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junio 23, 2022

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La vecinita (H32, M19)

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Es un sábado por la noche, yo bajo a la entrada del edificio y veo una moto estacionada junto a un árbol. Al lado hay un chico dándole un tremendo faje a una chica. Le está sobando el coñito con los dedos sobre la tela del jean. Ella está despeinada y tiene los ojos cerrados. Me acerco hasta quedar muy cerca de ellos, ando bien idiota, he estado fumando toda la tarde. Descubro que es la vecinita de mi edificio. La parejita se espanta al verme:

—Ay —le digo—, tú no eres el de Uber eats.

Me aparto hacia el lado opuesto para esperar al repartidor. La vecinita entra al edificio apenada y con la cabeza agachada.

La vecinita tiene 19 años, estudia la universidad, es blanca, bonita, muy delgada y fresita. Vive con su hermano y con su mamá. Los he visto algunas veces en el vestíbulo o en el elevador. La mamá parece un poco loca, siempre la regaña y le grita en público por cualquier cosa. El chico de la moto, debe tener unos 23 años, llega a visitarla por las noches. Nunca entra. Se dan sus fajes junto al árbol del edificio. Uno no pensaría que es su novio, son muy distintos. Él no es atractivo, es moreno, chaparro y está un poco gordo, por sus ropas gastadas, se ve que es muy humilde. La relación debe ser alguna clase de rebeldía contra la histérica de su mamá.

Nunca mencionamos el incidente. La veo algunas veces en la piscina y en el elevador. Nuestras conversaciones se limitan a un saludo y a una respuesta de ella que siempre es fría y cortante. De hecho, nunca nos vemos a la cara, siempre nos paramos viendo a las puertas mientras esperamos que suba a nuestros pisos.

En nuestro siguiente encuentro, un domingo por la mañana, yo estoy muy crudo, tirado en un sillón en el área de lavado esperando que la secadora termine mi carga. Veo a la vecinita entrar con un cesto de ropa sucia. Ella se sorprende. Me da un saludo corto y pone el cesto sobre su lavadora, al buscar la botella de jabón, el cesto se voltea y se riega su ropa en el suelo. Lo que más me llama la atención son unas braguitas negras de encaje que tienen una manchita blanca y seca en la parte de la entrepierna. Las veo con lujuria. Ella se da cuenta, recoge su ropa a prisa y se marcha.

 

En otra ocasión, la veo con su mamá en el elevador, ella la está regañando porque su cuarto es un chiquero, no le importa que yo esté ahí. La vecinita luce verdaderamente avergonzada de que yo sea testigo de la escena.

Por las mañanas, empiezo a salir a la misma hora que ella espera su Uber para ir a la universidad y, por las noches, “casualmente” salgo a la calle cuando su novio llega a visitarla.

No sé qué estoy haciendo, me siento atraído a ella, sin embargo, no me atrevo a acercarme a ella, es muy joven y me hace sentir como un viejo pervertido. Ni siquiera estoy seguro de que ella sienta algún tipo de atracción hacia a mí hasta que una tarde, en la que me visita mi novia, nos encontramos en elevador. Cuando la vecinita baja en su piso, mi novia me dice:

—Esa niña está enculadísima contigo.

Yo finjo demencia.

—¿No te diste cuenta? Me barrió de los pies a la cabeza, con odio, como si me quisiera matar.

Yo disimulo no darle importancia a la situación:

—Claro, quién no se va a enamorar de semejante semental como yo.

El siguiente encuentro sucede algunas semanas después, una mañana, me subo al elevador y enseguida entra la vecinita con dos de sus amigas de la universidad.

—Buenos días —les digo.

La vecinita contesta a secas, sin mirarme. Escucho las risitas de sus amigas. En el espejo del elevador alcanzo a ver que una de ellas le da un codazo a la vecinita. Ella está roja y con la cabeza agachada. Yo sonrío. Cuando se bajan, sus dos amigas se despiden de mí. La vecinita sale apresurada. Al cerrarse la puerta, escucho las carcajadas de sus amigas.

Después, la encuentro saliendo de un súper que está cerca de la casa. La vecinita lleva una bolsa verde del mandado, su mochila y una maleta del gym. Los dos fingimos que no nos vemos, yo voy detrás de ellas, a unos dos metros. Caminamos sin reconocer nuestras existencias hasta llegar al edificio. Me siento como un acosador. Entremos al elevador. Ella se ve nerviosa. Al bajar en su piso, me doy cuenta de que ella dejó una bolsa verde del mandado. Me la llevo conmigo y me hago ideas: tal vez la olvidó a propósito. Unos minutos después tocan el timbre de mi casa. Siento que me va a dar un infarto.

