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SOY PUTA (V): La primera prueba
Yo tenía que ingeniármelas para insinuarme a él sin levantar sospechas de nadie más, pues evidentemente no me gustaba nada la idea de que nos vieran juntos. Eso equilibraría los rumores a favor de Pedro, y aunque pasara esta prueba no me serviría de nada, pues mi fama de guarra sería confirmada. Así que tras espiarle unos días (qué vida más aburrida tenía), fui al bar donde suele estar él, y un par de minutos antes de que él llegara me senté al lado del taburete que suele ocupar. Así cuando llegó yo ya estaba al lado suyo, de la forma más casual. Disimuladamente le di un papel escrito y él se lo guardó mirándome con extrañeza. Le dije muy bajito que no hablara, que leyera el papel en otro momento y que no comentase nada a nadie sobre lo que había escrito ahí. Hace tanto tiempo de esto que no recuerdo exactamente qué ponía en el papel, pero se trataba de una proposición caliente, mi número de teléfono y las horas en las que podía llamarme, que eran los ratos en los que yo estaba sola en casa. Me terminé el zumo que se me estaba haciendo eterno con el creciente olor de Venancio y me marché sin decirle palabra alguna. Cuando llegué a casa llamé a Pedro y le pregunté dónde quería que fuese la prueba. Me dijo que en la casa del propio Venancio él había encontrado un buen lugar desde donde sacar fotos sin ser visto ni desde la casa ni desde la calle.
Venancio a la primera que pudo me llamó, me dijo que la nota le había puesto caliente y que más me valiera que no le estuviera tomando el pelo, que me iba a enterar de lo que es bueno. Nos citamos en su casa una noche de viernes a las 9, yo le dije a mis padres que me iba a casa de una amiga y que volvería a medianoche, pues a pesar de tener 14 años mis padres eran muy permisivos conmigo, lo que ahora se llamaría «déficit en la atención». A las nueve de la noche fui a casa de Venancio. Se suponía que él ya estaba en casa, pero no contestaba a mis golpes en la puerta. La casa era grande, desde fuera inspiraba lástima pues se notaba que había vivido tiempos mejores, quizá de los padres de Venancio, o no sé. Era una suerte que la casa se encontrase apartada del pueblo, pero pensé que si en todas las pruebas iba a tener que caminar tanto, iba a hacer el doble de ejercicio. Estuve un cuarto de hora esperándolo en su puerta, rato tras el cual llegó con una borrachera como las que siempre se agarraba… bueno como las de siempre no, porque normalmente llegaba más tarde a casa. De todos modos si ya olía mal, con ese aliento a vino olía aún peor. «Llegas tarde» le dije, y contestó que nunca es tarde si la dicha es buena. Abrió la puerta de su casa y me invitó a entrar antes que él, aprovechando que caminaba delante suyo para darme una palmada en el trasero y agarrarlo con gusto. Moví los ojos hacia el techo con resignación, y vi que estaba sucio. Toda la casa estaba llena de suciedad: la cocina con todos los cacharros cubiertos de grasa, el baño lleno de manchas,� daba asco, pero yo intentaba evadirme de todo aquello. Las instrucciones de Pedro era hacerlo en la buhardilla, que estaba acondicionada con cama, armario y escritorio, y había un agujerillo en el techo que le permitiría sacar las fotos. Le pregunté a Venancio dónde estaba y me lo indicó. Fui allí directa, sin girar la vista hacia él, que caminaba detrás de mi mientras babeaba y me decía que tenía un culo bien puesto para ser tan joven (total, que me echó 17 años en vez de 14). Cuando subíamos las escaleras hacia el segundo piso de la casa, el de los dormitorios, me agarró de nuevo el culo, esta vez con las dos manos y no me soltó hasta llegar a las escalerillas que daban a la buhardilla. Terminamos de subir y me empujó contra la cama, dejándome doblada hacia delante. Me bajó los pantalones y las bragas y empezó a frotarme el coño con sus manos, evidentemente sucias, mientras me babeaba el cuello. Me aparté un poco y me quité la ropa, pues prefería que me babease a mi antes que ensuciar la ropa y tener que dar explicaciones en casa de por qué estaba así. Me dijo que iba un momento al baño a mear, y en la espera no podía dejar de dar vueltas a lo que estaba haciendo. Lo peor de todo es que al agarrarme el culo me había puesto un poco cachonda, y tenía ganas de follar. No con él, pero tenía ganas. Mi líbido siempre ha ido por libre, independientemente de lo que le digan mis sentidos y sentimientos.
