
Por
Anónimo
Últimos recuerdos del primer amor
Han pasado ya 22 años, y poco a poco voy perdiendo los detalles de todos aquellos días en las que descubrí la angustia de vivir.
Ahora sé que todo lo vivido entonces, y todo lo vivido después tienen el nexo común del rencor por las derrotas sufridas.
Hubo un tiempo en que guardaba en mi memoria lo sucedido en ese mismo día, cada sonrisa, cada encuentro casual�.todos aquellas pequeñas cosas que hacían que la historia fuera acercándose poco a poco a su desenlace. Sin embargo aquellos fantasmas ya fueron muriendo poco a poco; yo los maté puesto que sin darme cuenta, dirigí mi vida a saldar todas y cada una de las cuentas pendientes que consideraba se me debían.
Fue durante un curso del instituto, el último de ellos. Yo tenía 19 años, era dos años mayor que el resto de mis compañeros de clase por que había fracasado en otros estudios que hube de abandonar. Así me sentía: un fracasado que encuentra su exilio, alguien a quien han dejado sin plaza en la estación mientras los demás han subido con su asiento en el tren de la vida.
Intenté centrarme en los estudios, y lo hice bien al principio�hasta que apareció ella.
Era una chica de primer curso, no debía haber cumplido los 15 todavía, y su clase estaba justo frente a la mía en el mismo pasillo.
En cada pausa entre las clases salía al pasillo, era alegre, coqueta y juguetona. Era la más extrovertida y pronto se rodeó de algunas compañeras más tímidas que la seguían a todas partes.
Era alta, simpática, algo desgarbada, con expresión levemente dormilona, su voz la recuerdo algo estridente, femenina, eso sí. No era una belleza, sin embargo irradiaba su calor y su insolente juventud, y eso, para mi, que a mis 19 años ya me sentía como un viejo que observa la vida de los demás, no podía pasarme inadvertido. Era la chica de éxito de la clase 1ºB.
Me enamoré.
Cuando me levantaba por la mañana sólo pensaba en cómo podría intercambiar algunas palabras con Carmen.
Cuando me acostaba por la noche, revivía una y otra vez lo sucedido. Analizaba mis errores y cómo mi timidez habían echado por tierra tal o cual conversación.
Estaba seguro que pronto ella comenzaría a salir con cualquier chico, posiblemente algún guaperas seguro de sí mismo al lado del cual yo no tendría nada que hacer.
Habían pasado varios meses desde aquella primera guerra de tizas en el pasillo del instituto, en Octubre�.la primavera había arrasado con todo, y el fin del curso amenazaba con dejarme sin ella para siempre.
No supe hacer nada más que decírselo todo. Lo escribí en una carta y no me arrepentí de hacerlo cuando una de sus seguidoras me dio el recado de que sólo era un amigo. Si no lo hubiera hecho, tal vez ahora estaría maldiciendo mi cobardía.
Encajé el golpe.
Fue duro vivir con ello. Andar por la calle mirando ávidamente cuando me parecía verla entre la muchedumbre. Un día, y otro�.un mes, y otro�.
Lo aposté todo para salir de todo aquello. Necesitaba irme lejos, hacer lo que jamás hubiera imaginado que podría.
Pero los demás podían, y mi amargura me daba fuerzas. Si caía poco iba a perder.
Así que lo conseguí. Me iría lejos, descubriría un mundo nuevo. Tendría que tener valor.
Y fue entonces cuando el destino me dio la oportunidad de despedirme del fantasma que me había seguido durante tres largos años.
Había quedado con unos amigos en aquella bulliciosa zona de bares. Quedaba poco para mi partida, yo había cambiado y se me notaba. No era el mismo, había luchado y había vencido mis primeras batallas. El miedo ya no asomaba a mis ojos.
Y entonces oí su voz llamarme, estaba en la calle con algunas personas más que ni siquiera miré; llevaba un vestido morado y me dio dos besos. Estaba simpática….radiante como siempre y me propuso que fuera con ella a un cumpleaños o algo así.
Apenas la miré, dije hola, respondí a su saludo y dije la verdad: había quedado y me estaban esperando.
No me di la vuelta al marcharme. Detrás, con ella, quedaron la mayoría de mis fantasmas.
Algunas veces volví a verla en el casco viejo de la ciudad, por la noche, por los bares. Jamás volvimos a cruzar una palabra. Hicimos como que no nos habíamos visto.
Su decadencia fue rápida, no volví a ver su chispa nunca más.
Ahora sé que mis fantasmas la estaban devorando. Ahora eran suyos.
Ojalá algún día consiguiera deshacerse de ellos y dejarlos con alguien merecedor de su carga.
Buena suerte, Carmen.
2 respuestas
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