
Por
Día de Playa (3): Lucía
Rebe bajó de un salto de la mesa de la cocina, colorada como un tomate, y corrió al baño, mientras gritaba:
– ¡Ahora bajo, Lu!
Me asomé a la ventana y paseando por el jardín, cubierta con un sombrero de paja, vi a su amiga Lucía. Era un poco mayor que Rebeca y estaba más desarrollada, le sacaba al menos cinco centímetros. Sin embargo lo que más envidiaba mi hermanita, más que sus pechos o esas caderas bien formadas, era su melena rubia, larga y ondulada. Lucía, Lu para sus amigas, tenía la cara redonda y de facciones suaves, y siempre evitaba cruzar sus ojos claros conmigo.
– No la mires tanto – dijo Rebe a mi espalda, mientras se secaba el pelo. Se había limpiado a toda prisa y llevaba su bañador de una pieza azul. En su voz se adivinaba un punto de celos.
– Te queda mejor el bikini – le dije.
– ¡Pues no te voy a dar el gusto! – replicó. – Eso por mirar a Lucía, te fastidias.
Reí por lo bajo y entré en el baño a arreglarme un poco. Cuando salí al jardín con la sombrilla y la bolsa de la playa, las chicas ya estaban cogidas del brazo, cuchicheando. Me miraron y salieron corriendo varios metros por delante, mientras continuaban con su intercambio de secretos.
En la playa la gente ya había ocupado casi todos los sitios buenos, así que tuvimos que conformarnos con el extremo más alejado, junto a las rocas. No era un buen sitio para nadar pero sí que era más fresco. Extendí las toallas y comencé a sacar los botes de crema. Rebe, todavía fingiendo estar enfadada, se acercó y me dio la espalda.
– ¡Ponme crema! – me ordenó, cruzando los brazos y frunciendo los labios. – ¡Y a Lu también!
Lucía estaba quitándose su vestido en ese momento, por debajo llevaba un bikini amarillo que resaltaba aún más sus suaves curvas. Al escuchar a Rebe, se giró avergonzada y se tapó con la toalla.
– No hace falta, de verdad. – dijo.
– Qué dices, así te vas a quemar toda – respondió Rebe, cogiéndola del brazo y poniéndola a su lado.
Las espaldas de ambas chicas quedaron a la par. Lu apartó su pelo con un gesto tímido, Rebe me miró y aunque no podía hacer lo mismo, encontró una forma diferente de provocarme: soltó el lazo del cuello de su bañador y lo sujetó por delante, frente a sus pechos.
– No te olvides del cuello – dijo.
Puse algo de crema solar en mis manos y la extendí por ambas espaldas, sin calentarla, haciendo que pegasen un respingo por el frío inesperado. Al poco ya no saltaban por eso. Rebe tenía los ojos cerrados, mi mano recorría su espalda hasta el comienzo de su culo, un poco por debajo de la tela incluso, y su respiración se hacía más profunda. La espalda de Lucía podía parecer algo más mayor pero su espalda seguía siendo igual de delicada. La cubrí con unas pocas pasadas y luego rodeé su cuello, haciéndola temblar. También tenía los ojos cerrados.
– Ahora el resto – les dije.
Se giraron y eché algo de crema en sus manos para que cubriesen brazos y piernas. No me habría importado hacerlo yo mismo, pero tal y como estaban las cosas con mi hermanita, no quería precipitarme. Con un dedo puse unos puntos de crema sobre sus rostros y los extendí. Lu desviaba la mirada, colorada. Rebe me miraba, sonriendo, relajada.
– ¿De qué te ríes? – pregunté.
– De nada… – respondió – es que me gusta la cara que pones. Tienes cara de hermano mayor.
– ¿Y eso cómo es?
– Pues… cara de que te gusta cuidarme – dijo, en voz baja, un poco avergonzada, aunque Lucía ya se había alejado unos metros para buscar su flotador.
