Por

Anónimo

diciembre 18, 2010

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Despido improcedente

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Hola, mi nombre es Cristina, tengo 35 años y vivo en Madrid. Me he decidido a publicar mi primer

relato, basado en mis experiencias reales, después de pensármelo en varias ocasiones. Llevo años

leyendo esta web de relatos y creo que me puede servir de válvula de escape. No me considero una

mala persona aunque muchos lo pensareis, pero mi conucta dominante y el placer y excitación

sexual que obtengo con mi forma de comportarme, hace que no pueda evitar seguir con mi

comportamiento.

Actualmente estoy separada, tengo 2 hijos y trabajo como ejecutiva para una gran empresa, en el

departamnto de recursos humanos. Tengo una muy buena posición económico/social debido a mi

familia y mis altos ingresos, que hace que no me tenga que preocupar lo más mínimo por mi

economía en toda mi vida.

En este primer relato explicaré cómo empezó todo. A partir de aquel dia, todo cambió para mi. Parte

de mi trabajo en mi empresa, es la contratación de nuevos empleados y el despido de aquellos que el

consejo de dirección considera oportuno. Rodrigo entró en mi depacho, de immediato le di la carta

ara que la leyera y firmara el finiquito. La empresa había decidido prescindir de sus servicios. Nada

fuera delo común hasta hace unos años, cuando en trabajo estaba mejor que entonces, pero en 2008

y al comienzo de la crisis en la que estamos, a Rodrigo de 51 años era como si le hubiese dado una

cadena perpetua.

– Cristina, ¿cómo puede ser?- preguntó él tímidamente

– Necesidades de la empresa- era siempre mi respuesta políticamente correcta

– ¿Sabes cual es mi situación? No pueden hacerme esto. ¿Con quién tengo que hablar para

solucionar este tema?

– Rodrigo, puedes contarme tu situación si quieres, pero no cambiará la decisión tomada.

En aquel momento algo dentro de mi me estaba excitando. No sé por qué le había icho que me

contara su situación, pero quizás lo que quería era ver cómo se humillaba a explicarme sus

problemas.

– Por cierto, tienes que hablar conmigo para discutir el asunto. La empresa ha delegado en mi esta

responsabilidad.

Tampoco sé por qué le dije aquello. Realmente la decisión era irrevocable. Pero quería sentir a

aquel pobre hombre en mis manos y saber hasta dónde llegaría. Quería saber si me iba a suplicar y

rogar que no fuese despedido. Es más, lo estaba deseando.

– Cristina, mi mujer está en paro, mis hijos no trabajan y debido a mi supuesta estabilidad laboral,

he solicitado préstamos e hipotecas que evidentemente debo pagar. Si me quedo sin empleo, mi vida

se arruina por completo. Además creo ser un buen empleado y que la empresa no debe tener

ninguna queja respecto a mi, ¿no es así?

– Siento tu situación económica y no, la empresa no tine quejas, pero esta es la decisión. Estaba

entre dos personas, y muy a mi pesar te ha tocado a ti.

Ya lo tenía a mi entera disposición. Después de mi última afirmación sólo le quedaba una opción.

Suplicarme para que yo cambiara mi decisión, pero…..¿se arrodillaría delante de mi? Esa era mi

aspiración y eso es lo que yo querá sentir. Que debido a mi posición de poder, Rodrigo se arrodillara

frente a mi para rogarme. Sólo de pensar en a situación, moje mi tanga de la excitación. Tengo que

decir que todo fue más fácil de lo que yo esperaba y debido a una torpeza porparte de él.

En un movimiento brusco y sin darse cuenta, Rodrigo tiró de mi mesa mi porta-lápices, cayendo

todos mis bolígrafos al suelo. Si no me pidió perdón diez veces, no lo hizo ninguna el pobre infeliz.Tan sólo había tirado unos bolígrafos al suelo, pero vamos, era comosi hubiese matado a alguien a

juzgar de cómo se arrastraba ante mi pidiendome disculpas.

– No vuelvas a perdirme perdón, Rodrigo. No hace falta, sólo se han caído mis bolígrafos, ¿no?-le

pregunte con retórica.

– Es que soy muy torpe. Ya los recojo, sra. Cristina- me contestó penosamente.

Y ahí estaba, de rodillas recogiendo mis bolígrafos. Pero evidentemente no era eso lo que yo

esperaba. Quería humillación y aquella escena no era suficiente para mi.

