muy nervioso—, a ver si encuentro un pozo y que salga como en las películas.
Sí, sé que puede tener un doble significado, pero en aquel momento, sólo buscaba algo que decir para no quedarme cortado mientras notaba mi miembro cada vez más y más duro, como nunca me había ocurrido.
Y allí, en un banco de un parque escasamente protegido de las miradas escrutadoras de la gente, me desabrochó la camisa que llevaba lentamente, botón a botón, y besando mi pecho y vientre mientras tanto. Creo que me quedé sin aire y tragué saliva ruidosamente porque Sandra sonrió. Me desabrochó el cinturón con calma, aunque tenía una hebilla algo especial y tuve que ayudarle con eso. No rompió ni un ápice el momento. El botón salió de su hebilla y la cremallera se bajó prácticamente sola.
Allí, bajo el slip de color granate, estaba mi pene a punto de marcharse por estar dotado de vida propia. Las palpitaciones que sentía por sus venas, que hacía que se levantara y bajase de nuevo, no las había sentido en mi puñetera vida. Creo recordar que me temblaban las manos de la excitación tan grande que sentía. Una vez me bajó el slip y liberó al pene que rogaba por salir, se lo metió delicadamente en la boca.
¡Por todos los cielos! Nunca había sentido nada tan placentero jamás. Entraba y salía muy despacio de su boca mientras con la lengua acariciaba toda la parte sensible del glande, que era mucha. En ese momento mis neuronas estaban de viaje y Sandra me hubiera podido decir lo que fuese que le habría respondido «sí» a todo. Su boca estaba caliente, húmeda, era algo vivo que me daba placer por todo el pene. Se lo introdujo muchísimo en la garganta (así me pareció entonces, hoy ya sé que no fue tanto) y tras unos escasos minutos de felación, estaba casi preparado para el gran final.
Comenzó a masturbarme a una velocidad mayor con la mano mientras colocaba su lengua en la zona del frenillo del glande (después averigüé todo lo que había hecho y cómo, porque en aquel momento solo pensaba que ya podría morirme en paz) y noté cómo los calambres de placer se iban aproximando. Estaba a punto de alcanzar el punto de no retorno eyaculatorio.
La separé ligeramente con el brazo derecho. Sus ojos azules me contemplaban fijamente y su boca, con un hilillo de saliva, sonreía.
—¿No te gusta? —me preguntó, aunque sabía de sobra que sí.
—No es eso… es que… —estaba muy avergonzado—. Es que estoy a punto de correrme…
Ella bajó la cabeza y abrió la boca de nuevo.
—No te preocupes —dijo antes de metérsela de nuevo en la boca—. Si yo me lo trago…
Sólo me faltó escuchar eso para que se desatara todo. Sentí oleadas de placer como nunca había tenido y percibía el intenso calor del semen ascendiendo por mi pene, llegando al glande y siendo expulsado en su boca. Fue una de las eyaculaciones más largas que he tenido, y la más larga e intensa hasta ese momento.
Fiel a su palabra, se tragó hasta la última gota de semen de una vez, dado que lo había retenido en su boca hasta que terminé. Incluso, cuando ya no me quedó nada que expulsar y yo me quedé como muerto, desinflado y sin fuerza alguna, siguió dando pequeños lametones al pene, especialmente a la sensible parte del glande para limpiarlo de rastros seminales. El placer comenzaba a tener un punto de dolor por tanta excitabilidad, pero no me importó.
Allí estaba, en el banco de un parque, sentado, con el pene y los testículos fuera y con una mezcla de olor a semen y saliva en mi miembro y en su boca. Un momento como surgido de otro mundo que yo no conocía y que yo quería repetir.
—¿Lo ves? —me preguntó mientras se limpiaba los dientes con la lengua—. Te dije que no te preocuparas.
Y el tiempo que duró mi relación con esa chica nunca más me preocupé, aunque siempre la avisaba por si acaso, dado que siempre escogíamos lugares que no hubieran sido apropiados para acabar sucios, como la primera vez que eyaculé en su cara. Pero eso ya es otra historia…
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