Por

Anónimo

enero 14, 2021

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Me dieron por el culo, sí, una tarde, sin miramiento ninguno. A lo bestia. Y gocé de una forma tan tremenda que fui presa de convulsiones, babeé como un perro rabioso y grité de tal modo que estoy seguro que alguien, en la misma calle, creyó que estaban matando a otro alguien. Me corrí de tal manera que me saltaron los cuajarones de leche hasta la cara. Cómo sería que pedí que me lo hiciesen más fuerte, más rápido, más duramente. Cómo sería que hasta me gustó que me azotaran las nalgas mientras me follaban. Cómo sería que cuanto más daño me hacían las pollas al entrar en mi ojete, más disfrutaba. No era, en honor a la verdad, la primera vez que me follaban por detrás. Ni sería la última.

Y me he comido pollas, sí, más de una y más de dos, de muchos tamaños. Y de muchos colores. Algunas tan gordas que hasta te duelen las mandíbulas cuando te las metes en la boca. Algunas tan largas que apenas puedes contener las arcadas cuando su glande te aparta la campanilla para llegar al fondo de tu garganta. Algunas tan pequeñas que te parece estar comiendo un caramelo que puedes mover con la lengua de un lado a otro de la boca. Algunas, agradecidas, que crecen en cuanto las acaricias con la lengua, y algunas que, en cambio, permanecen por mucho que te esfuerces fláccidas como serpientes muertas.

Y me he follado culos, sí, más de los que creeríais. Culos de mujer, culos de hombre, culos de hombre vestido de mujer, y de hombre operado para que su culo parezca el de una mujer, o algo así. Culos grandes, pequeños y medianos. Peludos y depilados. Limpios y sucios. Algunos tan estrechos que hasta me dolía la polla al introducirla en ellos. Algunos tan dilatados que no hacía falta lubricante para que la polla les entrase, de golpe, hasta las mismas pelotas. A veces he sacado de ellos el rabo lleno de mierda, o con pequeñas manchas de sangre. A veces me han pedido a mitad de la follada que me pare porque no pueden aguantar el dolor. A veces me han pedido a gritos que empuje más y más fuerte.

Y coños, claro, tantos coños que he perdido literalmente la cuenta. Peludos y pelones, estos últimos en sus múltiples categorías: rasurados, depilados, afeitados, recortados. Blancos, rosados, negros y cobrizos. Chorreantes y resecos. Tan anchos que me cabía de sobra el puño y tan estrechos que no logré meterla entera en su interior. De labios inmensos y abultados, y de bordes finos y apenas definibles. Con clítoris inmensos o con pepitillas bordeando el ridículo. Fragantes algunos, malolientes otros, cálidos y suaves, siempre. Coños de mujeres jóvenes, de treintañeras, de cuarentonas, incluso de viejas que podrían ser mis abuelas, y a fe mía que no fueron los peores. ¡Ah, los coños! Los he olisqueado, chupado, lamido, mordisqueado, sobado, pellizcado y jodido cientos y miles de veces, repitiendo un ritual que no cansa porque nunca es del todo igual aunque siempre consista esencialmente en lo mismo.

Me he corrido en bocas, en culos, en tetas, en coños, en caras, en piernas, en barrigas y hasta en pies. Me he corrido mientras me lamían el ojete y mientras me comían el cipote. Me he corrido con pollas, dedos o lenguas hurgándome el culo, también. Y muchas, muchísimas veces, me he corrido yo solo, cascándome pajas como un mono enloquecido.

Por todo ello he pagado, muchas veces. Y he cobrado, otras. Y a veces solo he coincidido en el tiempo y el espacio con otras personas que estaban tan salidas como yo, e intercambiábamos goces y fluidos durante un rato sin más. Y a veces era un chispazo simultáneo en alguna parte de dos cerebros lo que llevaba a ello y hacía creer por un momento en el poder inmarcesible del amor, en su eternidad, en su fuerza para superar lo que se le ponga por delante. Y en estos últimos casos, siempre, acababa llegando la corrida, y tras ella el cigarrillo de después, las ilusiones absurdas, la convivencia, las discusiones, el desamor y el vacío, y la convicción plena de que todo esto no es más que el resultado de las reacciones químicas que se suceden, sin parar, dentro de nuestros cuerpos gozosos y disfrutables que acabarán siendo, sin excepción y más pronto que tarde, polvo barrido por el viento o carne putrefacta para que se sacien los gusanos.

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2 respuestas

  1. nindery

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