Decidí ponerlo a prueba de una forma más contundente. Una vez hubo acabado cn los bolis, se

volvió a sentar en la silla, y rogó:

– Por favor, Cristina, no me despidas. Reconsidera la decisión te lo suplico.

Por fin la frase mágica, �te lo suplico� habia dicho Rodrigo. En aquel momento, no sé si por mi

excitación extrema o por mi maldad, un zapato se me cayó al suelo. Tenía las piernas cruzadas y de

mi pie derecho se desprendióel zapato.

Rodrio no tardó ni un segundo en care de rodillas y recogerlo. Y no le bastó con eso si no que me lo

calzó. Pobre infeliz, poniendome el zapato en el pie. De lo que es capaz alguien que está

desesperado. Volví a ser cruel:

– Rodrigo por Dios, ¡¡no hace falta que me pongas el zapato!! ¿Cómo te humillas así?

Acto seguido, Rodrigo se arrodilló frente a mi.

– Cristina, de rodillas te suplico que no me despidas. Jamás he hecho esto delante de nadie, y menos

de una mujer, pero no tengo más remedio. Necesito este trabajo. Por favor no me despidas.

– No sé si va a poder ser, Rodrigo. La decisió ya está tomada.

– ¿Quieres que te bese los pies? Si hace falta yo te beso los pies las veces que haga falta.

Sólo me faltaba esto, estuve a punto de correrme en aquel preciso momento. Aquel pobre diablo me

iba a besar los pies. Ea más de lo que yo podía esperar.

-Estarás de broma, ¿no?. ¿Cómo me vas a besar los pies a mi? Si seguro que me huelen fatal!!! -le

dije de broma y riendome

– Yo te beso los pies, si ese si tu deseo, imagínate lo que soy capaz de hacer con tal de que no me

despidas. Jamás he sufrido tal humillación.

– Creo Rodrigo que nadie te ha humillado. Te has humillado tu sólo, ¿o no? Me haces sentir muy

mal, Rodrigo- le dije con toda la maldad del mundo.

– Pídeme perdón por haberme dicho eso y haberme hecho sentir mal.

– Perdona Cristina. No debía haberlo dicho- se humilló aún más Rodrigo.

– Sólo quería hacerte ver que necesito el trabajo y que haré o que haga falta para conservarlo-aclaró

el infeliz

De nuevo me sorprendí a mi misma y con una soberbia y maldad que no conocía en mi, le ordené:

– Bésame los pies, Rodrigo. Me gustaría ver cómo me besas los pies. Y vuelve a suplicarme que no

te despida

Penosamente bajo su cabeza y me besó el empeine. Directamente, me corrí. Sin más. La imagen de

aquel hombre de cincuenta y tantos besando mis pies fue superior a mi. Me quitó los zapatos y

cubrió mis pies de besos hasta que le dije que ya era suficiente. Y después de aquella humillación,

aún me dijo que mis pies no olían mal!!!! El pobre desgraciado ya no sabía qué hacer para

complacerme y hacerme la pelota.

Le hice levantar. Me puse los zapatos yo misma pues ya tenía suficiente. Realmente con un

chasquido de mis dedos, se hubiese lanzado al suelo para ponérmelos, pero pensé que ya era

suficiente. Le dije que en unos días le daría la respuesta definitiva.

Aquella escenita, le valió a Rodrigo para mantener su puesto de trabajo, ya que enontré otra persona

para despedir a la cual pareció no importarle ya que ni se inmutó, a mi me valió para a partir de

entonces, intentar humillar a cuanta gente pudiese ya que me excitaba y me excita sexualmente.

Debido a mi posición de poder tanto económica como laboral, no me ha resultado difícil encontrar

pobre gente que sucumba ante mi. Os lo explicaré en un próximo relato si este os ha gustado.

Por cierto, cada vez que veo a Rodrigo me acuerdo de la escena que protagonizó ante mi y eso me

excita, pero jamás le he vuelto a humillar. Supongo que con el recuerdo de la situación,él ya tiene

suficiente, y yo también.


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3 respuestas

  1. trankilo

    ke buena eres humillando pero seguro k te exitas más cuando te humillan ati por eso si kieres saber lo k sientes estoy para ti
    kiss

  2. nindery

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