No pude decir nada porque ambas salieron corriendo hacia el mar. Saltaron sobre las olas, se salpicaron, jugaron sin parar durante un buen rato. Yo me acomodé bajo la sombrilla y saqué un libro. En la zona en la que estábamos no había peligro así que intenté relajarme, pero las palabras flotaban frente a mi sin que pudiese concentrarme. De vez en cuando miraba a Rebe y en más de una ocasión la pillaba mirándome y sonriendo. Se había recogido el pelo en un moño y estaba aun más guapa. Me saludó con la mano y le respondí.
– ¿Son tus primas? – dijo una voz femenina a mi espalda.
Me incorporé. Una chica morena de ventipocos años clavaba su sombrilla junto a la mía. Extendió la toalla y se tumbó. A su alrededor correteaba un niño de unos nueve años, que no se decidía sobre dónde ponerse a construir un castillo.
– Hola, me llamo Mónica. Este es mi sobrinín – se presentó.
Me incliné hacia delante para darle dos besos y no pude evitar que se me perdiese la vista en su bañador rojo, que formaba un sugerente escote.
– Encantado… no, son mi hermana y una amiga suya.
– ¿Tu hermana? Que suerte que sea tan jovencita todavía. La mía ya ves, me ha dejado con su enano para poder salir en moto acuatica. Menos mal que es un cielo.
En ese momento alguien se me echó encima y me derribó sobre la toalla. Era Rebe, totalmente empapada, riendo y sacudiendo el pelo en todas direcciones. Se montó a horcajadas sobre mí y se agachó para mojarme el rostro con su melena.
– Uuuuh… ¡algas asquerosas! – dijo, mientras se partía de risa. Se levantó y se dirigió a la chica del bañador – ¡Hola, yo soy Rebeca! Este es mi hermano y le quiero con locura.
– Ya lo veo, jajaja – rió Mónica.
En otro momento me habría enfadado con Rebe por fastidiarme el plan, pero ahora estaba demasiado concentrado en el sitio que ella había elegido para sentarse. Su entrepierna presionaba contra la mía, moviéndose de una manera que no era nada casual. Mi miembro no tardó en reaccionar, empujando a su vez. En ese momento llegó Lucía, que se sentó a nuestro lado sin darse cuenta de nada, aparentemente.
– Normalmente los hermanos se pelean mucho – dijo Mónica. – ¿Tú te peleas con tu hermano?
– Siiiiiiii, ¿mucho verdad? – respondió Rebe. – Pero nuestras peleas siempre acaban bien… .
Las tres siguieron charlando animadamente, yo intervine de vez en cuando pero preferí disfrutar de la sensación del cuerpo de mi hermanita moviéndose disimuladamente contra el mío. De vez en cuando me parecía verla jadear, con los labios brillantes y entreabiertos. Me pregunté cómo era posible que cosas tan sencillas me excitasen tanto. Con la excusa de cambiarme ligeramente de posición acariciaba su cintura o su culo y al notarlo ella me lanzaba una mirada traviesa y divertida
Después de un rato, sin previo aviso, Rebe se levantó de un salto y corrió de nuevo hacia el mar con Lucía. Yo me giré para evitar que Mónica descubriese mi erección, pero ella estaba demasiado ocupada en vigilar a su sobrino.
En el mar, Rebe y Lucía ya no jugaban a mojarse. Estaban en la zona en la que cubría un poco más, sólo un poco por encima de la cintura. Se quedaban sentadas un rato, con el agua hasta el cuello, y luego se levantaban. Hablaban y juntaban las cabezas de vez en cuando, Lu me miró un par de veces… ¿qué le estaría contando? Mi hermana se acercó a su amiga y le dijo algo al oído, sus cuerpos estaban casi pegados y me pareció ver cómo deslizaba una mano entre sus piernas. Se alejaron hacia la zona que cubría más.
Me disculpé un momento con la excusa de ir hasta las duchas y caminé junto a la orilla. Las chicas habían encontrado un lugar junto a las rocas y tenían las cabezas muy juntas, pero no se decían nada. Me acerqué un poco más. Las siluetas en el agua no dejaban lugar a dudas, Rebe tenía su mano entre las piernas de su amiga y la acariciaba con la misma cara de pilla que ponía conmigo. Lucía no tardó en cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, abrazándose a ella mientras llegaba su orgasmo… .
2 respuestas
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