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La bella y la bestia
La bella y la bestia
Se habían conocido por internet, una cita a ciegas más de las tantas que había tenido.
En el momento que le vio se maldijo por su afán de citarse con desconocidos sin saber qué aspecto tendrían. Esto superaba cualquier expectativa. Se acercó a él quien al verla, esbozó una gran sonrisa de placer.
Y cómo no, se dijo ella, que se había vestido sencilla pero insinuante, con ese poderoso atractivo sexual que sabía que tenía. Para él, ella era un caramelo. Para ella, él era un completo desastre.
Se dijo que había que resistir aquella noche que se haría eterna, de la mejor forma posible.
Se dejó llevar al restaurante que él había reservado y en la mesa empezaron a hablar de diferentes cosas. De vez en cuando, él interrumpía la conversación para decirle algún piropo, ella no sabía cómo salir de aquel atolladero.
Decidieron ir a bailar un poco, a lo que ella asintió sin ningún entusiasmo. Tan solo deseaba que llegase la hora de poder despedirse y no verle jamás.
Su cercanía le provocaba rechazo, todo en él le resultaba poco atractivo. Llegaron a la sala de baile y el la tomó por la cintura para bailar un ritmo de salsa. Ella se dejó llevar por el ritmo y empezó a bailar entre sus brazos.
Su rodilla presionaba el muslo de aquel hombre al adelantar el cuerpo y pronto creyó notar en él una erección, que él mismo confirmó al decirle finamente que su cuerpo respondía a la atracción que ella le inspiraba y que no podía remediarlo. Ella no supo que decir, salvo cambiar la forma de bailar pero aquella notable erección seguía allí.
Sin acertar a comprender por qué, empezó a sentirse excitada por la excitación del hombre. Imaginaba su pene duro y queriendo asomar de los pantalones de su barrigudo dueño. De repente deseó que aquel hombre que la horrorizaba diera algún paso para seducirla. Deseó provocarle sin que pudiese achacarse a ella tal provocación.
Empezó a sentirse húmeda de pensar en que aquellas manos la pudieran agarrar de las caderas y bajar por sus muslos o, mejor aún, que palparan sus tetas por encima del fino vestido.
Por fin se sentaron, ella mareada por la intensidad de lo que sentía.
Cómo si él pudiese leer en su mente, se acerco y empezó a besarla. Lo último que había esperado de su acompañante fue que la besara tan bien.
Suave y lento, como a ella le gustaba, succionándole el labio suavemente, introduciéndole la lengua, jugando con la suya. Toda una lección magistral de besos�
Estaba tan mojada que tenía miedo que la humedad traspasará la fina tele de las bragas que llevaba manchándole el vestido.
El no paraba de regalarle los oídos con comentarios sobre su figura.
Tras el beso, el hombre volvía a tener una bonita erección.
Sentado en el sofá con su pantalón de color claro, el gran bulto en su bragueta era un homenaje a su feminidad y una invitación a compartirla.
Ella miraba su entrepierna hipnotizada, deseando acercar su mano a ella pero sin atreverse. Lo último que quería era provocarle tanto que tuviese que terminar acostándose con él.
Finalmente salieron del local. El la llevaba cogida de la cintura y ella le dejaba hacer con esa mezcla de repugnancia y morbo. El aire era frio y la humedad en su entrepierna se estaba helando haciéndola consciente de la incongruencia de la situación.
Llegó el momento de despedirse y el hombre la besó de nuevo en la boca lentamente, metiéndole la lengua profundamente y mordiéndole los labios mientras con una mano descendía por su cintura hacia las caderas.
Entonces ella reaccionó asustada ante la idea de que él pudiese notar la humedad entre sus piernas que no cesaba.
Se despidieron hasta la próxima vez y camino de su casa, ella no pensaba en otra cosa que en aquel bulto y en su repugnancia por el hombre sin poder decidir qué haría la próxima vez que se viesen.