—Disculpa, ¿no viste mi bolsa del gym en el elevador? —me pregunta la vecinita.

Me doy cuenta que se soltó el cabello, se puso un poco de labial de brillos y, lo más importante, se quitó la playera negra de mangas cortas y se puso una blusa roja de tirantes, sin bra. Sus pechos y sus pezoncitos se le marcan, están paraditos.

—Sí —le contesto—, te la iba a llevar pero no sé dónde vives.

—Gracias —sonríe.

Se la entrego.

Los dos nos quedamos parados sin decir palabra y sin saber qué hacer. Ella tiene las mejillas enrojecidas, los ojos muy abiertos y grandes, tiembla un poco y respira por la boca. Yo le acerco mi mano, muy despacio, a la altura de su vientre. Nos miramos, los dos sabemos lo que está a punto de suceder. Empiezo a meterle la mano en sus jeans, mis dedos apartan sus panties, siento sus pelitos y su carne tibia, luego empiezo a acariciar sus labios. Empiezo a penetrarla con la punta del dedo gordo. La vecinita cierra los ojos y traga saliva. Suelta la maleta y con sus manitas me agarra de la muñeca, me aprieta, no para detenerme sino para sostenerse, sus piernitas delgadas le tiemblan. Nos acercamos, nuestros labios casi se tocan. Me detengo y cierro la puerta del departamento. Nos besamos, descubro que no tiene mucha experiencia, lo hace a prisa y con mordidas, nuestros dientes chocan.

La tomo de la mano y la llevo a mi habitación. La abrazo, ahora soy yo el que se la está fajando. Ella me saca la polla del pantalón y me masturba. Yo la desnudo, se queda sólo con sus calcetas pequeñas y con sus tenis. La acuesto en la cama y la contemplo, ella se ve muy delgada y hermosa. Me tomo mi tiempo. Le quito los tenis y las calcetas. Le beso sus pies y le chupo sus dedos.

—Me dan cosquillas —se retuerce.

Le mordisqueo sus tobillos, lamo sus piernas y besuqueo sus rodillas. Luego hundo mi cabeza en su entrepierna mientras mis manos masajean sus pechos tiernos y sus pezoncitos. Ella se sorprende, estoy seguro que su noviecito nunca se ha bajado al pozo. La vecinita gime, se retuerce y me jala del cabello mientras yo le entierro la lengua. Cuando ya está muy caliente y chorreándose, busco un condón y me lo pongo. Me acomodo entre sus piernas. Ella me mira a los ojos. Acomodo mi verga pero no puedo. La vecinita se queja, está muy estrecha. Vuelvo a intentar, pero su coñito no me deja entrar. Entonces lo pienso, la vecinita y su novio siempre se dan sus fajes bien cachondos en la calle como si no hubiera mañana, tal vez no han tenido oportunidad de coger.

—¿Eres virgen? —le pregunto.

La vecinita no contesta.

—¿Estás segura que quieres hacer esto?

—Ven —contesta.

Me pongo saliva en dos dedos y la penetro para que se dilate y coñito se acostumbre.

—Uffff, uffff.

Luego me pongo baba en el condón para lubricarlo más y lo intento de nuevo.

—Ah, ah, ah —sufre la vecinita. Sus ojos se hacen grandes cuando su intimidad cede ante el intruso—. AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH—gime. La cabeza de mi falo está dentro de ella. Con mucho cuidado, la ensarto por completo. Yo empiezo con el mete-saca. Ella agoniza, sus gemidos de hembra son una mezcla de placer y de dolor. Por un momento parecen lloriqueos de una niña pequeña. Me preocupa lastimarla.

—¿Te duele? —le pregunto.

—Sigue —contesta.

Yo aumento la velocidad. Su cuerpo enrojecido y sudado se arquea. La vecinita se revuelca desesperada por las sensaciones que le provoca el intruso en sus entrañas. Cierra los ojos y empieza a llorar. Me jala hacia ella y me abraza. Me acaricia el cabello, me da besitos tiernos en el cuello y gime en mi oído. De repente, ella acelera los movimientos, está a punto de venirse; me clava las uñas en la espalda y suelta un aullido largo de mujer. Yo eyaculo.

No hablamos. La abrazo, le doy besos en sus mejillas y en su frente. Nos acariciamos durante un rato. De pronto, ella se levanta apresurada, revisa su celular, llevamos horas cogiendo, ya es de noche. Recoge su ropa y me dice espantada:

—¡Tenía que llevarle el mandado a mi mamá desde hace un rato!

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Una respuesta

  1. helenx

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