julio 3, 2015

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Shewolf (II parte)

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Shewolf (II)

El marido de su madre.

Para cuando conseguí reunir la entereza suficiente para salir de aquel psiquiátrico como si siguiéramos siendo una familia normal, el sol ya había recorrido la mitad de su camino en el cielo. Conduje despacio a través de aquel paraje de altos pinos y marcadas curvas, mientras mis manos agarraban con fuerza el volante que soportó toda la tensión de mi cuerpo en el más absoluto silencio. Los pensamientos viajaban del cerebro a mi garganta intentando articularse en palabras, en un ciclo continuado que no dio más resultado que un incómodo silencio. Al final fue mi mujer la que en un intento de recuperar la normalidad rasgo el silencio con una afilada pregunta.

– ¿pero qué piensas Paco? Por dios dime algo� -suplicó

– Qué quieres que te diga�mi vida se ha derrumbado en ese despacho. Resulta que fuiste víctima de una violación por un familiar tuyo y nunca me has dicho nada.

– Sólo tenía 18 años �replica mi mujer.

– No te estoy recriminando eso. Bastante duro tiene que haber sido para ti, pero no decirme nada en todo este tiempo me convierte a mí en una víctima de nuestro matrimonio ¡Y encima tuviste una hija que ha estado ahí encerrada durante todos estos años! Perdona que me ría pero la situación me resulta absurda. Es casi el guión de una comedia de mal gusto.

Ninguno de los dos pronunció una sola palabra durante el trayecto de vuelta a casa. Los únicos ruidos que se atrevieron a mancillar el sepulcral silencio impuesto, fueron el traqueteo continuado del coche sobre la carretera mal asfaltada, y el ruido apagado de la música que provenía de los cascos de nuestro hijo Miguel. Éste no dijo absolutamente nada. Se había guardado la fotografía de su hermana recién descubierta en uno de sus bolsillos y la miraba ahora a la joven retratada con aire hipnótico. La camisa de fuerza, el pelo rapado y esa mirada felina en sus ojos la conferían un toque antinatural. Me recordaba mucho a la joven Sinead o’connor en sus buenos tiempos.

Llegamos a casa bien entrada la tarde. Al entrar a casa el ambiente familiar me golpeó con la fuerza de un puño atrayéndome a la nueva realidad que se nos dibujaba. El coche de la policía dormía en la calle con los rotativos puestos. Por lo que nos habían dicho las primeras horas serían cruciales para recuperarla y devolverla al cuarto vigilado del que nunca tendría que haber escapado. La patrulla de vigilancia permanecería unos días allí ya que al parecer Elena está considerada como una enferma mental muy peligrosa. �Paranoia esquizoide sin remisión parcial o completa� eso es lo que había dicho el médico� de pronto ese diagnóstico se me clavo como un puñal, y sentí la imperiosa necesidad de salir corriendo de allí.

Hice una maleta con lo básico a la que añadí mi ordenador portátil como un extra. Le dije a mi mujer que lo sentía pero que tenía que pasar la noche en otro sitio y pensar con tranquilidad en todo lo que había pasado. Vi las confundidas de mi mujer y mi hijo en el salón de casa antes de cerrar la puerta.

Nuestra cuidad goza de muchos turistas durante todo el año, así que no me fue difícil encontrar un pequeño aparta-hotel a las afueras en donde encontrar la tranquilidad que necesitaba. La chica de recepción era muy joven. Masticaba chicle ruidosamente mientras me explicaba las condiciones del cheking. Me dejé llevar por su consejo y me dirigí a las �mejor tienda 24h� de toda la ciudad, en donde me compré una botella de bourbon y un sándwich de pollo y pavo de esos que vienen envasados con caducidad para demasiados días.

La habitación del aparta-hotel era oscura. Daba a una fachada de oficinas y parecía más el típico picadero de barrio que un lugar en donde descansar en vacaciones. Instalé el portátil y la conexión wifi. Saqué el bourbon y me lo serví con cuatro hielos. Me conecté a internet mientras masticaba el sándwich de inconfundible sabor a plástico. En seguida encontré lo que buscaba; quería ver porno. Pero no me valía cualquiera. Tecleé varias órdenes en el buscador hasta que al fin di con el video que quería. En él se veía a una japonesa disfrazada muy al estilo manga. Tenía largas coletas de pelo negro cayendo a ambos lados de unos pequeños pechos. Me encantaban las tetas de esa japonesa. Pequeñas, respingonas y de pezones duros y bien erectos. En la película se veía como otros seis japoneses vestidos de maestros de escuela la reprendían por su comportamiento obsceno. Yo no entendía japonés�y para masturbarme frenéticamente tampoco necesitaba hacerlo, pero intuía que habían encontrado a la chica masturbándose con una enorme polla de plástico y la habían reunido en la sala de profesores para darla su merecido castigo. Comencé con ligeras caricias sobre mis testículos. Me los notaba llenos. Abultados. Ya ni si quiera recordaba la última vez que había tenido sexo con mi mujer, con lo fogosa que ella había sido siempre. Los japoneses se sacaron sus pollas y golpeaban a la muchacha en la cara. Ésta gritaba de miedo y de repulsión hacia sus pequeños miembros. �jódete puta �pensé para mis adentros �te van a dar lo que te mereces. Uno de los japoneses arrancó de cuajo su pequeña falda. La dieron la vuelta y la azotaron el culo, mientras dos de ellos la metían sus pollas en la boca al mismo tiempo. Usaban sus coletas a modo de frenéticas asas. El video comenzaba a tomar auténticos tintes de locura mientras mi mano friccionaba con fuerza mi pene Ahhhh qué gusto me estaba pegando. Los japoneses la tenían empalada por todos sus agujeros. Dos pollas por el culo, dos en su coño y dos en la boca. Me masturbé más aprisa, con más urgencia, sintiendo que un enorme orgasmo iba a sacudir mi cuerpo en cualquier momento. Me corrí copiosamente al mismo tiempo que los seis japoneses la cubrían todo el rostro de semen. La chica lloraba mientras sus lágrimas se mezclaban con la corrida, formando un fluido que los japoneses no paraban de meter en su boca con las manos. Mi corrida fue abundante. Me limpié los restos de semen con los calzoncillos y los dejé tirados sobre el suelo. Acabé mi botella de bourbon y me acosté en la cama desnudo a dormir el dulce sueño que produce los restos de alcohol y sexo.