Me puse a masturbarme, pensando que si me ponía más cachonda el rato no sería tan desagradable, y la verdad es que funcionó. Para cuando volvió Venancio yo ya estaba caliente y ya me molestaba menos ser su putita por esa noche. Quería que me follara y punto. Lo recibí sentada en el borde de la cama y abierta de patas masturbándome. Le dije que me follara y me dijo que antes le tendría que chupar la polla. Fue imaginar cómo sería la polla de Venancio y casi me dan ganas de llorar. Pero tenía que hacerlo, así que hice de tripas corazón y le saqué la polla de la cremallera de los pantalones. Se la cogí con la mano y notaba el tacto de la suciedad en su polla, que no era muy grande pero que ya estaba firme. Fue arrimarme a ella y me vino una mezcla de olores a semen, orina y sudor que casi me marea, además de que tenía restos de lo que se suele llamar «requesón». El muy cabronazo ni se limpiaba la polla después de pajearse o follar con las putas. Me la metí en la boca, y sentí el sabor que correspondía con esa mezcla de olores. A medida que le iba chupando se le iba endureciendo, y yo misma sentía cómo mi aliento estaba cogiendo ese nauseabundo olor. «Lo raro es que no tenga ladillas» pensaba yo mientras seguía limpiándole, y nunca mejor dicho, la polla a ese cerdo, pues le quité todo el requesón. Entonces él se apartó y me tumbó bocarriba. Me abrió las piernas y se puso encima de mí, con la polla en el coño, metida sólo la puntita. Se puso a decirme guarradas que yo ni siquiera escuchaba, sólo pensaba en el aliento a vino y a todo que me venía directa a la cara. Mientras seguía hablando se puso a bombear y yo cerré los ojos tratando de disfrutar. Pero no había manera con ese aliento golpeándome la cara continuamente. Le pedí cambiar de postura pero me dijo que aún no, que iba a haber tiempo para mucho, pero en seguida se corrió en mi concha. Noté por dentro que la corrida había sido abundante, y de hecho cuando la sacó salieron unas gotas. Me dieron ganas de reírme porque me llenó de semen medio minuto después de decirme que había para rato, pero se me pasaron en seguida cuando entonces me dijo que me pusiera en cuatro. Pensé que así al menos no me daría todo su aliento en la cara, así que me iría mejor y quizá llegaría a disfrutar algo. Tampoco me gustó sentir su aliento en mi nuca mientras me follaba a lo perrito y me tiraba del pelo hacia arriba, pero conseguí disfrutar un poco más. Cuando yo ya estaba con los temblores previos al orgasmo, la sacó y me dio la vuelta dejándome tumbada de nuevo bocarriba. En ese momento adiviné lo que iba a pasar, y se puso de rodillas sobre mi, con la polla sobre mi cara para correrse encima. Cuando lo hizo pensé que cómo había tenido que ser la anterior en mi coño, porque esta segunda también fue muy abundante. La mayoría me lo echó dentro de la boca, y al cerrarla para tragar se esparcía lo que seguía cayendo por la barbilla y las mejillas. Me tragué lo último que entró en mi boca y me metió la polla para que le quitase los restos. Ya con la faena terminada bajé a asearme como pude en aquel baño lleno de mierda, y una vez vestida y dispuesta a salir de la casa le dije que no contara a nadie lo que había pasado. Ingenua de mí por pensar que mantendría su boca cerrada sin esperar nada a cambio. Me dijo que ya me llamaría de nuevo un día para pasarlo bien. Me largué de allí y en cuanto llegué a mi casa contesté las cuatro preguntas de rigor que me hicieron mis padres y fui escopetada hacia la ducha, donde me masturbé en silencio hasta cobrarme el orgasmo que Venancio no me había dado un rato antes. Nunca me había sentido tan sucia como ese día, y el caso es que con un tío tan cerdo había estado a punto de correrme. Añadí una nueva rareza a mi lista de desviaciones sexuales: el sexo sucio.
Ya eran seis hombres los que me compartían, contando a los chicos del escondrijo, a Pedro y al cerdo de Venancio, que de vez en cuando me llamaba para meterme aquella sucia polla que descargaba leche a cantidades que no eran normales cada vez que se corría.
2 respuestas
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