Al cabo de unos días él la llamó para verse. Ella se había pasado toda la semana intentando descifrar sus sentimientos hacia él: tal vez no era tan feo como en un principio le había parecido, pensó, para disculparse un poco por sentir ese morbo tan inapropiado, lo mejor sería que la próxima vez se dejase llevar a ver lo que ocurría.
Llegó el día de su cita y esta vez se vistió para seducirle. Se puso un vestido corto ceñido y escotado, sin medias.
Habían quedado que él la llevaría con su moto. Se subió a ella cogiéndose por detrás para no caerse pero en un semáforo él le cogió los brazos y se los puso alrededor de su cintura. Tenía una barriga enorme y volvió a sentir esa repugnancia. La moto aceleró y se encontró literalmente pegada a él. Con cada vaivén su cuerpo se pegaba y se despegaba, notaba como sus pechos golpeaban contra la espalda del hombre y eso la hacía ponerse cachonda pensando en la reacción de él.
Una vez en el restaurante él le empezó a decir que le gustaba mucho. Que no podía evitar el deseo y que le perdonase pero estaba empalmado prácticamente todo el tiempo.
Por desgracia, él seguía disgustándole profundamente. No podía evitarlo, nada de él le gustaba salvo la forma de hablarle y los besos de la vez anterior. Pero lo que sí la tenía enloquecida era esa sensación de poder, de ponerlo cachondo.
Se moría de ganas de volver a bailar con él y de notar como su miembro se iba empinando con el contacto. Tras la cena, él sugirió el baile y ella dijo que sí.
Esta vez se dejó abrazar más estrechamente por él y se relajó un poco permitiéndose ponerle los brazos alrededor del cuello pero manteniendo todavía una distancia de �seguridad�. No estaba nada segura de si quería tener sexo con él todavía.
Bailaron una canción extremadamente caliente y lenta que puso la bragueta del hombre a tope. Casi le hacía daño al apoyarse contra ella. El le susurraba en el oído que le perdonase pero que su cuerpo iba a su aire y él no podía hacer nada por evitar aquella tremenda erección que le consumía.
Ella se mantenía como una diosa en su pedestal, sin entrar en el juego, percibiéndolo y disfrutándolo pero sin mover nada de su cuerpo hacia aquello. Era la situación lo que la ponía y no el hombre.
Llegó el momento de marchar. La humedad le empapaba las bragas, estaba super excitada pero muerta de miedo por lo que vendría luego.
Subieron de nuevo a la moto para tomar algo en casa de él. De camino a su casa, entre frenadas y acelerones, el frio de la noche helaba su entrepierna.
Llegaron a la casa y en cuanto entraron al salón el la abrazó y la besó intensamente mientras sus manos recorrían todo su cuerpo sin ningún recato.
Una de sus manos bajo por su trasero hasta meterse por entre sus piernas y dentro de sus bragas lanzando una exclamación de sorpresa y placer al ver lo mojada que estaba.
Ella se sentía muy avergonzada porque él seguía sin gustarle nada y sin embargo no podía dejar de sentirse excitada.
El preparó las bebidas y la llevó al sofá donde empezó a comérsela literalmente. Le quitó el vestido y la ropa interior, le abrió las piernas y empezó a comerle el coño con mucha maestría.
Se desnudó él también y apareció aquel miembro que tanto la había hipnotizado bajo la ropa. Era de buen tamaño pero tampoco nada del otro mundo y ella seguía sintiendo rechazo hacia él.
En otra situación habría cogido esa polla y se la habría llevado a la boca pero en ese momento no podía hacerlo.
Se dejó chupar, acariciar y penetrar con un sentimiento creciente de angustia y ganas de terminar con aquello, sintiéndose culpable hacia el hombre pero sobre todo, hacia ella misma por haberse puesto en esa situación tan desagradable.
No veía el momento de que el hombre terminase y estaba cada vez más tensa. Era como una muñeca de látex fría e inerte.
Cuando él terminó, ella se levantó y se vistió excusándose torpemente, dejando al hombre estupefacto.
Salió corriendo del apartamento buscando un taxi y prometiéndose que jamás volvería a verse en una situación como esa. Se habían terminado las citas a ciegas.
3 respuestas
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