No sé muy bien durante cuánto tiempo dormí, pero abrí los ojos de golpe con la inquietante sensación de que había alguien más en el pequeño apartamento. Mi mirada se posó por casualidad sobre la ventana; estaba abierta y yo tenía la certeza de que no la había abierto en ningún momento. Giré mi cabeza hacia el salón y me quedé completamente aterrado al descubrir cómo estaba iluminado por el reflejo fantasmagórico del monitor LCD. Yo lo había apagado�de eso estaba completamente seguro.

Me levanté a hurtadillas y asomé media cabeza a través del marco de la puerta. La película Japonesa se reproducía de nuevo desde el principio y sentada sobre el mismo asiento sobre el que me había masturbado unas horas antes, había una joven que a pesar de haberla visto tan sólo una vez en una fotografía en blanco y negro había ocupado mi cabeza por completo. No tenía ninguna duda. Era ella.

La hija completamente loca de mi mujer se masturbaba lujuriosamente mientras miraba la película con la cabeza ladeada y al menos tres dedos introducidos constantemente en su adolescente coño. Llevaba puesta una falda minúscula a cuadros rojos y negros que se había levantado sobre las piernas haciéndola un gurruño. Unas botas militares casi hasta las rodillas llenas de hebillas, pinchos y otros adornos metálicos. Gemía como un gatito y aunque la luz no me dejaba ver del todo su rostro. Adiviné que en su tez pálida se habían dibujado dos enormes colores sobre sus mejillas que la daban aún más el aspecto de una pequeña muñeca. Se estaba trabajando el coño de lo lindo. Note como mi polla se erguía de nuevo y me reclamaba una serie de atenciones que no podía darla en ese momento. Lo cierto es que estaba completamente aterrado. Las palabras del diagnóstico no dejaban de martirizarme; �paranoia esquizoide�

De repente perdió todo interés en la película y se levantó olfateando el aire. �como una loba �pensé. Algo capto su atención y se tiro al suelo cruzando media habitación a cuatro patas. Desde donde estaba podía ver su culo perfecto asomándose a través de su pequeña falda. Dios�-pensé de nuevo. Si pudiera meter mi polla ahí dentro. Su sensual caminata se detuvo y olisqueó con más entusiasmo el suelo. Había encontrado mis calzoncillos llenos de semen y los lamía y succionaba como un perro sediento. Pasaba su pequeña lengua a lo largo y ancho de la tela mientras oía un ruido furioso, casi animal al terminarse �ese� alimento.

Me metí en la cama corriendo. Sabía que ahora ya no iba haber nada que captase su atención y me cubrí con una sábana rezando en que saliera por la ventana de nuevo. El ruido de sus botas militares chocando contra el suelo se hizo más fuerte. El corazón me palpitaba con tal fuerza que casi me desgarra el pecho. Había entrado en el cuarto y respiraba profundamente analizando cada olor que flotaba en la habitación. Me atreví a bajar un poco la sábana y mirar más allá de la cama. Estaba a los pies de ésta de espaldas a mí. Sus manos acariciaban su cuerpo. Se restregaba las tetas pequeñas y abría sus nalgas continuamente en un gesto nervioso y repetitivo. Mi polla no pudo resistir esa imagen y se levanto erguida de nuevo. De pronto se dio la vuelta. Solté la sábana. Note su peso sobre la sabana y como me levantaba ésta hasta el ombligo. Empezó a lamer mis pies. A recorrer mis extremidades con su lengua pequeña y suave. Jugó a torturarme durante algunos minutos de ese modo hasta que llegó hasta mi sexo. Tenía la polla dura como un canto. Como en esas erecciones adolescentes que no se bajan ni con hielo. Lamió mis huevos y juego con sus dientes en ellos. Me hizo la mejor mamada que nunca nadie me había hecho. Yo seguía con los ojos cerrados. Temeroso de mostrar cualquier signo que me delatase estar despierto. Ni si quiera me moví cuando su peso se hundió sobre mí. Ni cuando el calor infernal de su pequeño y estrecho coño envolvió mi miembro. Me cabalgó cómo y cuanto quiso. Una y otra vez subía y bajaba recorriendo mi sexo. Notaba los jugos de su coño desparramándose sobre mis huevos. De repente ya no pude más y me corrí en un orgasmo silencioso que me convulsionó en una feria de pequeños movimientos. Acto seguido abrí los ojos. Me encontré con su mirada clavada sobre la mía. Su cabeza rapada brillaba debido al sudor que recorría todo su cuerpo. Se llevo dos dedos al coño y recogió parte de mi semen. �Pruébalo �me ordenó. Abría la boca acojonado y chupe la yema de sus dedos. �ves �me dijo como si fuera evidente:

-No eres quien estoy buscando. � y salió corriendo de la habitación en dirección al cuarto de baño. Al minuto volvió con el cable arrancado del secador de pelo. Se tumbó de nuevo sobre mí�y entonces�entonces ya no vi nada más.


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2 respuestas

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