Amo de mi placer Parte 2
Levanto la mirada tratando de recuperar el aliento. Su sonrisa me hipnotiza y lo único que deseo es cumplir cada una de sus fantasías. Lo observo, sus labios me tientan, y solo recordar cómo los sentí en mi intimidad me hace humedecer de nuevo; el deseo vuelve a encenderse en mí.
Él, sentado en la orilla de la cama, me dice con voz firme:
—Creo que ya recuperaste el aliento para nuestro segundo encuentro. Hoy no te dejaré ir. Eres mía.
Se acerca a mi oído y susurra:
—Hace tiempo deseo hacerte de todo. Cada rincón de tu cuerpo será mío, y de nadie más. Si algún día alguien intenta hacerte el amor, solo recordarás cómo lo hice yo.
Enciende la televisión, pone música y me pide que baile para él. Obedezco. Camino sensualmente, comienzo a mover mis caderas y me dejo llevar por el ritmo. Él se recuesta en la cama, me observa con intensidad, y mientras se toca, sus ojos me devoran como un lobo a su presa. Su mirada me incendia; un escalofrío recorre mi espalda al sentir cómo sus manos me acarician de repente. Mi cuerpo responde, el calor me envuelve, y el deseo me domina.
Me arrincona contra la pared. Sus manos se adueñan de mis pechos, los acaricia con destreza, y mi intimidad palpita, húmeda y ansiosa. Sus manos bajan, aprietan mis nalgas, me hace gemir, luego suben de nuevo para tomar mis senos con fuerza. Me gira y quedo frente a él. Sus labios recorren mi cuello hasta llegar a mis pechos; los besa, los chupa, y me arranca suspiros de placer.
Estoy inundada de ganas de sentirlo dentro. Vuelve a besarme el cuello, su aliento se mezcla con el mío, y junto a mi oído murmura con voz grave:
—Hoy quiero tu culo.
Un escalofrío me sacude. Siempre he temido ese límite, pero estoy tan entregada que solo pienso en complacerlo. Soy suya, su sumisa.
De pronto me gira, se coloca detrás de mí y me inclina sobre la cama. Quedo en cuatro, con las piernas apoyadas en el suelo y el torso sobre el colchón. Me hace subir una pierna, dejándome completamente expuesta a su deseo. Siento su dedo acariciar mi hoyito, y jadeo con fuerza. Al mismo tiempo, me acaricia la espalda y mis nalgas.
—Despacio… sabes que nunca lo he dado. Serás el primero —le susurro con la voz entrecortada.
Esa confesión lo excita aún más. Me da una nalgada; mi piel arde, pero el dolor se vuelve delicioso. Luego siento un dedo entrando, y mi cuerpo tiembla. Después, otro. Dos dedos me invaden, y mi respiración se acelera. Aplica un lubricante, que me brinda un calor húmedo y agradable.
De pronto, sus dedos desaparecen… y siento su pene rozar mi entrada. Creí que me penetraría la vagina, pero no… estaba listo para tomarme por completo. Mi tensión aumenta, pero él lo nota: me acaricia, me besa para relajarme, y sus dedos buscan mi clítoris. Estallo en un grito de placer. Aprovecha ese instante y entra de una sola vez. Un dolor intenso me atraviesa, pero al mismo tiempo es un placer indescriptible.
Espera, me da tiempo. Luego comienza a moverse lentamente, mientras mete un dedo en mi vagina. La combinación es exquisita. Sus manos, su pene dentro de mí, sus caricias… es una sensación majestuosa. Me relajo, y sus embestidas aumentan en intensidad. El placer me envuelve, los gemidos escapan sin control, y siento cómo me acerco al orgasmo.
Cuando ya estoy al borde, él me penetra con más fuerza, hasta hacerme gritar. Me retuerzo de placer, desfallezco entre jadeos. Mi cuerpo se rinde, sin fuerzas, temblando, mientras él también llega al clímax, derramándose conmigo. Exhaustos, se deja caer sobre mí y luego a mi lado.
Me acomodo en la cama, trato de recuperar el aliento. Minutos después me levanto para ducharme, pero él me sigue. Bajo el agua tibia, toma el jabón y recorre mi piel lentamente, como si quisiera memorizar cada curva de mi cuerpo. Yo cierro los ojos, me dejo llevar.
Terminamos de bañarnos y regresamos a la cama. Afuera comienza a amanecer, pero no nos importa. Nos dejamos arrullar por el cansancio y el placer, hasta quedarnos dormidos, fundidos el uno en el otro.




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